Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

90. Se acerca ya el fin de 2008, en 400 palabras (cincuenta y nueve).

Se acerca ya el fin de 2008…

Pero va a comenzar 2009 y uno no sabe qué es peor. Los augurios no son nada halagüeños. Vamos, que son un desastre; que si en 2008 hemos sufrido una crisis ¿qué crisis? ésta ha sido un juego de niños comparado con lo que nos espera.

Si recordáis, en éste nuestro amado país negábamos allá por septiembre, incluso en octubre, que hubiera crisis, que nuestro mundo financiero era el más fuerte del mundo, que nuestra economía era de las más sólidas, que aquí no había hipotecas subprime, que era una crisis internacional que a ¡Ehpaña, Ehpaña! afectaría poco, que el índice de morosos estaba por debajo de la señal de alarma, que seguíamos creciendo, que sería una crisis ¿qué crisis? pasajera, que… hasta que nos dimos de bruces con casi 200.000 parados de golpe, y luego otros casi 200.000… y se esperan casi 300.000 en diciembre. Mientras, los autónomos (a los de las de autonomías de esta nación me refiero), despilfarrando en viajes, coches tuneados, despachos y no sé cuántas cosas más… Pero, ya se sabe, es que el dinero público no es de nadie. Lo dijo nada menos que una ministra del gobierno de ¡Ehpaña, Ehpaña!, que en paz descanse (la ministra de su ministerio, digo).

No hay crisis ¿qué crisis? y, casi, ni se le espera. Ya estamos en recesión, ¡cosa más rara! La culpa la tienen los bancos americanos que insistieron en conceder hipotecas a los negros sin recursos. O sea, que como la culpa no es nuestra, no lo es tampoco que sumemos 700.000 parados en tres meses (no creo, sinceramente, que el parado opine igual).

Todo esto venía a cuento de que termina 2008 y empieza 2009, y yo iba a decir (a escribir) otras cosas: iba a decir que esta nochevieja me he prometido no romper un plato, ni tirar el salmón con alcaparras al suelo y, mucho menos, coger la bolsa de los langostinos y tirarla en la basura del garaje (podéis leer aquí lo que hice en una nochevieja anterior). Este año me he reformado: es obvio que no ayudaré a mi mujer a preparar los aperitivos, ni pondré la mesa, ni la recogeré. Me limitaré a cenar, tomar las uvas y felicitar a todos el nuevo año. Si habéis leído esto, lo entenderéis.

Pues lo dicho: a todos mis lectores, ¡FELIZ 2009!, con permiso.

martes, 23 de diciembre de 2008

89. Me gustaría volar como la gaviota...

Me gustaría volar como la gaviota,

con su vuelo pacífico

a merced del viento;

con su vuelo fuerte,

contra el viento.

Me gustaría volar como la gaviota

sobre las olas del mar,

o meciéndome en ellas

mientras busco alimento.

Me gustaría levantar el vuelo

y volar como la gaviota,

y contemplar el mundo desde arriba,

sin involucrarme.
Me gustaría volar como la gaviota

y sobrevolar en silencio

las playas de mi Cái,

desde lo alto.
Me gustaría volar como la gaviota

y contemplar el mundo

con sus ojos achinados…

¿qué vería?
Me gustaría levantar el vuelo

y reírme del mundo

y volar sin rumbo fijo,

como la gaviota.

Me gustaría volar como la gaviota,

dejándome llevar

con las alas desplegadas

por el viento de Levante.

Me gustaría volar como la gaviota,

ahora al Sur,

ahora al Norte,

ahora adonde me diera la gana.

Me gustaría levantar el vuelo

e imitar a la gaviota

en su vuelo majestuoso,

libre.

Me gustaría levantar el vuelo

y ser gaviota.


jueves, 18 de diciembre de 2008

88. Hoy me pica el gusanillo de escribir, en 400 palabras (cincuenta y ocho).

Hoy me pica el gusanillo de escribir

Aún no sé sobre qué, pero lo haré sobre algo. De hecho, venía a casa con la decidida intención de seguir con mi cuarta obra, un cuento, del que ya llevo escritas unas cincuenta páginas. Mal escritas todavía, porque aún sólo las releí una vez, pero que van tomando forma. Es un cuento fantástico (fantástico de fantasía, no magnífico ni excelente, como reza el DRAE en la cuarta acepción; ya quisiera). Venía, sí, con esa intención pero los dioses no estaban hoy conmigo; aunque sí las musas. Llegué tarde a casa por culpa del maldito atasco de casi todos los días, más en estas pre-fiestas; tuve que charlar con mi mujer, cambiando las impresiones del día (lo de tuve no va en tono de obligación, ni mucho menos); tuve que escuchar a mi hijo y hablar con él, que me estaba esperando de visita (lo de tuve, como antes); tuve que sacar a mi perro, Golfo, en el paseo diario de las ocho y media, que es cuando mi mujer y yo realmente podemos hablar sin interrupciones (hoy había temas de sobra) y nos encontramos con mi futura nuera; a la vuelta, la cena, cháchara con mi hija. Luego, más con mi hija, preparando su viaje a Londres de este fin de semana. Que si Hyde Park, que vas a estar muy cerca, que si Picadilly, que si Trafalgar Square, que si no te pierdas… bueno, lo típico.

Total, las diez y media (y no me quejo, que todo fue entrañable). Un paseo por las bitácoras amigas, algún que otro comentario por allí y respuesta a alguno por aquí. Y ya son las once y aún no he hecho lo que pretendía. Una pena, porque tenía ideas nuevas para el cuento. Las anotaré ahora, no sea que la mente me traicione y mañana me las olvide.

El fin de semana será distinto: tengo tres tardes enteras para escribir (que las mañanas sabatina y dominguera son para el squash) y esta vez sí le voy a dar un empujón al cuento. Me apetece y tengo ideas, cosa rara y difícil. Pero ya sé lo que va a hacer Berto, lo que dirá Sandra y la que montará Carlitos… No puedo perder la oportunidad.

Luego llegarán esas tardes y me liaré con algo inesperado, como casi siempre. O me entrará la horrible pereza.

