Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
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Guarismo.

domingo, 24 de abril de 2011

213. Olas, gaviotas y WinDreamer en mis playas de Cái

Lluviosa Semana Santa ésta de 2011, con algún claro que otro. Pero ahí quedan olas, gaviotas y el placer de navegar con WinDreamer por mis maravillosas playas de Cái.

domingo, 17 de abril de 2011

212. Conduciendo, en 400 palabras (ciento cuarenta y cinco).

Conduciendo

Yo soy un hombre tranquilo conduciendo. Procuro cumplir las normas de circulación, respetar los pasos de peatones, no excederme en velocidad, mantener la distancia de seguridad..., en fin, me empeño en ser un buen conductor a conciencia, cada día me da más miedo tener un accidente.

De joven no era así. Entonces no había límite de velocidad y yo apretaba de lo lindo. De lo lindo, entonces, era llegar a 120 Km/h como mucho con mi Simca 1000 de estudiante. Toda una proeza. Recuerdo que, acelerando a tope en la autopista Cádiz Sevilla —a lo mejor llegué a 140 Km/h— reventé el coche. No recuerdo qué le pasó, pero sí que nos quedamos tirados.

G. a D., no he tenido accidentes. Sólo una vez, con el seiscientos de mi novia, di un pequeño golpe al de delante por mirar donde no debía (a saber lo que miraba). En otras tres ocasiones he estado a punto, pero no me considero responsable: un coche con una rueda pinchada a la entrada de un túnel (me pego a la derecha, entre el coche parado y el muro, no mato a nadie de milagro y el que me sigue se empotra con el coche pinchado); hielo en una curva yendo a Cádiz un uno de enero de madrugada, con deslizamiento indomable hacia fuera, hasta que conseguí dominar no sé cómo ese desplazamiento anómalo; y una enorme rueda que se desprende del camión que me precedía y no nos mató por casualidad o porque no estaba escrito (ya lo conté en esta bitácora). La verdad es que no me puedo quejar.

Sin embargo, hay conductores que son muy imprudentes, y digo imprudentes por no utilizar los apelativos groseros que se merecen. Tengo un amigo que es pacífico, pero que, en cuanto conduce, se transforma: corre, frena en seco, acelera, adelanta por la izquierda o por la derecha, según le dé, ignora los pasos de peatones, va pegado al culo del de delante... y, además, insulta al contrario, compite con él si le ha adelantado... En una ocasión se bajó del coche y le quiso pegar a uno que no se había dejado adelantar. Menos mal que lo frené.

Sí, hay gente que conduce de forma temeraria. Luego hay accidentes, claro. De cajón. Por ejemplo: ¿por qué no se respeta la distancia de seguridad? Es muy sencillo y muy seguro. Pues no. No lo entiendo.

sábado, 9 de abril de 2011

211. Estudio, en 400 palabras (ciento cuarenta y cuatro).

Estudio

Estudio. Eso hago. Tengo que hacerlo, no me queda más remedio; me examino pasado mañana, y al día siguiente y al otro. No puedo fallar. Pero no me concentro. Me siento, abro el libro, cojo un lápiz y papel, leo, subrayo, escribo y... me levanto. Voy a la cocina, como algo, lo que pillo, me paseo por la casa, tropiezo con mi madre, que me pregunta: ¿qué haces? Estudiar, le contesto, pero estaba estirando las piernas. ¡Ah! me dice. Entro en mi habitación, cierro la puerta, me vuelvo a sentar, pongo música, suave, y sigo por donde iba. ¿Por dónde iba? Me cuesta un rato recordarlo y coger el hilo otra vez. Leo, subrayo, tomo notas. Paro. Enciendo un pitillo y escucho la música. Es bueno este Telemann. Vuelvo al libro, bajo un poco más el volumen, respiro tres veces por la nariz y con los pulmones (me lo enseñó mi padre) y leo de nuevo y subrayo y escribo un resumen. No puedo más. Me levanto. Paseo por la habitación. Fumo otro pitillo. Salgo a la cocina y bebo agua. Voy a mi cuarto. Vuelvo a la cocina por una cocacola. Y vuelta a empezar: cierro la puerta, me siento, cojo el lápiz, leo, subrayo, resumo, leo, subrayo, resumo; vuelvo atrás e intento repetir lo ya estudiado; nada, sólo algunos recuerdos vagos. Releo lo ya leído y subrayado y lo memorizo. Intento concentrarme, apago la música. Pero, antes, otro pitillo. Hago el esfuerzo y repito la lección como si de un loro se tratara. Ahora ha ido mejor. Casi recuerdo el 80 por ciento, el resto es que no lo entiendo. Salto en el libro al siguiente capítulo. Leo, subrayo. Me agoto. Vuelvo a poner la música. Vuelvo a levantarme. Paseo, otro pitillo.

