Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

196. Es hora de decidir, en 400 palabras (ciento treinta).

Es hora de decidir

Sí, ya es hora. Después de varios años de sequía, creo que debo decidir ya. Con el año nuevo. No puedo seguir inactivo en algo que me gusta, aunque no sé si sirvo para ello. No importa. Me gusta y punto. Lo prometo: con el nuevo año, empiezo. O continúo. Primero, debo reemprender y terminar “El número 29”, novela para chavales que tengo empezada. Fecha límite: el verano. Después abordaré otra que esbocé hace tiempo. Necesito actividad, no vale pasar las horas muertas, aunque tampoco es que las pase sin hacer nada: leo, charlo, veo algo de TV (series grabadas, sólo las de calidad), pero hay tiempos muertos que debería dedicar a escribir. He de mentalizarme y esforzarme. He de motivarme y recuperar la costumbre que tuve durante un tiempo. Aunque escribir no es sólo costumbre: es esfuerzo. Con el esfuerzo diario se obtiene la costumbre y quizás cuesta menos, pero no deja de ser esfuerzo. Es voluntad, fuerza de voluntad. Cuesta mucho a veces. Pero la echo de menos. Da satisfacción, mucha, ver la obra acabada. Siempre con la incógnita de si es buena, o suficiente, o no. De si gustará o se abandonará su lectura tras sus primeras páginas. Es la eterna duda.

De las tres novelas que escribí me celebraron la primera, me aceptaron la segunda, incluso con crítica positiva, y me pusieron a caer de un burro la tercera. Fui de más a menos. Es decepcionante, aunque yo ya lo sabía: la primera la escribí con entusiasmo en un año; la segunda la escribí convencido, pero tardé más de tres años; la tercera, casi cinco y lo hice porque me empeñé en que fuera una trilogía. Y la escribí casi por obligación. No me gustó la primera versión y la cambié. Pero no a mi satisfacción, y la cerré finalmente: llevaba demasiado tiempo con ella.

Ahora, finalizando 2010 y ante un nuevo año, es tiempo de compromisos (que, por cierto, yo nunca me hago en estas fechas, pero haré una excepción: lo necesito).

Buscaré energía, brío y entusiasmo. Sembraré semillas en mi cabeza para que provoquen que mi imaginación se desborde y sea capaz de crear. Me concentraré. Sufriré, lo sé, ante la pantalla en blanco y el teclado silencioso, mientras las neuronas se rebelan y se niegan a pensar. Habré de aprender a domarlas de nuevo para el oficio de escribir.

domingo, 19 de diciembre de 2010

195. Cosas que ocurren, en 400 palabras (ciento veintinueve).

Cosas que ocurren

No me lo creía. Estaba como un idiota mirando a Ester, la empleada del despacho de loterías, que ya estaba de fiesta, y escuchando simultáneamente el grito que pegaba. Miré hacia atrás, no podía creer que me hubiera tocado a mí. Era mucho dinero. “Cálmate, Ester, dime lo que me ha tocado y dime que no me estás engañando y no te confundes”. “¡No me confundo, no te engaño! ¡Tienes el gordo, el premio más gordo que ha dado jamás esta administración!”. “Pero eso es mucho dinero”. “¡Sí, mucho, mucho!”. “¿Y qué hago?”. “Tendrás que ir a un banco”. “No me lo creo, no me lo puedo creer, es mucho dinero”. “Hasta ahora eres el que más tiene, lo demás está muy repartido”. “Y eso que intercambié varios...”, dije finalmente pensando en la suerte que había repartido entre mis hermanos y mis amigos.

Seguí atontado unos segundos, sin creérmelo. Miraba alternativamente a ella, atónito, y la pantalla de la maquinita que mostraba una cifra con muchos ceros. “¿Todo eso me ha tocado a mí?”. “Sí, todo eso es tuyo, ¡enhorabuena!”. “Bueno, bien, bárbaro... y, ahora, ¿qué hago?”. “Toma los décimos y vete a un banco; te los pagan allí”. “Vale, bien, muchas gracias, vendré luego”.

Guardé los décimos como oro en paño, sin soltar la mano de la cartera. Entré en un bar a tomar café y calmarme un poco. Llamé a mi mujer. “Nos ha tocado”. “¿Qué?”. “Que nos ha tocado el gordo”. “¿En serio?”. “En serio”. “Y qué vamos a hacer?”. “Y yo que sé; de momento ingresarlo en algún banco; luego, veremos”. “¿Cuánto ha sido?”. “Bastante”. Le conté los detalles. “¡Qué barbaridad, no me lo puedo creer!”. “¡Pues créetelo, que es verdad! Aunque a mí también me parece mentira”. “Ahora mismo llamo a los niños”. “Espera, no les digas nada, diles que vengan a casa esta tarde y se lo decimos los dos”. “Habrá que compartirlo”. “¡Claro!”.

Fui a un banco, negocié, no me gustó. Fui a otro, tampoco. Me fui al mío de siempre y allí los ingresé. “Ya negociaremos las condiciones”, dije, y me fui. Deambulé pensando si iría a trabajar o me cogería el día de vacaciones. Tenía que hacer cuentas. Lo dejaría para la noche, cuando estuviéramos todos. Entonces decidiríamos. Me fui a trabajar, aunque llegué tarde. No dije nada. Como si tal cosa no me hubiera ocurrido a mí.
Y aún no me ha ocurrido...

domingo, 12 de diciembre de 2010

194. A la búsqueda del camino, en 400 palabras (ciento veintiocho).

A la búsqueda del camino

Estaba desorientado. Salió a la calle como siempre y no la reconoció. Se dispuso a andar camino de su destino, como todos los días, y se encontró perdido. Tenía la sensación de que ya le había pasado lo mismo en semanas y meses anteriores, pero sabía que siempre había encontrado el camino, aunque algún día le costara más que otros. Hoy, en cambio, era distinto. Estaba confuso. No reconocía los edificios colindantes, no reconocía las calles. Le sonaba a nueva la cafetería que hacía esquina y la tintorería que estaba al lado. Juraría no haberlas visto nunca. Se enfrentó a un semáforo que no recordaba y cruzó como si no estuviera allí, a riesgo de ser atropellado. De hecho, el frenazo en seco de un autobús le salvó la vida. Al conductor no le dio tiempo ni a tocar el claxon, los viajeros cayeron unos sobre otros, debió haber algún herido, pero él ni se enteró. Cruzó la calle y siguió adelante, aunque sin saber dónde estaba ni adónde tenía que dirigirse. Miró el reloj: le pareció que era tarde, pero no estaba muy seguro. Se paró en la acera y miró los edificios a ambos lados de la calle. Los veía altísimos, estilizados, todos de un color gris cemento con ventanas largas y estrechas. No alcanzó a contar los pisos; la vista se le perdió a la mitad, cuando había contado cuarenta y siete. Juraría que nunca los había visto. “Me he confundido”, se dijo, “he cogido una calle nueva”. Miró el nombre de la placa en la siguiente esquina: “no, no me he confundido, ésta es mi calle”. Volvió, perplejo, a mirar hacia arriba y sintió como si los edificios se le vinieran encima, de tan altos. Grises, los edificios eran todos de color gris. Grises eran las aceras y la calzada, grises los carteles de los comercios. Hasta el cielo, cubierto de nubes, era gris. Comenzó a andar de nuevo, buscando colores distintos, buscando cómo orientarse para encontrar su camino. “Este camino lo he recorrido miles de veces”, se decía, “tiene que estar por aquí”. Anduvo sin rumbo toda la mañana. Miraba la hora de vez en cuando y siempre le parecía que era algo tarde, pero nunca estuvo seguro. Una cierta resignación le envolvía la consciencia, una cierta tristeza le atenazaba levemente el corazón, pero él seguía caminando buscando el camino.