Esto escribí.

domingo, 14 de diciembre de 2008

87. La mente, en 400 palabras (cincuenta y siete).

La mente

Tenía escritas cuatrocientas palabras sobre la mente humana y las he borrado todas por tercera vez. Intentaba describirla y no lo consigo. Decía cosas como que “la mente es, por lo menos, curiosa. Cierto que también es sabia, fuerte y tenaz, a veces increíble, a veces asombrosa y, siempre, digna de admiración.” También decía: “… pero la mente nos traiciona con frecuencia, nos engaña, nos hace ver cosas que no son, nos hace creer sentimientos de otro que no existen, interpreta gestos como buenos cuando son negativos, nos recuerda cosas que no ocurrieron, nos sitúa en un tiempo que nunca transcurrió…”.

Digo esto porque intento escribir sobre la mente y lo que escribo no me gusta.

¿Nuestra mente es nuestra consciencia? ¿Es nuestra alma nuestra mente? ¿Por qué evolucionamos así? ¿Hay alguien que lo entienda? Las religiones hablan de la creación, del alma, de la vida eterna, de la reencarnación. Los agnósticos dicen que no hay vida después de la vida, aunque luego algunos matizan y deducen una vida sin sentido si no hay vida más allá de la muerte. Viviremos, dicen otros, en la mente de los demás, en su recuerdo, y eso es vida también.

El pensamiento evoluciona de generación en generación, y mejora. Hace tres mil años aún no se había inventado la luz eléctrica, aunque se construyeran pirámides casi perfectas y ya se supiera de números y de geometría. La revolución industrial revolucionó el mundo. Y desde entonces el progreso de la mente humana es vertiginoso. Un poco antes, la Matemática dio su salto espectacular, gracias a la mente de algunos superdotados, y propició los avances de la era actual. El s. XX ha sido el de los inventos a una velocidad de curva exponencial. Estamos comenzando el s. XXI y aún no sabemos qué nos deparará.

¿Por qué la mente de algunos es tan formidable, capaz de inventar lo inimaginable, y la del resto de los mortales es tan vulgar?

¿Qué inventos inventará la mente en los próximos años? ¿Evolucionará más y nos llevará al caos… o a un mundo feliz?

La mente… la mente a veces enferma y nos deprimimos. Y no entendemos nada; y necesitamos ayuda, aun no comprendiendo por qué. Nos cuesta pedirla porque ha de pedirla nuestra mente y nuestra mente ha enfermado.

Estas cuatrocientas palabras ya no las borro. Tampoco me gustan, pero quería escribir sobre la mente.

martes, 9 de diciembre de 2008

86. Y volví.

Y volví a mis playas de Cái. Sin sol, con nubes y fresquito otro día más, sin bañarme... pero en mis playas al fin y al cabo. La mar, las olas, la arena, las gaviotas...


Y el vídeo de rigor, para que disfrutéis de las olas de mis playas de Cái...

domingo, 7 de diciembre de 2008

85. Hoy pisé mis playas de Cái.

Hoy pisé mis playas de Cái, pero con los pies calzados, que las nubes y el viento del Suroeste, fresco, no me dejaron descalzarme. Ni desnudarme, ni bañarme en su mar. Hoy el tiempo no acompañaba, pero estoy en Cái, en mis playas. He visto la mar y he olido su sal, y he oído el rumor de las olas lamiendo la arena rubia y he escuchado su estruendo cuando rompen contra las rocas. He mirado la mar hasta el horizonte y me he cargado de su fuerza.

He visto las gaviotas volar bajo las nubes, meciéndose a favor del viento o agitando las alas en su contra, con su vuelo majestuoso.

He puesto mi cuerpo al sol, apenas unos minutos, intentando capturar sus rayos de entre las nubes, que lo ocultaban.

He disfrutado de mi playa vacía, sola para mí, paseando por la orilla cambiante donde las olas dejan su espuma blanca. He contemplando el verde de la mar cercana y su azul marino lejano. He fijado en mi memoria la imagen invernal de mi playa, para recordarla cuando esté lejos.

Les susurré un nombre a las olas, para que no lo olviden.

Mañana volveré.

sábado, 29 de noviembre de 2008

84. Discusión, en 400 palabras (cincuenta y seis).

Discusión

—Pues habrá que hacerlo el jueves, antes de irnos.
—No hace falta. Eres muy exagerada.
—¡Siempre me llevas la contraria! No hay una sola cosa que yo diga y tú la aceptes.
—En este caso exageras. Creo que no es necesario.
—Sí lo es, porque es toda una semana.
—¡Ah! Te había entendido mal. Perdona.
—Todo lo arreglas pidiendo perdón.
—No, todo no. Pero en este caso creí que te referías sólo al fin de semana. Pero tienes razón, es una semana entera. Ya lo hago yo.
—No, lo hacemos juntos.
—Pero el jueves tú vienes cansada y lo puedo hacer yo. O que venga y lo recoja.
—¡Pero si no tiene tiempo!
—Bueno, lo haré yo. No tengo otra cosa que hacer.
—Es que sólo piensas en ti.
—No es cierto, te he dicho que te entendí mal. Por eso te respondí que no hacía falta, que exagerabas.
—Es que siempre estás igual. Para ti es salir y nada más. Para mí es hacer un montón de cosas antes y otro montón después. No lo entenderás nunca.
—Sí que lo entiendo, pero esta vez te malinterpreté y no caí en que era para toda la semana. Rectifico: tienes razón y perdóname.
—Todo lo arreglas así.
—¿Y cómo quieres que lo arregle? Metí la pata, lo reconozco, y te pido perdón.
—Hasta la próxima.
—Bueno, sí, procuraré no equivocarme.
—Siempre dices lo mismo.
—Vale, déjalo, anda. Por favor.
—Es que me exasperas, nunca te pones en mi lugar. Para ti todo es sencillo.
—No, no es así, sabes que lo entiendo.
—No, no lo entiendes. Para ti es coger el coche y ¡hale, vámonos! No te das cuenta de todo lo que tengo que hacer.
—Y dale. No lo repitas más, que ya lo sé. ¿Qué quieres que te diga?
—Pues que respetes lo que yo digo y lo entiendas, ya que no haces otra cosa.
—Ya te digo que lo entiendo, que tienes razón, que me equivoqué, ¿qué más quieres?
—Pues que no lo hagas más. Pero es inútil, no sé para qué me preguntas. Pasado mañana esto se te habrá olvidado y volverás a ignorarme.
—No te ignoro. Simplemente te entiendo mal y te respondo acorde a lo que he entendido y, como te entendido mal, te respondo de forma inadecuada. Pero rectifico, te lo explico, y te pido perdón.
—Es inútil. No puedo contigo. No puedo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

