Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

jueves, 30 de octubre de 2008

79. Flores de mi tierra de Cái.

Mientras no llegue ese deseado puente de diciembre (sin ojos, este año) y pueda ir de nuevo a mis playas de Cái, bañarme en sus frescas olas, pisar su arena rubia, contemplar sus gaviotas, sentir su brisa, dejarme acariciar por su sol... mientras no llega, os dejo estas imágenes de las flores de mi tierra...










viernes, 24 de octubre de 2008

78. Amabilidad, en 400 palabras (cincuenta y una).

Amabilidad

Esta mañana, fumando un pitillo en la puta calle, me llamó la atención lo siguiente: fui a apagar el cigarro en el cenicero colocado al efecto y observé que la señora de la limpieza del edificio de oficinas (donde somos unas ¿200 personas?) estaba a punto de recogerlo. Como es lógico y natural, lo apagué de manera que no quedara la brasa encendida. “Es Ud. muy amable, muy atento, muchísimas gracias”, me dijo. “Es lo razonable, si no, vaya lío podría haberle formado; le prendería la bolsa de la basura”, contesté. “Sí, pero eso no lo hace nunca nadie”, y recalcó lo de nunca y nadie. “Será porque no se dan cuenta”, dije, quitándole importancia. “No, no, es que no hay nadie tan amable como Ud.”. Me sonrojé, le dije “gracias, Gladis” y me subí a la oficina.

Y ahora, recordando el hecho, me viene a la memoria que, en general, las señoras de la limpieza siempre, allá donde haya estado, me han estimado algo más de lo que debe ser lo normal. Repasando cuál puede ser la causa, llego a una única conclusión: los demás son unos mal educados (o deben ser, o puede que lo sean, o quizás lo son, pero no todos, etc.). La razón es muy sencilla: lo único que yo hago es decir un “buenos días” o “buenas tardes”; pasar, si puedo, por donde ellas no están fregando para no pisar su trabajo, o pedirles disculpas si no hay otro sitio y pasar de puntillas; y poco más, salvo apagar el pitillo como hice hoy. Yo no me tengo por simpático, más bien creo que soy antipático, pero intento ser sencillamente correcto. Y resulta que las empleadas en ese trabajo tan necesario, y tan digno, me estiman. Algo falla, entonces. Yo no debo destacar para ellas por gestos tan elementales como los que cito. Y si es así es porque, efectivamente, somos una caterva de maleducados y soberbios, que pisoteamos su trabajo o, simplemente, lo ignoramos. Es cierto que he visto gente pasar por su lado sin saludar y sin importarles un bledo si pisan el suelo aún húmedo, o incluso mientras lo limpian.

Es una pena. La educación más elemental se va perdiendo, la amabilidad brilla por su ausencia… No cuento esto en mi favor, ¡hasta ahí podría llegar!, sino en detrimento de esta sociedad cada vez peor educada. ¡Y así destaco, claro!

sábado, 18 de octubre de 2008

77. Mis pinos de Cái.

Esta vez no va de mis playas de Cái, sino de mis pinos. También son bonitos, recortados sobre el azul del cielo. Lástima que suelten tanta tamuja cuando sopla fuerte mi viento de Levante...








Y así quedaron muchos tras un pavoroso incendio en verano de 2006. ¡Qué pena!

lunes, 13 de octubre de 2008

76. Los errores que duelen, en 400 palabras (cincuenta).

Los errores que duelen

A uno le gustaría ser perfecto y no cometer errores, supongo que como a todos. Pero cometo muchos. Muchos he cometido en mi vida, algunos de importante trascendencia. En esos momentos hubiera querido dar marcha atrás al reloj –como en mis 400 palabras del reloj en el espejo— y repetir la acción corrigiendo el error. Pero no es posible y uno ha de apechugar con las consecuencias.

Muchas veces, como la que me ocupa, ocurre por no pensar debidamente y con detenimiento. Me habrían bastado sólo unos segundos para interiorizar la situación y actuar en consecuencia. Ya sabemos lo rápido que es el razonamiento humano. Seguro que esos pocos segundos habrían sido suficientes. Pero no me los permití, en la vorágine de los acontecimientos. A pesar de que, en plena vorágine, tuve tiempo de dedicarme “a mis cosas”.