lunes, 6 de diciembre de 2010

193. Comemos allí, en 400 palabras (ciento veintisiete).

Comemos allí...

Un pequeño caos, ayer domingo. Lo cuento.

Por la mañana, temprano, fuimos a navegar con los WINDreamers a la playa. A una de esas playas de Cái, enorme, con kilómetros de arena húmeda y compacta, marea baja, viento del Suroeste de unos 15 nudos, aunque racheado. Lluvia, frío, pero una delicia recorrer la playa a bordo de un WINDreamer, volando, volcando, navegando a velocidades superiores a 40 Km/h. Adrenalina a flor de piel. Placer indescriptible. Ya conté en otra entrada de esta bitácora lo que es navegar en la playa con un carro a vela, con un WINDreamer: seguro, apasionante, placentero... una gozada, en fin.

Éramos un montón: diez de doce hermanos con cónyuges e hijos. Todo rueda de maravilla, como los WINDreamers... ningún incidente, alegría, risas, pasión...

Sube la marea, y el frío y la lluvia arrecian, y hay que dejar la playa. Recogemos los carros a vela. Hablamos de comer juntos. Vale, ¿dónde? Pues no sé. Pues allí, pues aquí, pues faltan algunos, pues que vengan. Somos treinta y tantos. Vamos a R. a tomar pizzas. Pero allí no se puede entrar sin pase. Podremos entrar unos 20, que hay cuatro pases y por cada uno dejan a cinco. Pues yo me quedo fuera, que ya fuimos muchas veces. Ni hablar. Yo he venido aquí a veros y tenemos que comer juntos, así que busquemos otro sitio. No, no, nos apañamos, seguro que entramos. Ya, pero es una idiotez ir tan lejos; yo vengo aquí a comer pescaíto frito, no pizzas. Y ya son las tres, hay que decidir. Pues no entramos. Pues yo no voy. Es una pérdida de tiempo. Y tengo hambre.

En resumen: llegamos todos a las puertas de R., algunos rezagados, que se perdieron, las cuatro ya. Dos de los que tenían pase ya estaban dentro y no quería salir: una llama a otra y la otra le cuelga el teléfono. ¡Me ha colgado minhhhmana!, ¿será posible? ¡Y ahora apaga el teléfono! Pues no entramos. ¡Que sí! ¡Qué no! Pues yo me voy. ¿A quién se le ocurrió venir aquí? Es una idiotez. Me cabreo y suelto tacos en castellano y en arameo. Me subo al coche. Arranco. Me paran. Me convencen. Vuelvo a soltar tacos, me enfado más. Al final entramos todos, haciendo todas las trampas posibles.

Pido disculpas por mi enorme cabreo y los tacos... Las pizzas estaban riquísimas. Repetí.

sábado, 27 de noviembre de 2010

192. Cuasi feliz, en 400 palabras (ciento veintiséis).

Cuasi feliz

No puedo quejarme: soy casi feliz. Aún me falta alguna que otra cosa que solucionar, por eso soy casi feliz, no feliz del todo. Pero son cosas sin importancia: algunas se solucionarán solas, con el tiempo; otras, puede que nunca, y tendré que aprender a vivir con ellas, qué remedio; por el resto habrá que luchar y encontrar solución. Seré capaz, supongo.

Si miro al pasado, claro que hay cosas que no me hacen feliz, pero así es la vida y he de aceptarla. Lo mejor es no mirar atrás, sino al presente y al futuro. Si miro, puedo decir que, en general, estoy satisfecho, aunque me tire de los pelos, impotente, por algunas acciones y decisiones. He cometido errores, muchos, he actuado mal, mucha veces, he cometido estupideces, muchas también; algunas no me las he perdonado aún, pero convivo con ellas. Es humano, me digo. Bien me hubiera gustado no cometer errores ni estupideces... me hubiera gustado ser perfecto, como a todos. Me hubiera gustado haber sido mejor persona, buena por lo menos, aunque muy mala no creo que lo sea.

Si miro atrás, a mi alrededor, echo de menos a muchos seres muy queridos, a los que ya no tengo: les llegó su hora. Es difícil creerlo así, a veces me resisto, pero he de asumirlo, aunque me produce una sensación extraña. Así es la vida, finita. Viven en mi memoria y en mi cariño.

Si miro al hoy, no me puedo quejar. Todo va bien. Es de agradecer. Quiero y me siento querido, ¿qué más puedo pedir? Disfruto de las comodidades suficientes que nos proporciona el bienestar de la sociedad en la que me ha tocado vivir. Hay muchísimas personas que sufren lo indecible y mueren prematuramente porque nacieron en lugar equivocado. No es mi caso y debo alegrarme por ello, agradecerlo.

Si miro al mañana, lo espero con buen aspecto. Nunca se sabe, claro, pero apunta a ello. ¡Ojalá! No hay nubarrones negros a la vista, los que había ya descargaron. Seré optimista. Mi vida discurre por derroteros apacibles, que no sé si me he ganado, pero sí mi gente más cercana, que ya era hora.

En definitiva, que si alguna vez me siento triste o desganado, o simplemente desanimado, no tengo derecho. Debería sentirme feliz y demostrarlo. Debería derrochar buen humor y optimismo, y contagiarlo a los que me rodean. Me debo convencer.

sábado, 20 de noviembre de 2010

191. Patatas fritas, en 400 palabras (ciento veinticinco).

(Diálogo entre un padre y su hija de 4 años; real como la vida misma)

Patataz fritaz...