83. El tiempo, en 400 palabras (cincuenta y cinco).

El tiempo

El tiempo se me escapa por entre las manos. Me las retuerzo para estrujarlo y sacar las gotas de tiempo que necesito para disfrutar. Pero las gotas caen y ruedan sin solución por mis brazos hasta que se evaporan. Porque el tiempo se evapora sin que te des cuenta. Es fin de semana —bueno, era, porque quedan apenas doce minutos para que acabe— e intento retenerlo como sea. Escribo estas líneas, en 400 palabras, para extenderlo, para hacerlo más largo, para que no acabe… pero miro el reloj y veo avanzar sin pausa el segundero, segundo a segundo, y el minutero, minuto a minuto. Ya no me fijo en las horas, para qué.

Mañana es lunes y comienza de nuevo una semana que pasará breve, como todas últimamente. Y de nuevo sábado y domingo para disfrutarlos sin la obligación eterna del trabajo. Intento estirar el fin de semana, pero el tiempo se me escapa por entre las manos, como si fuera agua que no consigo retener. Resbalan sus gotas por mis brazos y no llegan al suelo, que se evaporan antes. Así es el tiempo de nuestra vida, que se escapa por entre las manos, más cuanto más quieres retenerlo.

Ayer era verano y mañana estamos ya en Navidad. Ayer sentíamos la primavera y mañana sufriremos el invierno, sin sol que nos caliente, sin la mar de cerca, con la nieve acechando.

No me atrevo a mirar el reloj, que ya acabó el fin de semana, creo. Invado el lunes escribiendo con la esperanza de que pronto termine y llegue el martes. Después viene el viernes, que miércoles y jueves apenas cuentan. Y otro fin de semana, y otra semana laboral y otro mes. Y llegará el verano, con esos días de vacaciones llenos de mar, y de sal y de sol, que transcurren como un suspiro… y otro año más. Y, de nuevo, el trabajo, y los fines de semana que uno intenta extender sin conseguirlo.

Y sin darme cuenta he cumplido otro año y van… Es entonces tiempo de recordar, pero no quiero hacerlo porque me imagino viejo. Entonces sueño que los años no pasaron y aún soy joven. Cierro los ojos y respiro hondo y me rebelo contra el tiempo que se me escapa por entre las manos, y las estrujo para entresacar esas gotas de tiempo que resbalan por mis brazos… y se evaporan.

lunes, 17 de noviembre de 2008

82. Cuando yo tenía 27 años… en 400 palabras (cincuenta y cuatro).

(A mi amiga Malacitania, que anteayer cumplió 27 años. Le prometí que algo le regalaría... No sé si estas 400 palabras merecen el nombre de regalo, pero te aseguro, Elisa, que sí la intención).

Cuando yo tenía 27 años…

Una amiga de la blogsfera ha cumplido un día de éstos 27 años… ¡27! Aún te puedes comer el mundo, niña. Y permíteme que te llame niña, porque lo eres desde mi perspectiva.

No recuerdo con precisión cómo era yo con 27 años, pero de algo me acuerdo, claro. Había terminado ya la carrera, hacía tiempo; trabajaba; estaba casado, aunque sin hijos, por accidentes de la naturaleza, no por voluntad.

Hoy no es habitual que a los 27 ya esté uno casado. Todavía, o casi, se está terminando la carrera —los que han podido hacerla— y muchos viviendo aún en casa de los padres…. Yo salí de casa de los míos a los 17 y no tuve ocasión de volver, salvo en vacaciones. Los tiempos son distintos. Las circunstancias, también.

A los 27 yo era entusiasta de todo, incluido el trabajo; era pasional, serio, algo triste —nunca fui alegre—, responsable… creativo, rebelde… y también vago, perezoso, intransigente, mandón, discutidor, egoísta, terriblemente egoísta…

Pero a mis 27 años era un joven dinámico que me iba a comer el mundo. Y no me quejo, que no me ha ido mal. Recuerdo que una novia que tuve a los 21 me dijo un día: “cuando tengas 27 años estarás como un cañón —así se decía entonces— y serás todo un hombre… espero estar a tu lado”. ¿Sería porque a mis 21 años era todavía un crío? Seguramente. (A esta novia no le di el placer: la dejé antes; y la que me encontró luego sigue hoy conmigo. Cuando le pregunto cómo era yo a los 27, me dice: ¡eras un gilipollas! Pero me aguantó, con paciencia y cariño).

Con 27 años uno tiene toda una vida por delante y planea comerse el mundo. Luego sólo se come un cachito, pero da igual: se vive, se pone ilusión en todo, se echan ganas en lo que se hace, se disfruta el presente, se sueña el futuro. Con 27 años todavía se es rebelde, pero empieza a imponerse la sensatez —¡qué pena!— y asustan los 30. Aún se hacen locuras, pero menos.

Con 27 años la juventud está en su esplendor. Es una edad para vivirla siempre... para disfrutarla y grabar con fuego las experiencias, que luego se olvidan. Hay que vivir los 27 con plenitud, que luego pasan y la juventud decae.

¡Ah, los 27! ¡Quién los tuviera!

sábado, 15 de noviembre de 2008

81. Hay días en los que... en 400 palabras (cincuenta y tres).

Hay días en los que…

Hay días en los que uno no está para nada. Y, entonces, entiendes por qué alguien dice, de pronto, “¡Joder, hoy me tuve que quedar en la cama!”. Yo nunca lo hice, ni siquiera cuando pasé aquella larga y profunda depresión. Ni un solo día me quedé en la cama, y ganas no me faltaban, porque –tuve suerte de que el sueño no me abandonara- lo único que me apetecía por aquel entonces era dormir y zapear con la TV. Sí, era lo único que me consolaba en mi profunda e irracional pena. Pero no podía permitir dar mal ejemplo en casa, así que no falté nunca al trabajo… para no trabajar, aunque sí estar, hasta que me echaron, claro. Mi jefe me dijo textualmente: “yo no creo en esas zarandajas de la depresión, así que tienes una semana para cargarte las pilas”. Pasó una semana, me dio un mes y terminó dejándome en la puta calle. Y sin paro, que yo era autónomo por aquellos tiempos.

