Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

viernes, 29 de octubre de 2010

188. Caos en la oficina, parte III, en 400 palabras (ciento veintitrés).

Caos en la oficina (y parte III)
(continuación)

—Si no, ¿qué?
—Pues ya sabes, jefe, restaurar la última copia, rehacer los movimientos y...
—¿Y?
—Y rezar, claro. No lo hemos hecho nunca.
—Que no hemos hecho nunca qué, ¿rezar?
—¡Jefe! El teléfono... es Luis, el director general de nuestro mejor cliente...
—Dile que estoy hablando por teléfono.
—Ya se lo dije, pero dice que es urgente y que espera.
—Bien, dame dos minutos y me lo pasas.
...
—¡Luis! ¿Cómo estás? Un placer hablar contigo...
—¿Que cómo estoy? ¿Que un placer? Mira, no me hagas cabrear más. Mi departamento de administración ha hablado con vosotros cinco veces en lo que va de mañana y no le habéis dado solución. Tenemos que presentar los impuestos hoy, nos quedan seis horas y calculan que necesitamos al menos cinco para elaborarlos. ¿QUÉ SOLUCIÓN ME DAS?
—Bueno, Luis, mira, estamos haciendo todo lo posible. Yo creo que antes de una hora—le mentí a sabiendas, pero tenía que calmarlo—el sistema estará funcionando, créeme.
—En una hora y un minuto te llamo —y colgó.
...
—¿Cómo vais?
—Rezando...
—Ya, claro. ¿Y os hacen casos los dioses de una puñetera vez?
—El scan continúa funcionando y Jota sigue estudiando el nuevo proceso.
—O sea, me estás diciendo que AÚN no hay solución, ¿no?
—No, aún no.
—Y tú, ¿qué haces?
—Esperar.
—Hay que tomar decisiones. ¡Piensa mientras esperas, joder!
—Ya lo hice, jefe. Y no se me ocurre nada de nada. Por más vueltas que le doy sólo existen esas dos alternativas.
—¡No te creo! ¡Alguna más tiene que haber...!
—Bueno, sí: comprar un SAI que aguante más tiempo.
—Pero eso no soluciona el problema.
—El de hoy, no. Pero alguno futuro, sí.
—Pero es una pasta.
—Tú verás si compensa.
—¿Y si no funciona el scan ni el procedimiento de Jota?
—Pues... imagínate: los clientes pierden todo el trabajo hecho durante las últimas 36 horas.
—No puede ser.
—Es.
—Son ya las doce. Luis va a llamar de nuevo... decidle que el problema está casi resuelto... porque casi lo está, ¿no?
—No lo sé. Recemos.

Jota estudió el procedimiento, lo aplicó, falló, nervios, tacos... y al repetirlo, ¡funcionó! A las tres de la tarde pusimos de nuevo el sistema en marcha. Dediqué mi tiempo a atender las llamadas; de Luis, hasta cuatro. Yo, amable, encantador, pidiendo disculpas: “la Informática es así”. Y me fumé una cajetilla en la oficina, saltándome las normas.

sábado, 23 de octubre de 2010

187. Golfito, en 400 palabras (ciento veintidós).

Golfito
Mi perro Golfo, Golfito, murió ayer, tras un fuerte ataque de asfixia, sedado, tranquilo. Su veterinario nos asegura que no sufrió. Nos dejó a los 15 años (15 años menos 9 días) y tras unas semanas de encontrarse pachucho. Sabíamos que iba a ser más tarde más temprano, estábamos preparados... o eso creíamos. Pero no. Hemos sufrido y lloramos su pérdida. Ahora lo vamos a echar mucho de menos. Ya no me recibirá cuando llego a casa con esa alegría que lo caracterizaba. Ya no disfrutará haciendo sus travesuras ni nos hará disfrutar a nosotros... Ya no nos reiremos con sus gracias o sus manías, ya no gozaremos de su presencia siempre atenta. No recibiremos su cariño desinteresado... Ya no está con nosotros.

Ahora nos queda recordar los 15 años (15 años menos 9 días) de felicidad que nos ha regalado. Juguetón, alegre, travieso, bueno como él solo, fiel, sobre todo fiel, obediente, simpático... Era la alegría de la casa.

Ahora pienso en aquella respuesta que le di a mi hija cuando me dijo: "papá, quiero un perro". Le contesté: "elige: perro o padre; si un perro viene a esta casa, tu padre se irá". "Perro", me respondió, y a por él fuimos. Siempre recordaré aquella frase que mi padre decía: "no quiero animales, que se les coge mucho cariño y luego se sufre mucho cuando mueren" ¡Cuánta razón tenía! Nunca creí poder coger tanto cariño a un bicho. Claro que no era un bicho, era mi perro Golfo, al que he querido una barbaridad. Y al que sé que, desde hoy, voy a extrañar muchísimo. No lo encontraré a las siete y media de la mañana para sacarlo a la calle, ni a las ocho y media de la tarde para dar un paseo los tres, mi mujer, Golfo y yo.