—Papá, quero patataz.
—¿Qué patatas, hija?
—Fritaz, ¡Friiitaaaz!
—Claro, claro.
—Laz quero ya, papá.
—Vamos a ver dónde las encontramos. Allí hay un quiosco, ven.
—Laz quero en bolza amarilla.
—Bueno, primero veamos si las hay, luego cuáles tienen y entonces eliges.
—Vale.
...
—¿Tienen bolsas de patatas fritas?
—No.
—Vaya, hija, no hay.
—Poz yo quero patataz fritaz, tengo hambre.
—¿Te da igual panchitos, o ganchetos?
—No, quero patataz fritaz, ya te lo he dicho.
—Ya lo sé, pero no hay.
—Da igual, quero patataz fritaz.
—Bueno, tranquila, vamos a otro sitio.
...
—¿Me da una bolsa de patatas fritas?
—Lo siento, señor, se me han agotado.
—¿No le queda ni una? Mi hija quiere patatas fritas.
—Ya se lo dije, no tengo.
—Mala suerte, hija: aquí tampoco hay.
—¡Yo quero (llorando) patataz fritaz, papá!
—Ya lo sé, hija, pero ya ves que no las encontramos. ¿Quieres alguna otra cosa?
—¡No! (gritando).
—Bien, no te enfades, seguiremos buscándolas.
—Papá (llorando), ¿te haz enterado? No quero otra coza, quiero patataz fritaz.
—Pero no hay, ya las estamos buscando, ten paciencia y no llores.
—Lloro porque quero.
—Ya, pero no debes llorar. Si lloras me enfado.
—Ya eztáz enfadado.
—No, hija, me enfadaré si sigues llorando. Eres mayor y debes entender que esos señores no tienen patatas fritas. Andamos un poquito más y las buscamos, ¿vale?
—Zí, ¡eztoy canzada! (gritando).
—¿Pero no quieres patatas fritas?
—Zí.
—Tenemos que ir a otro sitio.
—No quero. ¡Me canzo!
—Entonces no podemos comprarlas.
—Yo quero patataz fritaz.
—Ya lo sé hija, estamos intentando encontrarlas. Pero si no las hay, no las hay y no puedo comprártelas.
—¡Yo quero patataz fritaz! (gritando y llorando).
—Pues vamos, no te pares.
—Erez malo, no me querez (llorando).
—Sí que te quiero, hija, y no me gusta que llores por una cosa así. Yo intento solucionarlo, pero tú no me dejas.
—Zí te dejo. Tienez que comprarlaz.
—Bien, vamos.
—¿Me llevaz en brazoz? (sin llorar).
—Ya eres mayor para eso.
—Zoy pequeñita.
—Está bien. Sube.
...
—Tampoco hay patatas fritas, lo siento, hija.
Poz vete de mi caza (con el ceño fruncido).
—Yo no tengo la culpa, estamos buscándolas.
¡Vete de mi mundo! (gritando y el ceño aún más fruncido).
—Hija, no te enfades conmigo, tranquila, aún nos quedan sitios por mirar...
—No te quero. ¡Y vete de mi vida! (gritando más, con el ceño fruncidísimo).
A mi hija

domingo, 14 de noviembre de 2010

190. Otra hoja en blanco, en 400 palabras (ciento veinticuatro).

Hoja en blanco

Esta hoja lleva abierta y en blanco más de 15 minutos.

Esta hoja lleva abierta y casi en blanco más de 30 minutos.

Esta hoja lleva abierta y casi en blanco más de 45 minutos.

Ya no está en blanco, que he escrito una, dos, tres líneas. Cuatro con ésta.

Es lo que tiene querer escribir y no poder. O no saber. Juro que lo intento. Desde que abrí esta hoja han pasado muchas cosas: me he quedado mirándola un buen rato, mientras pensaba en un tema para escribir. Como no se me ocurría nada y hoy, tarde de domingo, no tengo otra cosa mejor que hacer (bueno, sí, podría leer, pero tengo una novela, la primera de la cola, que me da cierta pereza empezar: sospecho que es un tostón), he entrado en Internet a ver las cuentas del banco, y he hecho cuentas —mejor no las hubiera hecho—; luego he vuelto a la hoja en blanco y he anotado el tiempo que llevaba así, porque no se me ocurría sobre qué escribir; a continuación, he visitado, he leído y he comentado el blog de una amiga y he vuelto a esta hoja. Ya no estaba en blanco, pues había anotado por dos veces el tiempo que llevaba así, o casi. La he vuelto a dejar abierta y me he dado una vuelta por la prensa diaria en la Red; nada que destacar, salvo en deporte, que en política es lo mismo que todos los días y es mejor ignorarlo si no quiero enfadarme más: ¡vaya panorama!

Bien, y a la tercera me he quedado aquí. Como no sabía sobre qué escribir, he escrito precisamente eso, y ya llevo 287 palabras. Mi objetivo, como siempre, son 400. Ya queda menos.

Luego me he interrumpido de nuevo, porque ha llegado mi mujer y he tenido que contarle las cuentas, que ya dije hubiera sido mejor no haberlas hecho. Perdí el hilo que retomo ahora... ¿por dónde iba? ¡Ah, sí! 400. Ya sé que he escrito muchas veces en esta bitácora sobre las cuatrocientas palabras, directa o indirectamente, como hoy. Pero no lo puedo remediar: uno es animal de costumbres, costumbres que, a veces, se convierten en obsesivas. A uno le gusta ser ordenado y disciplinado, lo que impide muchas veces conocer otras cosas, disfrutar de la variedad o emprender nuevos caminos... En fin, es mi sino.

domingo, 7 de noviembre de 2010

189. Mi playita de Cái.

Olas, reflejando el sol y rompiendo en la arena, en mi playita de Cái este puente de noviembre.

viernes, 29 de octubre de 2010

188. Caos en la oficina, parte III, en 400 palabras (ciento veintitrés).

Caos en la oficina (y parte III)
(continuación)