No sé a qué viene esto de la depresión… ¡Ah, sí! A que hay días en los que es mejor quedarse en la cama. Como hoy: me levanto, me siento a desayunar y no tengo naranjas, ayer me olvidé de comprarlas; pongo la leche a calentar; la saco del microondas y vierto parte del contenido sobre la encimera y el suelo; paciencia; cojo un paño y la fregona y los paso; pero la leche es pegajosa y he de hacerlo bien: mojo el paño y saco el cubo, que lleno de agua y jabón; limpio; relleno el tazón, lo caliento, me sirvo azúcar moreno y café. Unto las galletas de mantequilla; una se me cae al suelo, mantequilla abajo, claro. De nuevo, la fregona. Tomo el café. Cojo la cajetilla de tabaco para disfrutar el mejor pitillo del día: vacía, anoche acabé con el último. Voy a ducharme: no hay agua caliente (y recuerdo el cartel en portería que rezaba: “mañana, 08:00, se corta agua caliente”); las 08:05; ¡qué puntuales, joder! Me ducho con agua fría-helada (“esto fortalece”, me digo).

Salgo, cojo el coche; atasco, atasco, atasco; llego a la oficina, tarde; bronca. Reúno a los técnicos, que me cuentan problemas y retrasos; todo son problemas y retrasos en los proyectos. Y… no cuento más. El resto del día fue peor y seguro que no interesa a nadie.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

80. Este fenómeno de las bitácoras, en 400 palabras (cincuenta y dos).

Este fenómeno de las bitácoras

Esta mi bitácora ha conseguido ya las 5.000 visitas—a pesar de que descuento las mías— y algunas más, pues puse el contador pasados unos meses. Cinco mil visitas que aún me parecen increíbles.

Poco a poco, compruebo que la red de estos blogs me atrapa. Creía haber comentado aquí cómo empecé, pero no lo veo. Fue buscando en un buscador “viento de levante” como encontré una “fábrica de sueños” que citaba mi viento. La leí y la releí y me enganchó. Entonces me atreví a crear mi propia fábrica, aunque entonces no sabía qué iba a fabricar. “Escribirás tú solo. Para ti. Serán tus reflexiones” escribí en mi primera entrada, sin saber aún lo que escribiría en la siguiente. Hasta que me centré y fabriqué –y sigo fabricando de vez en cuando- 400 palabras.

Me llama la atención este fenómeno y, sobre todo, el hecho de haber conseguido a media docena de fieles que me comentan y quizá otra media que me lee con cierta asiduidad. Es muy de agradecer.

Yo también soy asiduo a las bitácoras de los que me comentan, que enlazo y que me enlazan. Salvo excepciones, disfruto cada noche haciendo mi recorrido por las bitácoras amigas, buscando nuevas y deliciosas entradas y publicando al menos una vez a la semana, con excepciones también. Poco a poco voy extendiendo la red y accediendo a más y más, aunque hay tantas que no quiero dispersarme. Si tuviera todo el tiempo para ello, es posible que jamás me aburriera. Hay cosas muy dignas de leer.

Hay que reconocer que en los comentarios somos amables y agradecidos: tú me piropeas a mí y yo a ti te echo un piropo. Así da gusto leernos. Debe ser la ley de la compensación y la buena educación. Aunque me atrevo a decir que los comentarios los hacemos con sinceridad. Si no, ¿qué sentido tienen? Si no te gusta una entrada, pues la dejas pasar sin comentarios y punto.

Bueno, a todo esto yo quería sólo agradecer a mis lectores sus cinco mil visitas. Toda una sorpresa para mí. Mi vanidad —¡pobre de mi rica vanidad!— engorda a cada comentario, aunque se pregunta, humildemente —mi vanidad, a veces, se humilla— que cómo es posible que tenga tantas visitas y algunos fans, como alguna que me lee así se declaró.

En definitiva, que muchas gracias a todos. ¡Gracias!

jueves, 30 de octubre de 2008

79. Flores de mi tierra de Cái.

Mientras no llegue ese deseado puente de diciembre (sin ojos, este año) y pueda ir de nuevo a mis playas de Cái, bañarme en sus frescas olas, pisar su arena rubia, contemplar sus gaviotas, sentir su brisa, dejarme acariciar por su sol... mientras no llega, os dejo estas imágenes de las flores de mi tierra...










viernes, 24 de octubre de 2008

78. Amabilidad, en 400 palabras (cincuenta y una).

Amabilidad

Esta mañana, fumando un pitillo en la puta calle, me llamó la atención lo siguiente: fui a apagar el cigarro en el cenicero colocado al efecto y observé que la señora de la limpieza del edificio de oficinas (donde somos unas ¿200 personas?) estaba a punto de recogerlo. Como es lógico y natural, lo apagué de manera que no quedara la brasa encendida. “Es Ud. muy amable, muy atento, muchísimas gracias”, me dijo. “Es lo razonable, si no, vaya lío podría haberle formado; le prendería la bolsa de la basura”, contesté. “Sí, pero eso no lo hace nunca nadie”, y recalcó lo de nunca y nadie. “Será porque no se dan cuenta”, dije, quitándole importancia. “No, no, es que no hay nadie tan amable como Ud.”. Me sonrojé, le dije “gracias, Gladis” y me subí a la oficina.

Y ahora, recordando el hecho, me viene a la memoria que, en general, las señoras de la limpieza siempre, allá donde haya estado, me han estimado algo más de lo que debe ser lo normal. Repasando cuál puede ser la causa, llego a una única conclusión: los demás son unos mal educados (o deben ser, o puede que lo sean, o quizás lo son, pero no todos, etc.). La razón es muy sencilla: lo único que yo hago es decir un “buenos días” o “buenas tardes”; pasar, si puedo, por donde ellas no están fregando para no pisar su trabajo, o pedirles disculpas si no hay otro sitio y pasar de puntillas; y poco más, salvo apagar el pitillo como hice hoy. Yo no me tengo por simpático, más bien creo que soy antipático, pero intento ser sencillamente correcto. Y resulta que las empleadas en ese trabajo tan necesario, y tan digno, me estiman. Algo falla, entonces. Yo no debo destacar para ellas por gestos tan elementales como los que cito. Y si es así es porque, efectivamente, somos una caterva de maleducados y soberbios, que pisoteamos su trabajo o, simplemente, lo ignoramos. Es cierto que he visto gente pasar por su lado sin saludar y sin importarles un bledo si pisan el suelo aún húmedo, o incluso mientras lo limpian.