Viene esto a cuento porque hoy mi error ha hecho daño a mi hija. Ella me lo ha hecho ver y reconozco, por supuesto, que tiene razón. De los acontecimientos –cuyo contenido no viene a cuento aquí— tuvimos, tuve, que avisarla. No lo hice, aunque por un instante ideé cómo se lo iba a contar. Pero no la llamé para hacerlo, ni avisé a mi mujer de que lo hiciera. ¡Craso error, que ya no tiene marcha atrás! El daño está hecho y, aunque luego vinieron las paces y los perdones y los “te quiero mucho, papá” y “te quiero mucho, hija”, sé que no lo hice bien y que no lo puedo corregir. Esto último es lo más duro. El error está cometido y no hay ni excusa ni vuelta atrás posible. El daño está hecho.

Sírvanme estas palabras de desahogo, frustrado, y de expresión de mi arrepentimiento. De poco sirven, ya lo sé. De poco me sirven.

Como me decía un psicólogo al que acudí durante un tiempo mientras mi larga depresión, “nunca se sabe qué es lo mejor” y me contaba un cuento artificioso en el que lo malo era siempre por una buena razón. No me consuela, pero si hubiera reaccionado como creo que debía haberlo hecho, cabría una remota posibilidad de que alguna cosa se hubiera torcido. No lo sé, pero no me consuela.

Supongo, amigos que me leéis, que os sucede a vosotros también. Los errores se cometen por mil razones, pero cuando haces daño a alguien a quien quieres, ¡cómo duelen!


Nota: no era mi intención escribir lo anterior en exactamente 400 palabras; el tema no era para recortar o alargar, ni para modificar. Pero escribí 403 palabras y acorté una frase.

jueves, 9 de octubre de 2008

75. Ya estamos como siempre, en 400 palabras (cuarenta y nueve).

Ya estamos como siempre

—Ya estamos como siempre.
—¿Cómo es como siempre?
—Pues eso, como siempre.
—Pues como siempre estarás tú, que yo estoy mayor.
—No me refiero a eso.
—Entonces, ¿a qué te refieres?
—A que estamos como siempre.
—Eso ya lo has dicho, pero no me aclara nada.
—Pues está muy claro.
—¿Qué está muy claro?
—Que tú a lo tuyo y a mí ni caso, como siempre.
—Como siempre no, que hoy te estoy haciendo caso.
—Será hoy, y por un ratito, que hasta hace media hora estabas a lo tuyo.
—No estaba a lo mío, como dices tú, sino a lo nuestro.
—¡A lo nuestro…! Será a lo tuyo.
—Pero es lo nuestro.
—No, es lo tuyo.
—Pero si es cosa de dos.
—No, es cosa tuya conmigo, que no es lo mismo.
—Es de los dos, entonces.
—No, es cosa tuya. Lo que pasa es que me necesitas.
—Bueno, sí, pero es de los dos. Yo no tengo la culpa de que salga siempre igual.
—Podrías variar un poco, ¿no? No me gusta cómo lo haces.
— A lo mejor, si cambio, no te gusta tampoco. ¿Qué tengo que hacer?
—Hacerlo con sensibilidad, con generosidad, con cariño; podrías tener algún detalle conmigo.
—Ya lo hago.
—No lo haces. Sólo piensas en ti, nunca en mí. Y te enfadas; o no hablas.
—Estoy hablando.
—No me refiero a ahora.
—No pretenderás que hable mientras lo hacemos.
—No, no es eso y tú lo sabes.
—¿Qué es, entonces?
—No sé para qué preguntas; tienes ganas de discutir, ¿no?
—No, no quiero discutir.
—Pues es lo que haces.
—No, no discuto; simplemente, discrepo.
—¿Discrepas de qué? ¿De que no estamos como siempre?
—Por ejemplo.
—O sea, que no tengo razón.
—Que no tienes razón en qué.
—En que estamos como siempre.
—¿Ya vuelves a empezar?
—No vuelvo a empezar, continúo.
—O sea, que según tú, no te gusta cómo lo hago.
—No.
—Y por eso no quieres hacerlo.
—Sí.
—Y según tú, estamos como siempre, ¿no?
—Sí.
—Pues hoy fue mejor.
—Pero si te he dicho que no me gustó.
—Yo creo que sí, aunque lo niegues.
—Lo puedes mejorar.
—Explícame cómo.
—Teniendo algún detalle, siendo más generoso, como te dije.
—Sí, lo has dicho. ¿Y?
—Pues eso, dejándome rectificar.
—¿Cuando te comí la reina?
—Sí. ¡Vamos, que podrías dejarme ganar alguna vez, coño! ¿Te lo digo más claro?