Me enfado conmigo mismo, intento segregar adrenalina: pienso en el examen y me asusto. Otra vez el libro, el lápiz, el papel. Subrayo, repito, memorizo. Cierro el libro y diserto, pero disertar está muy lejos de la realidad. Compruebo. Leo las notas. Un 5 pelao, no más. Me desespero. Salgo a la calle. ¿Dónde vas? A comprar tabaco. Doy un paseo, tomo el aire, el aire fresco de febrero, me despejo, me prometo, me propongo. Pienso en el examen, en los exámenes y me acojono. Subo, me siento, cojo el libro, aguanto, me esfuerzo, me concentro. Una cierta alegría, profunda, me inunda. Llega la satisfacción.

sábado, 2 de abril de 2011

210. Conversación ajena, en 400 palabras (ciento cuarenta y tres).

(No soy aficionado a escuchar conversaciones ajenas. Normalmente no me interesan, me aburren y, además, mi oído no es suficientemente fino para oír a cierta distancia. Por otro lado, mi cabeza es incapaz de mantener la atención continuada a una conversación que no tiene nada que ver conmigo. Sin embargo, ninguna de estas condiciones se cumplía ante lo que estaba oyendo: estaba yo sentado en una cafetería tomándome mi sándwich, cuando una pareja se sienta en una mesa cercana; él tenía cara de mal humor, ella, ojeras y ojos llorosos. Esto es lo que oí:)


Conversación ajena


—No, no, así no podemos seguir, así que piénsatelo.

—Estoy de acuerdo: así no podemos seguir, pero la culpa no es sólo mía.

—No lo creo. Es tuya y sólo tuya. Yo no entiendo que nunca quieras hacerlo. O estás cansada, o te duele la cabeza, o es tarde, o es temprano, o llueve, o nieva... cualquier excusa es buena para ti.

—No me entiendes lo más mínimo: a mí me gusta hacerlo, pero de vez en cuando, cuando realmente vamos a disfrutar. Y lo hacemos. Lo que pasa es que a ti te apetece demasiado. Por ti, mañana, tarde y noche. Y si es ración doble, mejor. Y yo ese ritmo no lo aguanto.

—Es cierto que yo quiero más y más, pero tú no me das nada. Podrías esforzarte un poco, ¿no?

—Y tú podrías dominarte. Tu relación conmigo sólo se basa en eso. Y yo quiero otras cosas: cariño, atención, delicadeza, interés.

—Todo eso te lo doy. Pero lo desprecias porque únicamente piensas en lo mismo. Crees que todo lo que hago contigo va orientado a eso y lo malinterpretas.

—No me engañes. Es que todo lo que haces por mí tiene un único fin y tú lo sabes.

—No es cierto. Lo que pasa es que no me quieres entender.

—Es que, efectivamente, no te entiendo. No entiendo que tu único objetivo y tu única forma de estar bien conmigo sea ésa. Tengo la impresión de que no me quieres, no me respetas y de que soy sólo un medio para tus fines. Para eso lo dejamos y te buscas a otra. Así yo no te aguanto.

—Yo sí, yo te quiero y estoy dispuesto a ceder... si cedes tú. Podemos llegar a un acuerdo.

—¿Qué acuerdo? ¿Hacerlo cuando tú quieres?

—No, una vez cedo yo y otra tú. Parece justo, ¿no?

—O sea, que como tú quieres a todas horas, ¿lo hacemos a diario?

—Bueno..., no, me bastaría un día sí y otro no.

—¿Estás loco? Una vez a la semana y vas que chutas.

—Tres.

—Dos.

—Dos, los fines de semana y una, otro día.

—Una el fin de semana y otra cuando realmente me apetezca a mí.

—Y eso, ¿cuándo es? Que yo sepa, no te apetece nunca.

—Como siempre, estás confundido. No me das tiempo, siempre te me adelantas. Ten paciencia, por favor.

—Mira, mejor lo dejamos.

—Creo que sí.