Es una pena. La educación más elemental se va perdiendo, la amabilidad brilla por su ausencia… No cuento esto en mi favor, ¡hasta ahí podría llegar!, sino en detrimento de esta sociedad cada vez peor educada. ¡Y así destaco, claro!

sábado, 18 de octubre de 2008

77. Mis pinos de Cái.

Esta vez no va de mis playas de Cái, sino de mis pinos. También son bonitos, recortados sobre el azul del cielo. Lástima que suelten tanta tamuja cuando sopla fuerte mi viento de Levante...








Y así quedaron muchos tras un pavoroso incendio en verano de 2006. ¡Qué pena!

lunes, 13 de octubre de 2008

76. Los errores que duelen, en 400 palabras (cincuenta).

Los errores que duelen

A uno le gustaría ser perfecto y no cometer errores, supongo que como a todos. Pero cometo muchos. Muchos he cometido en mi vida, algunos de importante trascendencia. En esos momentos hubiera querido dar marcha atrás al reloj –como en mis 400 palabras del reloj en el espejo— y repetir la acción corrigiendo el error. Pero no es posible y uno ha de apechugar con las consecuencias.

Muchas veces, como la que me ocupa, ocurre por no pensar debidamente y con detenimiento. Me habrían bastado sólo unos segundos para interiorizar la situación y actuar en consecuencia. Ya sabemos lo rápido que es el razonamiento humano. Seguro que esos pocos segundos habrían sido suficientes. Pero no me los permití, en la vorágine de los acontecimientos. A pesar de que, en plena vorágine, tuve tiempo de dedicarme “a mis cosas”.

Viene esto a cuento porque hoy mi error ha hecho daño a mi hija. Ella me lo ha hecho ver y reconozco, por supuesto, que tiene razón. De los acontecimientos –cuyo contenido no viene a cuento aquí— tuvimos, tuve, que avisarla. No lo hice, aunque por un instante ideé cómo se lo iba a contar. Pero no la llamé para hacerlo, ni avisé a mi mujer de que lo hiciera. ¡Craso error, que ya no tiene marcha atrás! El daño está hecho y, aunque luego vinieron las paces y los perdones y los “te quiero mucho, papá” y “te quiero mucho, hija”, sé que no lo hice bien y que no lo puedo corregir. Esto último es lo más duro. El error está cometido y no hay ni excusa ni vuelta atrás posible. El daño está hecho.

Sírvanme estas palabras de desahogo, frustrado, y de expresión de mi arrepentimiento. De poco sirven, ya lo sé. De poco me sirven.

Como me decía un psicólogo al que acudí durante un tiempo mientras mi larga depresión, “nunca se sabe qué es lo mejor” y me contaba un cuento artificioso en el que lo malo era siempre por una buena razón. No me consuela, pero si hubiera reaccionado como creo que debía haberlo hecho, cabría una remota posibilidad de que alguna cosa se hubiera torcido. No lo sé, pero no me consuela.

Supongo, amigos que me leéis, que os sucede a vosotros también. Los errores se cometen por mil razones, pero cuando haces daño a alguien a quien quieres, ¡cómo duelen!


Nota: no era mi intención escribir lo anterior en exactamente 400 palabras; el tema no era para recortar o alargar, ni para modificar. Pero escribí 403 palabras y acorté una frase.

jueves, 9 de octubre de 2008

75. Ya estamos como siempre, en 400 palabras (cuarenta y nueve).

Ya estamos como siempre

—Ya estamos como siempre.
—¿Cómo es como siempre?
—Pues eso, como siempre.
—Pues como siempre estarás tú, que yo estoy mayor.
—No me refiero a eso.
—Entonces, ¿a qué te refieres?
—A que estamos como siempre.
—Eso ya lo has dicho, pero no me aclara nada.
—Pues está muy claro.
—¿Qué está muy claro?
—Que tú a lo tuyo y a mí ni caso, como siempre.
—Como siempre no, que hoy te estoy haciendo caso.
—Será hoy, y por un ratito, que hasta hace media hora estabas a lo tuyo.
—No estaba a lo mío, como dices tú, sino a lo nuestro.
—¡A lo nuestro…! Será a lo tuyo.
—Pero es lo nuestro.
—No, es lo tuyo.
—Pero si es cosa de dos.
—No, es cosa tuya conmigo, que no es lo mismo.
—Es de los dos, entonces.
—No, es cosa tuya. Lo que pasa es que me necesitas.
—Bueno, sí, pero es de los dos. Yo no tengo la culpa de que salga siempre igual.
—Podrías variar un poco, ¿no? No me gusta cómo lo haces.
— A lo mejor, si cambio, no te gusta tampoco. ¿Qué tengo que hacer?
—Hacerlo con sensibilidad, con generosidad, con cariño; podrías tener algún detalle conmigo.
—Ya lo hago.
—No lo haces. Sólo piensas en ti, nunca en mí. Y te enfadas; o no hablas.
—Estoy hablando.
—No me refiero a ahora.
—No pretenderás que hable mientras lo hacemos.
—No, no es eso y tú lo sabes.
—¿Qué es, entonces?
—No sé para qué preguntas; tienes ganas de discutir, ¿no?
—No, no quiero discutir.
—Pues es lo que haces.
—No, no discuto; simplemente, discrepo.
—¿Discrepas de qué? ¿De que no estamos como siempre?
—Por ejemplo.
—O sea, que no tengo razón.
—Que no tienes razón en qué.
—En que estamos como siempre.
—¿Ya vuelves a empezar?
—No vuelvo a empezar, continúo.
—O sea, que según tú, no te gusta cómo lo hago.
—No.
—Y por eso no quieres hacerlo.
—Sí.
—Y según tú, estamos como siempre, ¿no?
—Sí.
—Pues hoy fue mejor.
—Pero si te he dicho que no me gustó.
—Yo creo que sí, aunque lo niegues.
—Lo puedes mejorar.
—Explícame cómo.
—Teniendo algún detalle, siendo más generoso, como te dije.
—Sí, lo has dicho. ¿Y?
—Pues eso, dejándome rectificar.
—¿Cuando te comí la reina?
—Sí. ¡Vamos, que podrías dejarme ganar alguna vez, coño! ¿Te lo digo más claro?