—Si no, ¿qué?
—Pues ya sabes, jefe, restaurar la última copia, rehacer los movimientos y...
—¿Y?
—Y rezar, claro. No lo hemos hecho nunca.
—Que no hemos hecho nunca qué, ¿rezar?
—¡Jefe! El teléfono... es Luis, el director general de nuestro mejor cliente...
—Dile que estoy hablando por teléfono.
—Ya se lo dije, pero dice que es urgente y que espera.
—Bien, dame dos minutos y me lo pasas.
...
—¡Luis! ¿Cómo estás? Un placer hablar contigo...
—¿Que cómo estoy? ¿Que un placer? Mira, no me hagas cabrear más. Mi departamento de administración ha hablado con vosotros cinco veces en lo que va de mañana y no le habéis dado solución. Tenemos que presentar los impuestos hoy, nos quedan seis horas y calculan que necesitamos al menos cinco para elaborarlos. ¿QUÉ SOLUCIÓN ME DAS?
—Bueno, Luis, mira, estamos haciendo todo lo posible. Yo creo que antes de una hora—le mentí a sabiendas, pero tenía que calmarlo—el sistema estará funcionando, créeme.
—En una hora y un minuto te llamo —y colgó.
...
—¿Cómo vais?
—Rezando...
—Ya, claro. ¿Y os hacen casos los dioses de una puñetera vez?
—El scan continúa funcionando y Jota sigue estudiando el nuevo proceso.
—O sea, me estás diciendo que AÚN no hay solución, ¿no?
—No, aún no.
—Y tú, ¿qué haces?
—Esperar.
—Hay que tomar decisiones. ¡Piensa mientras esperas, joder!
—Ya lo hice, jefe. Y no se me ocurre nada de nada. Por más vueltas que le doy sólo existen esas dos alternativas.
—¡No te creo! ¡Alguna más tiene que haber...!
—Bueno, sí: comprar un SAI que aguante más tiempo.
—Pero eso no soluciona el problema.
—El de hoy, no. Pero alguno futuro, sí.
—Pero es una pasta.
—Tú verás si compensa.
—¿Y si no funciona el scan ni el procedimiento de Jota?
—Pues... imagínate: los clientes pierden todo el trabajo hecho durante las últimas 36 horas.
—No puede ser.
—Es.
—Son ya las doce. Luis va a llamar de nuevo... decidle que el problema está casi resuelto... porque casi lo está, ¿no?
—No lo sé. Recemos.

Jota estudió el procedimiento, lo aplicó, falló, nervios, tacos... y al repetirlo, ¡funcionó! A las tres de la tarde pusimos de nuevo el sistema en marcha. Dediqué mi tiempo a atender las llamadas; de Luis, hasta cuatro. Yo, amable, encantador, pidiendo disculpas: “la Informática es así”. Y me fumé una cajetilla en la oficina, saltándome las normas.

sábado, 23 de octubre de 2010

187. Golfito, en 400 palabras (ciento veintidós).

Golfito
Mi perro Golfo, Golfito, murió ayer, tras un fuerte ataque de asfixia, sedado, tranquilo. Su veterinario nos asegura que no sufrió. Nos dejó a los 15 años (15 años menos 9 días) y tras unas semanas de encontrarse pachucho. Sabíamos que iba a ser más tarde más temprano, estábamos preparados... o eso creíamos. Pero no. Hemos sufrido y lloramos su pérdida. Ahora lo vamos a echar mucho de menos. Ya no me recibirá cuando llego a casa con esa alegría que lo caracterizaba. Ya no disfrutará haciendo sus travesuras ni nos hará disfrutar a nosotros... Ya no nos reiremos con sus gracias o sus manías, ya no gozaremos de su presencia siempre atenta. No recibiremos su cariño desinteresado... Ya no está con nosotros.

Ahora nos queda recordar los 15 años (15 años menos 9 días) de felicidad que nos ha regalado. Juguetón, alegre, travieso, bueno como él solo, fiel, sobre todo fiel, obediente, simpático... Era la alegría de la casa.

Ahora pienso en aquella respuesta que le di a mi hija cuando me dijo: "papá, quiero un perro". Le contesté: "elige: perro o padre; si un perro viene a esta casa, tu padre se irá". "Perro", me respondió, y a por él fuimos. Siempre recordaré aquella frase que mi padre decía: "no quiero animales, que se les coge mucho cariño y luego se sufre mucho cuando mueren" ¡Cuánta razón tenía! Nunca creí poder coger tanto cariño a un bicho. Claro que no era un bicho, era mi perro Golfo, al que he querido una barbaridad. Y al que sé que, desde hoy, voy a extrañar muchísimo. No lo encontraré a las siete y media de la mañana para sacarlo a la calle, ni a las ocho y media de la tarde para dar un paseo los tres, mi mujer, Golfo y yo.

Ya no correrá conmigo por mi playita de Cái, ni me ladrará en cada extremo para dar la vuelta. Ya no jugaremos a perseguirlo por la arena para que simulara enfadarse y gruñera... Lo voy a echar mucho de menos.

Si existe un cielo para perros, por qué no, Golfito estará allí y desde allí nos estará observando y disfrutando de nosotros. Desde luego mi perro Golfito vive en nuestra memoria y nunca nos olvidaremos de él. Nunca olvidaré lo que me ayudó cuando pasé aquella maldita depresión. Nunca olvidaré los ratos maravillosos que nos ha dado.

sábado, 16 de octubre de 2010

186. Caos en la oficina, parte II, en 400 palabras (ciento veintiuna).

Caos en la oficina (parte II)
(continuación)

—Ahí sigue... no sé si arreglará el disco, hay muchos errores.
—Ha pasado una hora ya. ¿Tanto tarda?
—Parece que sí.
—¿Y no tenemos copia de seguridad?
—No de ayer.
—¿De cuándo?
—De anteayer.
—¿Y los clientes?
—Que esperen.
—No pueden. Tienen que hacer las declaraciones de Hacienda y se agota el plazo... O sea, que perdemos 24 horas de trabajo.
—Sí, o puede que sean 36.
—Y nuestros clientes también.
—Sí.
—Nos van a matar.
—Sí, es probable.
—¿Y qué les vas a decir?
—Yo, nada, jefe. Tendrás que hablar tú.
—¿Yo? Pero yo no he roto el disco.
—Yo, tampoco, jefe. Se ha... —duda— se ha roto solo.
—¿Y?
—Estas cosas ocurren...
—¿Y el disco espejo también se ha roto?
—Pues... parece que sí.
—¿Y estaban en la misma cabina?
—Sí.
—¿Por qué?
—Se decidió así porque es lo normal.
—¿Y es normal que los DOS discos fallen?
—No, no lo es.
—¿Y que falle la copia de seguridad?
—No, pero ése es otro problema: se fue la luz a la hora en que estaba programada, más o menos.
—Ya, y el SAI no aguantó, ya lo sé. Bien. ¿Qué hacemos?
—Esperar.
—¿Esperar?
—Puedes rezar si quieres, no se me ocurre otra cosa.
—¿Que rece? ¿Y para qué cojones estás tú?
—Para rezar, jefe, dadas las circunstancias.
—¡Joder! No es posible tanta mala suerte.
—La mala suerte no existe, jefe. Existe la probabilidad de que algo ocurra.
—¿Y qué probabilidad era la que teníamos?
—Del 0,037%, según los cálculos que hicimos cuando montamos el sistema.
—O sea, del 100%.
—No, del 0,037%.
—Sí, pero ha ocurrido y ya es del 100%, ¿o no?
—Hombre, visto así...
(Silencio; quizás estaban rezando todos)
—¿Otras opciones?
—Restaurar los datos de anteayer y pasar el fichero de operaciones que recoge todas las hechas durante el día.
—¿Y adónde llegamos así?
—A un resultado equivalente al que pretendemos: recuperaríamos todo.
—¿Y a qué esperamos?
—Jota lo está estudiando.
—¿Estudiándolo? ¿Es que no conoce el procedimiento?
—No lo hemos aplicado nunca, será la primera vez.
—¡Joder! Pues que espabile.
—En ello está.
—¿Y cuánto tiempo necesita?
—Calculo que unas tres horas.
—¿TRES horas? ¡Qué barbaridad!
—Sí, jefe: 45 minutos para restaurar y el resto para aplicar los cambios en la base de datos.
—Los clientes nos van a matar.
—Sí.
—¿Y qué hacemos?
—Esperar a que termine el scan por si resulta; si no...