Ya no correrá conmigo por mi playita de Cái, ni me ladrará en cada extremo para dar la vuelta. Ya no jugaremos a perseguirlo por la arena para que simulara enfadarse y gruñera... Lo voy a echar mucho de menos.

Si existe un cielo para perros, por qué no, Golfito estará allí y desde allí nos estará observando y disfrutando de nosotros. Desde luego mi perro Golfito vive en nuestra memoria y nunca nos olvidaremos de él. Nunca olvidaré lo que me ayudó cuando pasé aquella maldita depresión. Nunca olvidaré los ratos maravillosos que nos ha dado.

sábado, 16 de octubre de 2010

186. Caos en la oficina, parte II, en 400 palabras (ciento veintiuna).

Caos en la oficina (parte II)
(continuación)

—Ahí sigue... no sé si arreglará el disco, hay muchos errores.
—Ha pasado una hora ya. ¿Tanto tarda?
—Parece que sí.
—¿Y no tenemos copia de seguridad?
—No de ayer.
—¿De cuándo?
—De anteayer.
—¿Y los clientes?
—Que esperen.
—No pueden. Tienen que hacer las declaraciones de Hacienda y se agota el plazo... O sea, que perdemos 24 horas de trabajo.
—Sí, o puede que sean 36.
—Y nuestros clientes también.
—Sí.
—Nos van a matar.
—Sí, es probable.
—¿Y qué les vas a decir?
—Yo, nada, jefe. Tendrás que hablar tú.
—¿Yo? Pero yo no he roto el disco.
—Yo, tampoco, jefe. Se ha... —duda— se ha roto solo.
—¿Y?
—Estas cosas ocurren...
—¿Y el disco espejo también se ha roto?
—Pues... parece que sí.
—¿Y estaban en la misma cabina?
—Sí.
—¿Por qué?
—Se decidió así porque es lo normal.
—¿Y es normal que los DOS discos fallen?
—No, no lo es.
—¿Y que falle la copia de seguridad?
—No, pero ése es otro problema: se fue la luz a la hora en que estaba programada, más o menos.
—Ya, y el SAI no aguantó, ya lo sé. Bien. ¿Qué hacemos?
—Esperar.
—¿Esperar?
—Puedes rezar si quieres, no se me ocurre otra cosa.
—¿Que rece? ¿Y para qué cojones estás tú?
—Para rezar, jefe, dadas las circunstancias.
—¡Joder! No es posible tanta mala suerte.
—La mala suerte no existe, jefe. Existe la probabilidad de que algo ocurra.
—¿Y qué probabilidad era la que teníamos?
—Del 0,037%, según los cálculos que hicimos cuando montamos el sistema.
—O sea, del 100%.
—No, del 0,037%.
—Sí, pero ha ocurrido y ya es del 100%, ¿o no?
—Hombre, visto así...
(Silencio; quizás estaban rezando todos)
—¿Otras opciones?
—Restaurar los datos de anteayer y pasar el fichero de operaciones que recoge todas las hechas durante el día.
—¿Y adónde llegamos así?
—A un resultado equivalente al que pretendemos: recuperaríamos todo.
—¿Y a qué esperamos?
—Jota lo está estudiando.
—¿Estudiándolo? ¿Es que no conoce el procedimiento?
—No lo hemos aplicado nunca, será la primera vez.
—¡Joder! Pues que espabile.
—En ello está.
—¿Y cuánto tiempo necesita?
—Calculo que unas tres horas.
—¿TRES horas? ¡Qué barbaridad!
—Sí, jefe: 45 minutos para restaurar y el resto para aplicar los cambios en la base de datos.
—Los clientes nos van a matar.
—Sí.
—¿Y qué hacemos?
—Esperar a que termine el scan por si resulta; si no...

(continuará)

domingo, 10 de octubre de 2010

185. Caos en la oficina, parte I, en 400 palabras (ciento veinte).

Caos en la oficina (parte I)

Gran día de trabajo, anteayer. Uno de esos que yo calificaría como insoportable, horrible, insufrible, desgraciado. O, mejor, de los que diría que nunca debieron existir. Pero los días existen todos, mientras vivas, sean buenos o malos, muy malos, muy buenos, anodinos o regulares. A mí me gustaría decir que esta semana ha tenido seis días: lunes, martes, miércoles, jueves, sábado y domingo; y saltarme el viernes. O que el mes ha tenido 29 días: 1, 2, 3,... 7, 9, 10, 11,... 30 y 31; y saltarme el 8. Mi mente hace tremendos esfuerzos por creerlo así, pero no tiene éxito o me traiciona: no puedo olvidar lo que pasó ese día, ese maldito día (vaya por delante que no ocurrió ninguna desgracia personal, ni quebró la empresa, ni me despidieron... no; fue simplemente un caos informático y la empresa es una de tantas del sector, por lo que se supone que somos expertos en la materia y nuestros técnicos, con una media superior a 15 años en este oficio —algún día explicaré por qué no profesión—, se supone que saben; hasta yo debería saber).