martes, 7 de octubre de 2008

74. No me resisto...

No me resisto a publicar hoy fotos de mis playas de Cái. Hoy, tras 49 días sin disfrutarlas, sin pisar su arena fresca, sin empaparme de su sal, sin bañarme en sus aguas frescas, sin balancearme ni revolcarme en sus olas, sin ver volar sus gaviotas con las alas desplegadas, planeando; hoy, que echo de menos, en este estúpido mes de octubre, los días de sol y calor suaves, de fresco viento de Poniene y de ese viento travieso de Levante, tan queridos; hoy, que no veo cuándo llegará el 6 de diciembre para volver a repetir esas sensaciones que me calman, que me colman... esas sensaciones que, no sé por qué, necesito para sentirme vivo; hoy, que añoro mi tierra y todo lo que ella me da.

Es posible que repita algunas fotos. No importa. Son de mis playas de Cái.











miércoles, 1 de octubre de 2008

73. Hoja en blanco, en 400 palabras (cuarenta y ocho).

Hoja en blanco

Hoja en blanco en mi procesador de textos, que llevo observando unos minutos mientras pienso sobre qué escribir. La mente, también en blanco, como la hoja de mi procesador de textos. Miro la hora y pienso que debo irme a la cama ya. Ya es hora. Pero me resisto. Escribir me place, aunque sea escribir por escribir. Aunque no escriba nada de interés o escriba tontunas. Me divierte.

Aún tengo pendiente mi última revisión (penúltima, que nunca es la última) de mi última novela, Viento Norte. La escribí, la leí, la revisé, la terminé, la publiqué (en autoedición) y me compré diez ejemplares. “Qué menos”, me dije, si de las otras dos ya he vendido 200. La leyó un amigo y me detectó algunos fallos. Tiré nueve ejemplares a la basura y leí el que me quedé. Corregí la novela a pluma sobre ese ejemplar y pasé las correcciones al ordenador. Pero aún no he desarrollado las notas y tengo serias dudas sobre si cambiar o no una parte fundamental de su contenido. Las dudas no las disipo y me siento inseguro. Me había propuesto terminarla en verano, pero el verano pasó y sólo la corregí sin dar solución a mis dudas.

Entonces, la pereza se instala en mí, me refugio en esta bitácora y en mi fórmula de las 400 palabras que, no lo niego, me divierte (y me encanta cuando alguien comenta). Pero escribir 400 palabras –ya lo dije en una ocasión- es mucho más fácil que escribir 54.174, que son las palabras que tiene Viento Norte al día de hoy.

Es un problema. Lo es por lo que de fracaso tiene para mí y lo es porque me impide comenzar nuevos proyectos. Tengo tres en mente: una novela sobre la vida actual, con algo de intriga (“Los secretos de Nadia” le he puesto como título preliminar); una novela pseudohistórica (“El Señor de xxx” se llamará, donde xxx es un antepasado mío y es apellido que llevo); y, finalmente, una colección de cuentos (“los cuentos de ilo”, pueden titularse).

En definitiva, que no avanzo. Y no es por falta de tiempo, que cuando escribí Viento de Levante, la primera de la trilogía, apenas tenía tiempo y lo saqué robándoselo al sueño, al descanso y a la familia (a la familia no debí hacerlo).

Pero aquí estoy, escribiendo 400 palabras por cuadragésima octava vez… y contando.