(continuará)

domingo, 10 de octubre de 2010

185. Caos en la oficina, parte I, en 400 palabras (ciento veinte).

Caos en la oficina (parte I)

Gran día de trabajo, anteayer. Uno de esos que yo calificaría como insoportable, horrible, insufrible, desgraciado. O, mejor, de los que diría que nunca debieron existir. Pero los días existen todos, mientras vivas, sean buenos o malos, muy malos, muy buenos, anodinos o regulares. A mí me gustaría decir que esta semana ha tenido seis días: lunes, martes, miércoles, jueves, sábado y domingo; y saltarme el viernes. O que el mes ha tenido 29 días: 1, 2, 3,... 7, 9, 10, 11,... 30 y 31; y saltarme el 8. Mi mente hace tremendos esfuerzos por creerlo así, pero no tiene éxito o me traiciona: no puedo olvidar lo que pasó ese día, ese maldito día (vaya por delante que no ocurrió ninguna desgracia personal, ni quebró la empresa, ni me despidieron... no; fue simplemente un caos informático y la empresa es una de tantas del sector, por lo que se supone que somos expertos en la materia y nuestros técnicos, con una media superior a 15 años en este oficio —algún día explicaré por qué no profesión—, se supone que saben; hasta yo debería saber).

Primera hora: los servidores (los ordenadores que dan servicio a propios y a clientes) están parados; se fue la luz de madrugada y el SAI (sistema de alimentación ininterrumpida) agotó sus baterías. La luz ya había vuelto y los servidores habían arrancado, pero un fallo en la cabina de discos que contienen bases de datos impidió que el servicio se normalizara.

—No importa, los discos tienen copia espejo (en tiempo real) y sólo hay que cambiar el original por la copia y arrancamos como si no hubiera ocurrido nada —dice, ufano y muy seguro, el responsable de sistemas. Y hace el cambio. Y el disco nuevo, que era la copia, falla también.
—No es el disco, es la cabina —asevera.
—¿Y? —pregunto.
—Nada, hago un scan y se arregla.
—¡Hazlo!
Pasa un buen rato. Los teléfonos arden: “En unos minutos...”. “Sí, es cuestión de segundos...”. “No se preocupe, todo se recuperará....”. “No, no se altere, en seguida le damos servicio...”.
—¿Cuánto le queda al scan?
—No lo sé. Está corrigiendo muchos errores.
—¿Y si volcamos la copia de datos de anoche?
—Ya lo pensé, jefe, pero tengo una mala noticia: la copia no se hizo porque se fue la luz.
—Ya —intento no perder los nervios—... ¿y el scan?

(continuará)

sábado, 2 de octubre de 2010

184. Aburrimiento, en 400 palabras (ciento diecinueve).

Aburrimiento

—¿Qué haces?
—Nada.
—Nada no puede ser, algo harás.
—Pues no hago nada. No tengo trabajo.
—¿Y no se te ocurre hacer algo?
—Sí, muchas cosas, pero aquí no puedo.
—¿Por qué?
—Porque son cosas que no debo hacer aquí; aparentemente estoy trabajando.
—Pero no trabajas.
—No.
—¿Y qué vas a hacer?
—Nada. Bueno, sí, tiempo. Voy a hacer tiempo.
—¿Y qué es hacer tiempo?
—En definitiva, esperar sin hacer nada.
—¡Ah! Y esperar ¿qué?
—Esperar a tener cosas que hacer.
—Ya.
—Así es.
—Podrías ayudar a algún compañero.
—Estupendo. Si quieres, ayudo a Alberto.
—Buena idea. ¿Y qué hace Alberto?
—Creo que nada.
—Entonces, ¿a qué vas a ayudarle?
—A no hacer nada. Puede ser divertido.
—Sí, puede serlo.
...
—Jefe, ¿tienes algo para mí?
—No.
—¿Y qué hago?
—Pues... nada.
—Es lo que hacía.
—Hace un rato me has dicho que hacías tiempo.
—Sí, pero es lo mismo que no hacer nada, ¿no crees? Hago tiempo mientras a ti se te ocurre qué puedo hacer.
—Pues... ahora no se me ocurre nada. Quizá mañana.
—Me aburro. ¿No puedes adelantármelo?
—No, no depende de mí. Depende del cliente.
—Pero podemos avanzar algo.
—No si no paga.
—Pero qué más te da. Si no firma, y no paga, al menos he empleado mi tiempo.
—¿Trabajar gratis? Ni hablar.
—Y si firma, tengo adelantado un día.
—No quiero correr riesgos.
—No corres ninguno. Sólo que evitas que me aburra no haciendo absolutamente nada.
—Seguro que tienes cosas más útiles que hacer.
—¿Por ejemplo?
—Documentar el último proyecto, revisar lo que hiciste, reflexionar si lo desarrollaste de la mejor forma posible...
—Eso ya lo hice.
—¿Y?
—Creo que ahora lo haría mejor; quiero decir, lo haría de otra forma y el desarrollo sería más eficaz.
—Pues hazlo.
—Sería trabajar gratis. El proyecto ya está entregado y funcionando.
—Tienes razón, y no me gusta que trabajemos gratis.
—Entonces, ¿qué hago?
—Nada.
—Ya, es lo que hago, pero es tremendamente aburrido.
—Échale imaginación.
—La tengo agotada.
—Lee la prensa.
—No tenemos acceso a Internet, tú nos lo has quitado.
—Mmm, cierto.
...
—Oye, ya he pensado: puedes aprender.
—¿Aprender? Vale. Qué.
—Pues mejorar tus conocimientos de logística, por ejemplo.
—Un curso dices, ¿no?
—Sí, por ejemplo.
—¿Me lo pagas?
—No, claro, no están las cosas para gastos.
—¿Entonces?
—Autoestudio, por Internet.
—Pero si nos has quitado Internet.
—Es verdad... pues no hagas nada.



domingo, 26 de septiembre de 2010

183. Noche incierta, en 400 palabras (ciento dieciocho).

Noche incierta

Eran casi las once de la noche y María estaba sola. Miraba por el balcón hacia ninguna parte. Aunque intentaba dirigir su mirada hacia la puerta de la casa, o a donde imaginaba que estaba la puerta de la casa, no veía nada; la oscuridad era absoluta. Miraba hacia ninguna parte, aunque ella creía mirar hacia la puerta de la casa. Nada, no veía nada. Ni siquiera las estrellas iluminaban la calle con su luz tenue; estaría nublado.