martes, 7 de octubre de 2008

74. No me resisto...

No me resisto a publicar hoy fotos de mis playas de Cái. Hoy, tras 49 días sin disfrutarlas, sin pisar su arena fresca, sin empaparme de su sal, sin bañarme en sus aguas frescas, sin balancearme ni revolcarme en sus olas, sin ver volar sus gaviotas con las alas desplegadas, planeando; hoy, que echo de menos, en este estúpido mes de octubre, los días de sol y calor suaves, de fresco viento de Poniene y de ese viento travieso de Levante, tan queridos; hoy, que no veo cuándo llegará el 6 de diciembre para volver a repetir esas sensaciones que me calman, que me colman... esas sensaciones que, no sé por qué, necesito para sentirme vivo; hoy, que añoro mi tierra y todo lo que ella me da.

Es posible que repita algunas fotos. No importa. Son de mis playas de Cái.











miércoles, 1 de octubre de 2008

73. Hoja en blanco, en 400 palabras (cuarenta y ocho).

Hoja en blanco

Hoja en blanco en mi procesador de textos, que llevo observando unos minutos mientras pienso sobre qué escribir. La mente, también en blanco, como la hoja de mi procesador de textos. Miro la hora y pienso que debo irme a la cama ya. Ya es hora. Pero me resisto. Escribir me place, aunque sea escribir por escribir. Aunque no escriba nada de interés o escriba tontunas. Me divierte.

Aún tengo pendiente mi última revisión (penúltima, que nunca es la última) de mi última novela, Viento Norte. La escribí, la leí, la revisé, la terminé, la publiqué (en autoedición) y me compré diez ejemplares. “Qué menos”, me dije, si de las otras dos ya he vendido 200. La leyó un amigo y me detectó algunos fallos. Tiré nueve ejemplares a la basura y leí el que me quedé. Corregí la novela a pluma sobre ese ejemplar y pasé las correcciones al ordenador. Pero aún no he desarrollado las notas y tengo serias dudas sobre si cambiar o no una parte fundamental de su contenido. Las dudas no las disipo y me siento inseguro. Me había propuesto terminarla en verano, pero el verano pasó y sólo la corregí sin dar solución a mis dudas.

Entonces, la pereza se instala en mí, me refugio en esta bitácora y en mi fórmula de las 400 palabras que, no lo niego, me divierte (y me encanta cuando alguien comenta). Pero escribir 400 palabras –ya lo dije en una ocasión- es mucho más fácil que escribir 54.174, que son las palabras que tiene Viento Norte al día de hoy.

Es un problema. Lo es por lo que de fracaso tiene para mí y lo es porque me impide comenzar nuevos proyectos. Tengo tres en mente: una novela sobre la vida actual, con algo de intriga (“Los secretos de Nadia” le he puesto como título preliminar); una novela pseudohistórica (“El Señor de xxx” se llamará, donde xxx es un antepasado mío y es apellido que llevo); y, finalmente, una colección de cuentos (“los cuentos de ilo”, pueden titularse).

En definitiva, que no avanzo. Y no es por falta de tiempo, que cuando escribí Viento de Levante, la primera de la trilogía, apenas tenía tiempo y lo saqué robándoselo al sueño, al descanso y a la familia (a la familia no debí hacerlo).

Pero aquí estoy, escribiendo 400 palabras por cuadragésima octava vez… y contando.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

72. Dictando El Quijote a mi ordenador, en 400 palabras (cuarenta y siete).

Dictando El Quijote a mi ordenador

Como prometí, he dictado a mi máquina tonta las primeras 400 palabras del Quijote (más o menos) y éstas son las 400 palabras que ha entendido. Me he reído un buen rato releyéndolas, cierto que no tanto como cuando leí el original, allá por mis treinta años. Entonces entendí que la fama del Quijote no era en absoluto baladí, sino bien merecida, como todo el mundo debe saber. No he vuelto a reírme tanto leyendo ninguna novela. Pero mi máquina tonta, a todas luces, no la ha entendido. Veréis:

Capítulo uno: que tratado de la condición y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la mancha.

En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, a la antigua, rocín flaco y galgo corredor. Uno haría de algo más vaca que carnero, salpicó aun las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los bienes, es algún palomino de añadidura los domingos, consumían lastres partes de su hacienda. El, que alzas de Bayona para las fiestas con supuestos pantuflas de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su bella y te lo marginó. Tenía en su casa una dama que pasaban los cuarenta, y una sobrina que no llegaba 20, y en verso de vapor plaza, que así sea avaro cinco Guatemala podía. Prisa verdad honestidad lo conocí cuenta años, era complexión recia, sacó de carnes, dejó claro esto; drama donador y amiga la casa. Quieren decir que tenían sobrenombre de Quijano o quesada (que en esto hay alguna diferencia de los autores que en este caso escribir encierra paréntesis, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama kijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que la narración del no se salgan. La verdad.

Es, pues de saber, que está sobre dicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más de los años) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición mi gusto, que olvidó casi de todo. El ejercicio de la casa, y aun admitió estación de su hacienda; izquierda tanto su curiosidad sea desatino en esto, que vendió muchas maneras de tierra la sembradora, para comprar libros de caballerías entender; y así lleva a su casa todos cuantos todos pudo haber de ellos; y de todos o ninguno es parecían tan bien como los que compuso somos o Feliciano de silva: porque la claridad su prosa y aquellas indicaba razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaban en aquellos años y caso desafío donde muchas partes hallaba escritos: la razón de la sinrazón que mi razón se hace de tal manera muy razón en flaqueza, que Cardoso me quejo de la vuestra hermosura, y también cuando leía los altos cielos que demuestra divinidad divinamente con las estrellas y fortificar, sillas hace merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

viernes, 19 de septiembre de 2008

71. La carretera, el camión y la rueda, en 400 palabras (cuarenta y seis).

(Verídico: ocurrió en diciembre de 2005, saliendo de Madrid camino de Cái; lo escribí entonces)

