Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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domingo, 23 de diciembre de 2012

297. Revolución, en 400 palabras (doscientas once).

Revolución

Sin entrar en las revoluciones políticas, culturales, sociológicas, intelectuales y filosóficas, que las ha habido a cientos a lo largo de la historia y han contribuido a los grandes cambios que la humanidad ha sufrido o disfrutado, las grandes revoluciones agrícolas, industriales, tecnológica e informática han conseguido el nivel de progreso y bienestar del que disfruta parte de la población mundial. La “otra parte” vive en la miseria, el hambre, la desesperanza y la tragedia sin que la “primera parte” haga gran cosa por remediarlo, aunque probablemente algo se hace, o algo hace una pequeñísima parte de la población de la “primera parte” que se entrega desinteresadamente a la “otra parte”.

La famosa crisis “¿qué crisis?” de los últimos años, vivida, y aún vívida, por el llamado mundo occidental, la “primera parte”, es el disparador de una nueva revolución, o lo va a ser en no mucho tiempo. Ya hay conatos.

No sé cómo la vamos a denominar, ni mucho menos sé cuál será su resultado. Pero sí sé que es necesaria.

Los que vivimos en el “estado del bienestar”, tan cacareado, deberemos aprender a renunciar a lujos y atenciones innecesarios, injustos si miramos más allá de nuestras narices.

Alabo al empresario que lucha por su empresa y por sus trabajadores, que los hay, sin duda. Detesto al que se “forra” a costa de su empresa y sus trabajadores, a los que deja en la calle porque el único objetivo es hacerse él millonario. Desvía el dinero a otra empresa suya y hunde a la que le hizo rico. De éstos, lamentablemente, hay demasiados. También detesto al trabajador que no cumple.

Detesto a estos sindicatos que no son capaces de luchar contra las injusticias laborales, contra los abusos, contra los empresarios que detesto, y no defienden de verdad al trabajador que lo necesita. Están politizados al máximo, la política les ha envenenado y les ha hecho perder la necesaria objetividad.

Odio la corrupción. Los políticos la permiten y engordan con ella.

No entiendo a la Justicia. No es justa. 

Odio la codicia. La codicia humana, que no tiene límites, es la última causa de la crisis “¿qué crisis?” que padecemos y que tiene asfixiada la economía de la “primera parte” y explotada la maltrecha economía de la “otra parte”.

Necesitamos esa revolución que cambie el mundo. No la harán los países. La hará la gente. Será tranquila, será justa.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

296. El efecto mosquito, en 400 palabras (doscientas diez).

El efecto mosquito

Estaba yo sentado a la mesa de un chiringuito en una de mis playas (cosa rara, pues a mí me gusta la playa, no los chiringuitos de la playa), cuando un molesto mosquito se me acerca tanto que su zumbido me ensordece el oído izquierdo. Abro la mano, estiro el brazo y lo impulso con todas mis fuerzas para cazarlo. El mosquito se escapa, pero mi mano abierta va a dar en la cara de un señor que en ese preciso momento se levantaba de la silla. El señor era bajito y fuerte. Se parecía a un vecino que tengo que es un venao, y que odio profundamente, y por un instante me pareció que le daba a él. ¡Que se joda! Pero no, ese señor no era. Cayó hacia atrás y se agarró al palo del sombrajo. ¡La que lió (liamos)! El palo cedió, el sombrajo se desplomó y destrozó la barra y el techo del chiringuito, destruyendo todo en un cataclismo inesperado. Oí gritos, vi heridos, olí sangre y escuché tacos en arameo. Llamé al 112 pidiendo una ambulancia y los bomberos. ¡De prisa, que esto se derrumba! Yo estaba ileso y acudí a ayudar al primer herido que me encontré: el hombre que recibió mi bofetada. Me quería pegar y yo quería ayudarlo. Sin solución: me devolvió la bofetada. Caí hacia atrás y le rompí la pierna a una pobre mujer que intentaba levantarse. Oí las sirenas. Al chiringuito se llega por un terraplén que baja hasta la playa. Vi bajar por él, a toda marcha, al coche de bomberos y tras él a la ambulancia. Los bomberos frenaron cuando empezaron a bajar por la empinada rampa, la tierra les hizo derrapar y el coche volcó, se salió del terraplén y se precipitó sobre lo que quedaba de chiringuito. La tierra tembló. Gritos, más sangre, más heridos. La ambulancia frenó en seco, al ver el coche de bomberos. El conductor salió por el parabrisas, no debía de llevar cinturón de seguridad, y enfermero y doctora, que iban detrás, se golpearon hasta quedar sin sentido. Eso lo supe después, reconstruyendo los hechos.

La tierra volvió a temblar, y esta vez no fue por el impacto, que ocurrió un rato antes. O sí. 

A lo lejos, en la mar, vi una ola que crecía y crecía y venía hacia nosotros.

Me río yo del efecto mariposa.