No obstante, María miraba con su mirada fija hacia donde suponía que estaba la puerta de la casa. Esperaba a su marido, que había salido a las nueve a dar una vuelta con el perro. Le extrañaba su tardanza y se asomó al balcón. Dos horas era mucho tiempo para dar una vuelta con el perro. Normalmente volvía en menos de media hora, una hora como mucho si el tiempo era bueno. Pero esa noche hacía frío y la oscuridad era absoluta. El pueblo se había quedado sin luz por la tormenta que había estallado a las ocho. No entendía María qué hacía su marido ni a dónde había ido. Abrió la ventana por si oía ladrar al perro, pero el silencio era sepulcral. La calma hacía presagiar una buena nevada después de la tormenta de las ocho, que fue de aguanieve con ventisca. Se le helaron las piernas y la cara y cerró el balcón. Su preocupación aumentó y decidió salir a buscarlos. Se abrigó convenientemente y salió a la calle.

A tientas abrió la cancela de la casa, hacía donde creía mirar cuando estaba en el balcón. A tropezones salió a la calle (¡malditos adoquines! ¡ya podían asfaltar de una vez!) y a tropezones cogió calle arriba pensando que su marido había seguido el camino de siempre. Su marido siempre cogía calle arriba, “para luego bajar”, decía. Unos copos blancos, o que suponía blancos porque no los veía, empezaron a caer silenciosamente sobre su cabeza. La calma era total, la oscuridad absoluta y el frío cada vez más intenso. Ni siquiera la nevada templaba el ambiente como ocurriera oras veces. Tuvo miedo y frío y desazón y no se atrevió a seguir. Se dio media vuelta y volvió a tientas a su casa. Intuía una noche larga e incierta. No funcionaban los teléfonos y el vecino más cercano vivía en el otro extremo de la calle, calle arriba.

viernes, 17 de septiembre de 2010

182. WINDreamer, en 400 palabras (ciento diecisiete).

WINDreamer



El WINDreamer es el mejor carro a vela jamás diseñado y construido. Lo han hecho mis hermanos. El carro a vela permite navegar por tierra. O por arena, o por asfalto. Está bien diseñado, es ligero, seguro, manejable con pies o manos, plegable, rápido, con opciones de tándem y frenos de disco... es una maravilla de cacharro.

Navegar en WINDreamer es un placer. Imagínate las extensas playas de Cái, de kilómetros de arena rubia que las olas dejan humedecida y compacta cuando baja la marea, con la mar de fondo y el sol en lo alto o poniéndose al atardecer... las gaviotas volando sobre tu cabeza, el viento soplando sobre la vela de tu carro y tú impulsado sólo por su fuerza y lanzado hacia adelante a velocidad de vértigo. Con los pies diriges tu WINDreamer, con la mano lascas o cazas la escota de la vela para bajar la velocidad o ir más rápido, mientras el viento acaricia tu cara y lo oyes cuando la vela flamea.

Sueñas con el viento y lo disfrutas. Miras a lo lejos por la proa y ves lo que te queda de playa, que no acaba nunca. Miras por babor y ves la mar inmensa que se pierde por el horizonte, con las olas batiendo la orilla. Miras hacia arriba y no faltan gaviotas que te hagan compañía.

Por estribor aparece un compañero soñador de viento y compites con él, o te relajas y lo acompañas... disfrutando de la libertad, del aire salado que te trae la mar a la boca, de la brisa que te refresca, de la sensación de que eres tú quien domina el movimiento...

Navegar en WINDreamer por las playas de Cái es un placer indescriptible. O por las playas de cualquier costa que tengan extensión suficiente. Incluso en circuitos urbanos de tierra o asfalto.

Tú dominas, tú controlas, tú manejas el viento a tu antojo, dejándote llevar con viento de popa o ciñéndote al viento para correr más y hacer travesuras. Giras 180 grados o haces trompos de 360. Te pones a dos ruedas equilibrando el WINDreamer con tu cuerpo y sientes cómo te sube la adrenalina, sientes el placer de la navegación intrépida sobre la arena.

Y, luego, con la opción tándem, vas con tu pareja en viaje de placer. O formas un tren con tus colegas.

¡Disfruta del viento, soñador de viento, vive el WINDreamer!

Nota: puedes ver fotos y vídeos y aprender más sobre el WINDreamer en su página oficial: http://www.windreamer.es/

viernes, 10 de septiembre de 2010

181. Sobre el filo de la navaja, en 400 palabras (ciento dieciséis).

Sobre el filo de la navaja

Caminaba firme y decidido, paso a paso, pero con lentitud. No era para menos. A un lado tenía la montaña de su pasado; al otro, el precipicio de su futuro.

La montaña terminaba, a su paso, en una pared vertical con rocas puntiagudas, lascas afiladas, hendiduras profundas; era alta, muy alta, y muy pesada.

El precipicio era profundo y oscuro. Se perdía la vista a los pocos metros y a esa distancia no aparecía nada con claridad. Era un precipicio negro.

El camino, angosto y cuesta abajo, no era recto, sino que se presentaba en zigzag, y lleno de baches, montículos y cientos de obstáculos de diverso tipo. Tendía hacia el precipicio, al que nunca se llegaba aunque lo pareciera. Con seguridad, el camino era su presente, lleno de dificultades.

“Unos pasos más y llego”, se decía, “pero ¿adónde?”, se preguntaba mientras ponía un pie delante de otro. No quería mirar atrás por si se desequilibraba y caía al negro precipicio o se daba de bruces contra las protuberancias cortantes de la montaña.

De repente, lluvia. De pronto, viento. A veces, sol, a veces, nieve. Lo peor era el vendaval, que soplaba de tarde en tarde, cierto, pero que le hacía pararse y encogerse sobre sí mismo aplastado al camino para no caer al futuro ni chocar con el pasado. Prefería su presente, arduo y arriesgado, ante la incertidumbre de su futuro, negro. No quería volver al pasado, le pesaba demasiado.