La carretera, el camión y la rueda

Tres y media de la tarde, más o menos. Día soleado en Madrid, aunque fresco. A4, dirección Cádiz, con la ilusión de un fin de semana largo en las playas de mi tierra. Vamos comentando mi mujer y yo las incidencias del día. Tráfico fluido. Delante de nuestro coche, un gran camión. Me perdí, hace unos meses, la desviación a la R4 cuando adelantaba a un camión que me tapó el cartel anunciador de la autopista (¡está tan bien señalizada…!). Más instintiva que conscientemente, decido no adelantar al gran camión que circulaba por delante; estaba ya a la altura del desvío, debí pensar. Cuando voy a cambiar al carril derecho para ponerme detrás del gran camión, veo, de repente, algo raro en una rueda: salta el tapacubos. Sin solución de continuidad, veo que la rueda, una rueda inmensa, se desprende del camión y bota en el centro del carril que mi coche estaba abandonando. Me la veo encima, aplastando mi coche; pero no, no fue así, afortunadamente. Tampoco me asusté, yo creo que no tuve tiempo; todo pasó en fracciones de segundo. Al botar la gran rueda, a unos escasos metros por delante, la llanta sale despedida. Sigo a una y a otra con rápidos movimientos de cabeza, supongo, y veo la gran rueda rodar (eso es lo suyo) hacia la izquierda y la llanta saltar sin control hacia la derecha. No sé qué teorema de la Física aplicar a este fenómeno, probablemente no lo hay. Compruebo con frialdad que la gran rueda queda apoyada en la mediana y la llanta en el arcén. El tapacubos no lo volví a ver. El camino queda expedito. El gran camión cede a su izquierda, pero el conductor, muy hábil, consigue enderezar la dirección y lo dirige hacia el arcén. Con alivio observo que la gran rueda desprendida es la del eje central de los tres ejes delanteros; si hubiera sido el primero de ellos el gran camión vuelca. Nuestro coche pasa sin problemas. Mi mujer, tan tranquila como yo (tampoco le dio tiempo a su miedo a manifestarse), observó toda la maniobra y me ayudó a aclarar algunos detalles que yo no tenía claros. “Vi todo con la boca abierta; no me lo podía creer”, me dijo. Lo comentamos y celebramos nuestra suerte. Probablemente, el pasado miércoles 7 de diciembre volvimos a nacer. Así fue.

jueves, 11 de septiembre de 2008

70. El reloj en el espejo, en 400 palabras (cuarenta y cinco).

El reloj en el espejo

Tengo en casa un reloj que veo por un espejo. El reloj es grande, con puntos en lugar de números; el fondo, blanco; las manecillas, azules y la manecilla del segundero, roja. El espejo es de una calidad sorprendente.

Me paso minutos contemplando cómo progresa el reloj en sentido contrario al habitual. En sentido contrario a las agujas del reloj. Es un fenómeno tonto, si queréis, pero llamativo. Tras minutos de observarlo… ¿cómo diría?, te asusta. Ves pasar el tiempo hacia atrás. Diez, nueve, ocho, siete… como no tiene horas, te las imaginas al revés… Ya soy cinco segundos más joven, me digo. Y sigo contemplándolo. Soy lo que era hace cinco minutos.

En este curioso proceso de observación intento seguir las manecillas y retroceder en el tiempo. Como una película proyectada al revés, rebobino y recuerdo el tiempo vivido. Me veo andando hacia atrás hacia el dormitorio, donde acabo de cambiarme de ropa al llegar del trabajo; me veo bajando las escaleras, con chaqueta y corbata, hacia atrás; observo cómo conduzco, hacia atrás también, sin inmutarme, con una destreza impensable.

Recorro el día al revés, pero el día de hoy no fue interesante… me fijo en el reloj al revés y lo fuerzo a retroceder las horas rápidamente, hasta situar mi tiempo en un día de agosto. Es de noche, me levanto de la cama, paso por la cocina, desordenando cosas, y me acerco al porche, con el tapete y las cartas en la mano. Me veo sentado anotando de derecha a izquierda los resultados de la partida (perdí yo). Esparzo las cartas por la mesa y luego las recojo una a una, curioso…

Me desplazo en mi tiempo al revés hasta la playa. Tumbado, siento cómo el sol me dora la piel, mientras miro cómo las gaviotas vuelan hacia atrás… me suena raro el rumor de las olas y cómo van y vienen, aunque reconozco cierta simetría… entro en la mar de espaldas y las olas me arrastran hacia dentro. Siento su frescor. Salgo seco del agua. Paseo de espaldas por la orilla, contemplando la mar, las olas, las gaviotas, la calita vacía… corro mis treinta minutos dando pasos hacia atrás…


Disfruto cada segundo que mi reloj en el espejo me permite retroceder, sintiendo la brisa de Poniente sobre mi cuerpo húmedo de sal, el rumor de las olas, el calor del sol…

domingo, 7 de septiembre de 2008

69.De nuevo, cuatrocientas palabras, en 400 palabras (cuarenta y cuatro).

De nuevo, cuatrocientas palabras, en 400 palabras.

A ver… se me agotan ya las 400 palabras de marras. Van cuarenta y tantas y mi imaginación no da tanto. Pero tengo, al menos, un par o tres de lectoras asiduas que me son fieles y buscan cada día (una me lo ha confesado) mis 400 palabras, bien para reírse, bien para pasar un rato, bien para ver cómo “describo el mundo en 400 palabras” (palabras textuales). Así que no me queda más remedio que seguir con mi serie. Lo que ocurre es que no sé de qué tema escribir…

Escribir sobre algún tema en 400 palabras tiene su gracia, o su atractivo. Es fácil, el procesador de textos ayuda a contar y luego eliminas una palabra aquí o allá, o añades unas cuantas acullá. Con la práctica, sé hasta dónde tengo que llegar en un documento del procesador de textos que utilizo y suelo parar cuando llevo entre 389 y 412 (máh o menoh). Entonces, cuento y añado o elimino, como decía.

Es fácil, insisto. Cierto es también que, a veces, me quedo con las ganas de desarrollar más ampliamente el tema y he de dejar cosas en el tintero. Eso me obliga a condensar, a resumir, que es algo bueno. Otras, en cambio, se me queda corto y he de meter relleno del malo. Me da rabia, pero soy obsesivo y no renuncio a que sean precisamente 400 palabras. Sí, soy obsesivo y siempre lo he sido; un poco cuadriculado y me cuesta desviarme. Otro día pondré un ejemplo que tiene que ver con el juego.