Primera hora: los servidores (los ordenadores que dan servicio a propios y a clientes) están parados; se fue la luz de madrugada y el SAI (sistema de alimentación ininterrumpida) agotó sus baterías. La luz ya había vuelto y los servidores habían arrancado, pero un fallo en la cabina de discos que contienen bases de datos impidió que el servicio se normalizara.

—No importa, los discos tienen copia espejo (en tiempo real) y sólo hay que cambiar el original por la copia y arrancamos como si no hubiera ocurrido nada —dice, ufano y muy seguro, el responsable de sistemas. Y hace el cambio. Y el disco nuevo, que era la copia, falla también.
—No es el disco, es la cabina —asevera.
—¿Y? —pregunto.
—Nada, hago un scan y se arregla.
—¡Hazlo!
Pasa un buen rato. Los teléfonos arden: “En unos minutos...”. “Sí, es cuestión de segundos...”. “No se preocupe, todo se recuperará....”. “No, no se altere, en seguida le damos servicio...”.
—¿Cuánto le queda al scan?
—No lo sé. Está corrigiendo muchos errores.
—¿Y si volcamos la copia de datos de anoche?
—Ya lo pensé, jefe, pero tengo una mala noticia: la copia no se hizo porque se fue la luz.
—Ya —intento no perder los nervios—... ¿y el scan?

(continuará)

sábado, 2 de octubre de 2010

184. Aburrimiento, en 400 palabras (ciento diecinueve).

Aburrimiento

—¿Qué haces?
—Nada.
—Nada no puede ser, algo harás.
—Pues no hago nada. No tengo trabajo.
—¿Y no se te ocurre hacer algo?
—Sí, muchas cosas, pero aquí no puedo.
—¿Por qué?
—Porque son cosas que no debo hacer aquí; aparentemente estoy trabajando.
—Pero no trabajas.
—No.
—¿Y qué vas a hacer?
—Nada. Bueno, sí, tiempo. Voy a hacer tiempo.
—¿Y qué es hacer tiempo?
—En definitiva, esperar sin hacer nada.
—¡Ah! Y esperar ¿qué?
—Esperar a tener cosas que hacer.
—Ya.
—Así es.
—Podrías ayudar a algún compañero.
—Estupendo. Si quieres, ayudo a Alberto.
—Buena idea. ¿Y qué hace Alberto?
—Creo que nada.
—Entonces, ¿a qué vas a ayudarle?
—A no hacer nada. Puede ser divertido.
—Sí, puede serlo.
...
—Jefe, ¿tienes algo para mí?
—No.
—¿Y qué hago?
—Pues... nada.
—Es lo que hacía.
—Hace un rato me has dicho que hacías tiempo.
—Sí, pero es lo mismo que no hacer nada, ¿no crees? Hago tiempo mientras a ti se te ocurre qué puedo hacer.
—Pues... ahora no se me ocurre nada. Quizá mañana.
—Me aburro. ¿No puedes adelantármelo?
—No, no depende de mí. Depende del cliente.
—Pero podemos avanzar algo.
—No si no paga.
—Pero qué más te da. Si no firma, y no paga, al menos he empleado mi tiempo.
—¿Trabajar gratis? Ni hablar.
—Y si firma, tengo adelantado un día.
—No quiero correr riesgos.
—No corres ninguno. Sólo que evitas que me aburra no haciendo absolutamente nada.
—Seguro que tienes cosas más útiles que hacer.
—¿Por ejemplo?
—Documentar el último proyecto, revisar lo que hiciste, reflexionar si lo desarrollaste de la mejor forma posible...
—Eso ya lo hice.
—¿Y?
—Creo que ahora lo haría mejor; quiero decir, lo haría de otra forma y el desarrollo sería más eficaz.
—Pues hazlo.
—Sería trabajar gratis. El proyecto ya está entregado y funcionando.
—Tienes razón, y no me gusta que trabajemos gratis.
—Entonces, ¿qué hago?
—Nada.
—Ya, es lo que hago, pero es tremendamente aburrido.
—Échale imaginación.
—La tengo agotada.
—Lee la prensa.
—No tenemos acceso a Internet, tú nos lo has quitado.
—Mmm, cierto.
...
—Oye, ya he pensado: puedes aprender.
—¿Aprender? Vale. Qué.
—Pues mejorar tus conocimientos de logística, por ejemplo.
—Un curso dices, ¿no?
—Sí, por ejemplo.
—¿Me lo pagas?
—No, claro, no están las cosas para gastos.
—¿Entonces?
—Autoestudio, por Internet.
—Pero si nos has quitado Internet.
—Es verdad... pues no hagas nada.