Paso a paso, con frío, calor, lluvia, nieve y viento, alternativamente, con obstáculos de todo tipo, iba avanzando lentamente, manteniendo un equilibrio imposible, esforzándose hasta el límite para no tropezar, rozar la montaña o caer al abismo. Cuando el vendaval le obligaba a parar, a plegarse sobre sí mismo y a tumbarse en el camino, intentaba pensar. “Caerá el viento, cesará la lluvia, saldrá el sol, desaparecerán los obstáculos y el camino se ensanchará, estoy seguro...”, “es cuestión de unos pasos más...”, “no debo desesperar, la vida es así, he de superarlo”.

Un pie delante de otro, así. Las piernas entumecidas, los pies agrietados, el cuerpo maltrecho y la conciencia herida no le impiden continuar. Paso a paso, con tremendo esfuerzo, pero avanzando.

Fija la vista en el borroso horizonte de su presente y hacia allí se dirige, con paso tan firme como la situación le permite, con la decisión tomada. “Esto curte”.

viernes, 3 de septiembre de 2010

180. Comentarios sobre algunos libros, en 400 palabras (ciento quince).

Comentarios sobre algunos libros

No suelo —de hecho no lo hice nunca— hacer comentarios en esta bitácora o blog (por cierto, ¿por qué no utilizar bloc en lugar de blog para nombrar este invento? Bloc se define como conjunto de hojas de papel superpuestas y con frecuencia sujetas convenientemente de modo que no se puedan desprender con facilidad. Similitud hay con blog, aunque me sigue gustando más cuaderno de bitácora). No hice, decía, ninguna crítica a libros leídos en este bloc. Hora era.

He leído recientemente “Asedio”, de A. Pérez Reverte. Me gustó. Pero me gustó porque habla de mi tierra, de Cái y de La Isla. Se excede en sus descripciones de callejas, barcos y vestimentas, de manera repetitiva aunque con arte y cierto acierto. Quizá le sobren unas cien páginas y le falte un poco de alegría y algo de romanticismo. Quizás debiera parecer menos resabiado.

He leído también “Venganza en Sevilla” de Matilde Asensi. Simpática y sencilla novela, bien escrita, ágil, interesante; intrascendente, pero entretenida, muy entretenida.

Antes leí “El tesoro de Kepler”, de J-P. Luminet, pensando que describiría sus descubrimientos astronómicos con cierta precisión. Me engañó el título. No está mal la historia pero no es lo que esperaba. Me ha pasado igual con “La incógnita Newton” de C. Shaw, que he dejado a la mitad mientras buscaba a Newton... no sé si la retomaré algún día; me da pereza.

Leí también, hace algunos meses, “La fórmula de Dios”, de J. Rodrigues dos Santos. Interesante, de trama excitante y final original y sorprendente. La recomiendo. Como recomiendo “Sin noticias de Gurb” de E. Mendoza si os queréis reír un rato con el más extravagante de los absurdos. Y “La música de los números primos”, de M. du Satuoy y “El lenguaje de las Matemáticas” de K. Devlin, muy interesantes los dos.

No leo lo que quisiera. Debería leer más, me digo siempre, pero siempre leo menos de lo que deseo. Tengo pendiente “El tiempo entre costuras” de M. Dueñas y la trilogía “Africanus” de S. Posteguillos, que está leyendo ahora mi mujer.

Terminé ayer “Ensayo sobre la ceguera”, que escribió J. Saramago en el 95. Quizá tarde, pero nunca es tarde siendo la obra buena. Es original, cruel, escatológica, sarcástica, impredecible, con un final que yo hubiera escrito de otra forma... pero, claro, no soy Saramago (ya quisiera tener su escritura, aunque sólo una sombra siquiera).

viernes, 27 de agosto de 2010

179. Nuestra hora mágica, en 400 palabras (ciento catorce).

Nuestra hora mágica


Lo de nuestra va porque es la hora mágica de mi mujer y la mía. Bueno, y de mi perro Golfo también, que también la disfruta.

Es la hora de nueve a diez de la mañana. En mis playas de Cái. Mis playas de Cái tienen rincones, antaño ignotos, en los que se puede estar solo durante un rato en pleno mes de agosto. Hace unos años, estábamos solos toda la mañana; hace cinco, hasta las doce; hace dos, hasta las once. Este año sólo hasta las diez, de ahí nuestra hora mágica.

Imaginaos, queridos lectores (si es que pasáis por aquí a leer esto), una playita solitaria, aún en sombra a esa temprana hora de las nueve: el acantilado impide al sol iluminar la arena con sus rayos que, poco a poco, paciente pero inexorablemente, van cubriéndola con su luz. A la playita, cien metros de larga, le suelen quedar zonas de arena seca aun con la marea alta. Arena rubia, fina, limpia (no siempre, lamentablemente, que hay desaprensivos que la ensucian con basura de todo tipo y no es raro el día en que no ejercemos de barrenderos, muy gustosamente, por cierto, aunque contra el mundo), agua salvaje del Atlántico abierto, tranquila y transparente si sopla Levante; turbia, por la arena que levantan las grandes olas, si sopla Poniente. Pero siempre limpia. La mar, a su antojo, rompiendo en olas pequeñas o grandes y lamiendo la arena dorada. Y, nosotros, solos en la playa. Mirar desde allí el ancho mar, contemplar el horizonte que se curva en la lejanía, ver las gaviotas volar con su majestuoso vuelo sobre tu cabeza, oír muy cercano el rumor de las olas, mientras observas con atención cómo rompen en sus formas caprichosas, una tras otra, una tras otra, es algo que no basta con describir. Hay que vivirlo. Y, nosotros, solos en la playita. Un placer. Un descanso para el cuerpo y el alma. Una satisfacción incomparable. Una sensación única y distinta.

Llegamos; nos desnudamos; ella, anda, a buen ritmo; yo, fumo un pitillo y paseo contemplando la mar; luego, corro media hora, seguido por mi perro Golfo, y me baño, nos bañamos, en las aguas salvajes de mis playas de Cái. Imaginaos, queridos lectores, una playa únicamente para nosotros. Aunque sólo por una hora, que cada año la gente baja antes. Pero esa hora es nuestra hora mágica.

