Me fui con lo puesto
Me fui con lo puesto. Nada más. Salí a comprar tabaco y... no he vuelto. Estoy harto. Harto del trabajo, de la casa, de los amigos, del perro, harto de la vida que llevo. Así que salí con lo puesto y no he vuelto.
No sé adónde ir, qué voy a hacer, cómo voy a vivir, dónde pasaré la noche ni en qué ocuparé mi tiempo durante los próximos días. No sé nada de lo que pasará a continuación. Per sí sé que no volveré al trabajo, que estoy harto de mis clientes, que me dan de comer con los proyectos que nos contratan, sí, pero que son una panda de desgarramantas, abusones, chantajistas, exigentes y prepotentes, además de ignorantes y estúpidos; de mis colaboradores, que no hacen otra cosa que plantearme problemas y no solucionar ninguno; de mi secretaria, estupenda pero estúpida; de algunos técnicos, listos pero soberbios; de mi jefe, simplón, dictador, vago, incompetente, inútil, inepto, egoísta, tacaño, avaro... pero dueño de la empresa; de mis proveedores, que me engañan como a un chino, mienten como bellacos.
También estoy harto de mi casa. Mi mujer no me engaña, pero siempre le duele la cabeza; mis hijos no me hacen maldito caso, y me han perdido el respeto. En casa no mando nada, ni siquiera se tienen en cuenta mis opiniones y me ignoran. Si pido un beso, a lo sumo me ponen la cara... y con mala cara; si pido explicaciones, me dan la callada por respuesta; si sugiero algo —ya no me atrevo a ordenar— me toman por el pito del sereno y se ríen abiertamente de mí. Y no digamos de mis suegros, que me desprecian; ni de mis cuñados, que me ignoran.
De los amigos... bueno, también estoy harto. Son buenos amigos, pero se olvidan de mí cuando hay algo importante, o sea, que les paso desapercibido. Y dicen que sí, que me aprecian, que soy buen tío aunque no sepa jugar al mus, pero se olvidan de mí.
Del perro, estoy hasta las narices. Sólo me ladra a mí cuando intento acariciarlo.
De mi vida, bueno, no tendría que quejarme: tengo trabajo, con buen sueldo, tengo familia, tengo amigos, tengo perro. Pero estoy harto de todos.
Y yo creo que soy buena persona. Quizá, no.
Hoy he dado un portazo y me he ido a comprar tabaco. No volveré.
Me fui con lo puesto. Nada más. Salí a comprar tabaco y... no he vuelto. Estoy harto. Harto del trabajo, de la casa, de los amigos, del perro, harto de la vida que llevo. Así que salí con lo puesto y no he vuelto.
No sé adónde ir, qué voy a hacer, cómo voy a vivir, dónde pasaré la noche ni en qué ocuparé mi tiempo durante los próximos días. No sé nada de lo que pasará a continuación. Per sí sé que no volveré al trabajo, que estoy harto de mis clientes, que me dan de comer con los proyectos que nos contratan, sí, pero que son una panda de desgarramantas, abusones, chantajistas, exigentes y prepotentes, además de ignorantes y estúpidos; de mis colaboradores, que no hacen otra cosa que plantearme problemas y no solucionar ninguno; de mi secretaria, estupenda pero estúpida; de algunos técnicos, listos pero soberbios; de mi jefe, simplón, dictador, vago, incompetente, inútil, inepto, egoísta, tacaño, avaro... pero dueño de la empresa; de mis proveedores, que me engañan como a un chino, mienten como bellacos.
También estoy harto de mi casa. Mi mujer no me engaña, pero siempre le duele la cabeza; mis hijos no me hacen maldito caso, y me han perdido el respeto. En casa no mando nada, ni siquiera se tienen en cuenta mis opiniones y me ignoran. Si pido un beso, a lo sumo me ponen la cara... y con mala cara; si pido explicaciones, me dan la callada por respuesta; si sugiero algo —ya no me atrevo a ordenar— me toman por el pito del sereno y se ríen abiertamente de mí. Y no digamos de mis suegros, que me desprecian; ni de mis cuñados, que me ignoran.
De los amigos... bueno, también estoy harto. Son buenos amigos, pero se olvidan de mí cuando hay algo importante, o sea, que les paso desapercibido. Y dicen que sí, que me aprecian, que soy buen tío aunque no sepa jugar al mus, pero se olvidan de mí.
Del perro, estoy hasta las narices. Sólo me ladra a mí cuando intento acariciarlo.
De mi vida, bueno, no tendría que quejarme: tengo trabajo, con buen sueldo, tengo familia, tengo amigos, tengo perro. Pero estoy harto de todos.
Y yo creo que soy buena persona. Quizá, no.
Hoy he dado un portazo y me he ido a comprar tabaco. No volveré.