Escribir es bonito. Pienso en el tema mientras me fumo un pitillo, por ejemplo, en la puta calle en horas de oficina. Me hago una idea y, luego, en casa, la desarrollo, si es que me acuerdo. Pero no siempre es así, como me ocurre hoy. Me he sentado frente a mi máquina tonta con un documento en blanco y he pensado en mis fans, con mucho cariño: “no voy a defraudarlas”. Comencé a escribir sin saber qué ni sobre qué, sí para qué.

Me quedan cuarenta y nueve palabras, contando estas anteriores. ¡Bravo! He releído el texto y veo que he conseguido lo que los políticos: hablar (escribir, en este caso) sin decir absolutamente nada. ¡Y en cuatrocientas palabras! Me faltan trece. Terminaré diciendo: ¡soy un genio… que escribe sin decir nada!

lunes, 1 de septiembre de 2008

68. Mi ordenador y el dictado, en 400 palabras (cuarenta y tres).

Durante un rato perdido estas vacaciones me he dedicado a enseñar a escuchar a mi ordenador para que aprenda a escribir lo que le dicto. Es una función que viene con Windows Vista y que descubrí hace no mucho. Le hice un dictado para probar y, como veréis, hay frases que entiende y escribe perfectamente. Pero, en general, se le va la olla. Otro día probaré dictándole el Quijote. A ver qué os parece (he borrado algunas palabras para ajustarme a mis 400):


Mi ordenador y el dictado

Enseñado a mi ordenador a escribir lo que le dictó. Le he sometido a un duro proceso de entrenamientos para que entiendan verdad y la entonación quedó varias palabras. Es un ejercicio divertido, por lo que a ti si cartel como cabría esperar: resulta que la máquina es tonta como ya sabía y me entiende muy mal. El pero este estilo porque cuando le lo que has qué es lo que ha escrito o, que es lo que se hizo por el que ha entendido, río con ganas. La máquina es tonta pero divertida, podría decir. Como muestra, os dejo lo que el ordenador ha entendido escrito cuando le he dicho este papas.

Bueno, no está tan mal, antes Loaiza bastante peor y me he reído un buen rato pero habrá dado que me entiende algo mejor y ya no me hace reír tanto.

Empieza de nuevo. La verdad es que si la cojo el tranquillo es posible que consiga dictarle muy nueva novela en lugar de tener que teclear la. Diesel teclear la no teclear la. Acreedores el teclear la, todos juntos, y no teclear la. Dicho teclear la, junto, no teclear la. Nada. Ni caso. Teclear la. Admiración joder! Diesel dije, no diesel. Diesel. Nada. He tuvo que decir en tentador que él me entienda pero me parece imposible intentado que entienda. Casi lo consigo. Pero no del todo.


En lugar de escribir, es mucho más divertido intentar corregir una frase. Porque entonces se hace la pichón leído y de manera de entender té con ella. Me estoy riendo de lo que ha escrito o comparándolo con lo que ella o a las que el dictado. Le puedo dar ordenar, aun que no es fácil. Hay que prenderlos comandos. Entiende, y. Pero no puedo dictar le pe u ene te o porque escribe.

En cualquier caso es divertido, pero no aconsejo a nadie que utiliza este método si quiere escribir algo serio. Quedado que se tarda más en corregir que en escribir directamente con el teclado. Ks es que es la última frase. Repito casi es que el día en esquina más bien ella está intentando que el ira de manera eliminar. La frase de haberla está algo mejor porque corregido. Nevada y a comer porque es todo suena a broma. El querido decir nada de Vadillo no nevada. Desactivar micrófono. Desactivar. Nada.

viernes, 29 de agosto de 2008

67. Las neuronas, en 400 palabras (cuarenta y dos).

Las neuronas

Dice la mujer que el hombre tiene una única neurona. Yo digo que la mujer tiene alguna más, sí, pero en constante ebullición.

Dice la mujer que el hombre utiliza su neurona para una cosa cada vez, y sólo para algunas cosas: sexo, fútbol, deporte en general, copa con los amigos, mus. Que todo lo demás lo hace sin utilizar su única neurona. Probablemente tenga razón.

Yo digo que la mujer utiliza sus neuronas para todo. El problema está en que nunca deja de utilizarlas y no les da descanso. De ahí las consecuencias: se cansan y, lo que es más grave, se pelean entre ellas, cosa que al hombre no le ocurre porque tiene sólo una. Por eso la mujer cambia de criterio cada poco tiempo. Con frecuencia, varias veces en pocos minutos.

Fijaos, si no, en una conversación ente hombre y mujer: la neurona del hombre mantiene su criterio sobre un determinado tema. Las neuronas de la mujer, como son varias, dicen primero una cosa, luego otra, y otra, más tarde vuelven a la primera y así sucesivamente. La neurona masculina cede —depende de su calidad, pero suele ceder si no hay maldad por medio, que a veces la hay— y, entonces, las neuronas femeninas, siempre en constante contradicción, se rebelan diciendo que la neurona masculina le da la razón como a las locas. Y si la neurona masculina no cede, peor, porque entonces es inflexible, desconsiderada, inhumana y, por supuesto, machista.

La única neurona del hombre se concentra en su tarea y, como consecuencia, olvida otras. Es obvio que el hombre es monotarea y mientras está absorto en lo suyo no necesita atención, se vale por sí mismo. La mujer, no. La mujer es multitarea, capaz de hacer múltiples cosas al mismo tiempo, una con cada neurona especializada (no enumero aquí las especializaciones, de todos conocidas) y, además, necesita atención continua. Yo creo que siempre deja una neurona alerta comprobando la atención que recibe y, si no es la esperada, hace saltar la alarma: que no me quieres nada, que no me haces ningún caso, que no soy nadie para ti, que todo es más importante que yo y sólo me quieres cuando me metes en la cama, que…

Dicho sea todo lo anterior, sinceramente, con mi tremendo cariño a las mujeres y el gran respeto que mi única neurona le tiene a las suyas.

jueves, 28 de agosto de 2008

66. Mis playas de Cái. Detalles (dos).

Más detalles de nuestras playas de Cái, de este delicioso agosto que lamentablemente ya termina...