domingo, 22 de agosto de 2010

sábado, 14 de agosto de 2010

177. Escritura loca, en 400 palabras (ciento trece).

Escritura loca

Pienso que voy a perder el resuello después de leer lo que tengo pensado escribir porque es mi intención emular a algún ilustre y a alguna escritora amiga de este mundo incierto y extraño de cuadernos de bitácoras o blogs como le llaman aunque a mí me gusta más bitácora que es más español que esa palabreja de blog que no suena a nada o suena como cloc o parecido y no refleja la realidad por sí misma como lo hace bitácora que es palabra llena de significado aunque de etimología francesa con sonido pleno quizás por ser esdrújula y contener las consonantes más sonoras como la be y la te y la ce que llenan su pronunciación además de recordar esos “cuadernos de bitácora” con tanto sabor marinero que tienen y que explican por similitud su aplicación a lo de los blogs que llenan el interespacio o cyberespacio como quiera que le llamemos pues ya sabemos que el lenguaje evoluciona y se adapta a los nuevos tiempos aunque creo que el castellano o español se adapta tarde y mal siendo como es un lenguaje tan rico en hermosos términos y bellas acepciones que se van perdiendo con el tiempo por la maldita manía que tenemos los hispanohablantes de contagiarnos de otras lenguas e ir dejando caer en el ostracismo muchos de los vocablos sublimes que nuestra lengua nos ha dado a lo largo de los siglos y que han evolucionado con los años hasta regalarnos una lengua perfecta llena de matices y colores que suenan generalmente de manera extraordinaria si son pronunciadas con el rigor debido y el estilo que merecen y por los hablantes que saben usarla aun con ambages y circunloquios como ocurría en décadas y siglos pasados donde los discursos de algunos eran dignos de ser grabados en letras de oro por su belleza y riqueza lingüística que se está perdiendo en los días que vivimos por culpa de la dejadez e incompetencia de políticos y periodistas que son a los que más se les escucha mal hablar y cometer auténticas atrocidades con nuestra magnífica lengua materna que algunos quieren hacer desaparecer de una forma absolutamente mentecata sin querer entender que son varios cientos de millones de parlantes los que la usan con orgullo y en toda la extensión que nuestra bella lengua tiene y de la que no es ejemplo precisamente este escrito

sábado, 7 de agosto de 2010

176. Olas, atardecer y una gaviota en mis playas de Cái.

...Y una gaviota volando sobre la mar en mis playas de Cái...

sábado, 31 de julio de 2010

175. Mis hijos, en 400 palabras (ciento doce).

Mis hijos

Siempre he dicho a mi hija esta frase: “Princesa, si eres feliz, yo soy feliz”. Y es cierto. Luego uno tiene sus cosas, sus preocupaciones y sus problemas y, a veces, no es feliz, pero por otras razones. Pero si mi hija es feliz, yo soy feliz. Si mi hija es feliz, me lleno de gozo. Supongo que es lo natural, lo humano y lo lógico. Pasión de padre y ambición innata para la hija preferida (el otro hijo es, claro, mi hijo preferido; no tengo más que dos). Pero me aterra como padre que mi hija lo pase mal, que sufra. También que sufra mi hijo, aunque la sensación es diferente. Quizá porque veo a mi hijo más fuerte, más duro y más tranquilo, y a mi hija más frágil.

Quiero que mis hijos se endurezcan con la vida. Sufro si los dos sufren, pero cuando no puedo poner fin a sus problemas, después de darles mis mejores consejos ante las dificultades, siempre les digo: “eso curte”.

Ambos han pasado sus crisis, como todos. El “eso curte” se lo toman ya a broma, de tanto repetirlo, pero es lo cierto: toda esa experiencia —sobre todo la mala, lamentablemente— curte. Y se hacen hombre y mujer. Ya lo son. Ya viven cada uno su vida, con su pareja y su trabajo. Ambos son buenas personas y buenos profesionales. Doy gracias a Dios por ello. Y son independientes. Bueno, cuasi independientes, porque uno cuenta con su madre para la tartera casi diaria, y la otra, que en esto sí es independiente, para contarle sus cuitas. El otro las cuenta menos, probablemente porque las asume mejor; pero para mi hija, intransigente y perfeccionista donde las haya, sus cuitas las tiene que escuchar su madre —lo que es buena cosa— hasta que se desahoga y se serena. De rebote me llega a mí. Es entonces cuando sufro, porque creo que en esos momentos no es feliz, y yo tampoco, y me sale la frase, haciendo de tripas corazón: “eso curte”.

Son distintos, pero tienen algo en común: creo que nos adoran (espero que no se enteren de que lo sé). Y a su madre la adoran extraordinariamente, claro que es por mérito propio.

Es una bendita fortuna tener estos dos hijos. La naturaleza, supongo, hace que me sienta padre y que ese sentimiento sea lo mejor que tengo, sin duda alguna.

sábado, 24 de julio de 2010

174. Promesas de verano, en 400 palabras (ciento once).

Promesas de verano

Las vacaciones, al caer, y yo con estas dudas. Veamos: tengo pendiente continuar, y luego acabar, un cuento fantástico para chavales que comencé hace ya... ni me acuerdo; tengo escritas 106 páginas y quiero llegar a las doscientas y muchas. Bien. Tengo también pendiente una novela que aún no sé si será de intriga, o negra, y de la que tengo escritas las primeras páginas y el argumento a medias. Tengo además esta bitácora con la que cumplo semanalmente.

Y llega el verano, con sus vacaciones y mi plan de siempre y he de hacer algo.

Mi plan diario es muy sencillo: a las ocho me levanto; a las nueve estamos en mi playa de Cái, a esas horas vacía; corro una media hora, con mi perro Golfo, mientras mi mujer pasea a buen ritmo; luego me baño, paseo con ella y charlamos un rato; después hago fotos a olas y gaviotas, por si alguna me sale bien para publicar aquí. A continuación, aperitivo de patatas fritas al ajillo y más fotos, más baño y un rato de sol. Si se tercia, juego a las palas con algún amigo playero. A las doce, doce y media a más tardar, estamos en casa. Riego, compras si hay, alguna tarea de casa pendiente y comida a las dos. Lectura y siesta en el coy con mi ipod, escuchando la Pasión según S. Mateo, Las Indias Galantes de Rameau o una selección de música clásica. Un placer, la siesta.

Sobre las cinco, listo para trabajar, es decir, para escribir. Salvo alguna tarde de hipermercado, de paseo por Cái o de encontrarme con mis numerosos hermanos en reunión familiar, tengo todas las tardes para mí hasta la hora de cenar. Así escribí gran parte de mis tres primeras novelas... lo que me pasa ahora es que estoy vago y no arranco. Por eso escribo esto, para comprometerme, para cumplirlo, para estar seguro de que me voy a esforzar y continuar de una vez. Así que lo prometo públicamente.

A las diez, la cena, al aire libre si el fresco Poniente o el travieso y caluroso Levante lo permiten. Para terminar, la consabida partida de cartas con mi mujer y los hijos, si van y no han salido de juerga. Entre las doce y media y la una, a la cama.

Y sin televisión, salvo la tentación del tenis, cuando lo hay.

domingo, 18 de julio de 2010

173. Otra ola, de mis playas de Cái.

Diez instantáneas de otra ola de mis playas de Cái... un regalo para la vista y el espíritu.

domingo, 11 de julio de 2010

172. Cái, desde la torre Tavira

La Pepa. 1812-2012
Y "el templo de ladrillo colorao", para Berrendita.