Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

domingo, 30 de septiembre de 2012

287. El hombre con bigote (4), en 400 palabras (doscientas una).

El hombre con bigote (4)

Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando el hombre del bigote se sentó a mi lado. Parecía desanimado. Se mantuvo en silencio durante un largo rato, hasta que dijo: “Esto no tiene solución”. “¿A qué se refiere?”, pregunté. “A este país, claro”. “Vaya, es usted pesimista”. “Sí”. Otro largo rato en silencio. Yo no me atreví a preguntarle nada. Le observé: cabeza gacha, ojos entornados, gesto serio. “No se coge al toro por los cuernos”, dijo al cabo, “y así no hay solución. Se aprieta al ciudadano para recaudar más, pero no se recortan los grandes gastos. Los ahorros que se abordan son nimios y nos afectan directamente. Pero, ojo, a la casta política ni tocarla, ¿eh?”. “Van a reducir concejales y, dicen, también diputados en algunas autonomías”, dije yo. “Sí, eso han dicho. Pero parece que es lo único que van a hacer y no de manera inmediata”. Se calló. Y, al rato, dijo: “Mi mujer dice que la política es demasiado seria para que la lleven los políticos, y yo estoy de acuerdo ¿Y usted?”. “Pues… sí, es cierto. De la política depende todo y los políticos no están a la altura. Sólo piensan en ganar las siguientes elecciones… Debe ser la erótica del poder lo que les atrae…”. “¿La erótica? Pornografía, diría yo”. “Pues sí”. “Mire, déjeme que le resuma: estamos en crisis, en una crisis galopante que dura ya cinco años largos. ¿Y qué se ha hecho? Nada. Bueno, sí, gastar, despilfarrar. Pero no para crear nada, sino para destruir. Casi seis millones de parados —¡menos mal que existe la economía sumergida, que si no estaríamos en guerra!—, las pequeñas empresas y los autónomos, que son los que crean empleo, asfixiados; se prometió que el IVA se pagaría cuando se cobrara; se prometió que se obligaría a todos, Administración y empresas, a pagar en menos de sesenta días; se prometió que habría crédito; se prometió que se bonificaría la creación de puestos de trabajo; se prometió que bajarían las cuotas de la Seguridad Social a los empresarios; se prometió no subir el IVA; se prometió no subir el IRPF; se prometió que… ¿sigo?”. “No, no siga, que ya me lo sé y serían más de 400 palabras”.

domingo, 23 de septiembre de 2012

286. El energúmeno, en 400 palabras (doscientas).

El energúmeno

Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando un jovenzuelo se sentó a mi lado. Bueno, se tiró más que se sentó. Traía un compacto de buen tamaño que dejó sobre el banco y puso a un volumen exagerado. Se estaba comiendo una hamburguesa, que chorreaba mostaza y kétchup, a veces sobre su camisa y pantalón, a veces sobre el banco. Yo lo observé alucinado, en silencio. No me atreví al principio a decirle nada, pero alargué la mano para bajar un poco el volumen de su dichoso aparato. Me miró, lo miré y esperé cualquier improperio por su parte. Pero no. Simplemente, subió de nuevo el volumen, dejando el mando lleno de kétchup y mostaza. Lo contemplé. Pantalón vaquero negro, cuajado de lamparones y lleno de agujeros, no sé si originales o causados por el descuido, camisa negra también, llena de mostaza y kétchup frescos. Reloj cronógrafo caro. Pulseras aparentemente de oro y un collar dorado al cuello del que colgaba un cuerno. Un aro con brillante en una oreja. Zapatillas de marca, casi nuevas. Con barba de tres días (no le pregunté si eran más o menos) y pelo largo desaliñado. Una joya, su aspecto. No tengo nada contra el pelo largo, ni la barba ni los aros, pero sí contra la suciedad. Tirando a grueso y musculoso, como para enfrentarse con él. Yo no tenía ni una bofetada. Sin decirle nada, bajé el volumen de nuevo. Las manos manchadas de kétchup y mostaza me las limpié en sus pantalones. “No te importa, ¿verdad? Total, ya están manchados”. Sé que fui osado, incluso valiente (o estúpido, no sé), pero me arriesgué, no lo pude evitar. Su reacción fue lenta. Sin decir palabra, subió de nuevo el volumen y me restregó la hamburguesa, o lo que quedaba de ella, por mi frente, y luego por mi camisa blanca impoluta. La mostaza y el kétchup me resbalaron por la cara hasta detenerse en mi barba. “No te importa, ¿verdad? Estás más guapo así”. No dije nada. Con los faldones de su camisa me limpié la cara, o me la ensucié más, no sé. Al agacharme, me besó en la calva de mi coronilla, dejando en ella el kétchup y la mostaza que tenía en sus labios.

sábado, 15 de septiembre de 2012

285. Contento, en 400 palabras (ciento noventa y nueve).

Contento

Salgo de casa, bajo silbando las escaleras. Me acerco al parque que tengo en frente, hace una mañana espléndida. Paseo como a mí me gusta, despacio. Me fijo en los árboles, ¡cómo han crecido!, y en los pajarillos que, por fin, han vuelto. Se fueron cuando destruyeron el parque para hacer un túnel. Ahora que los árboles ya han crecido, vuelven. Son una alegría. Echaba de menos el piar que me despertaba por la mañana temprano. Saludo a unos y a otros, vecinos y conocidos de cruzarme con ellos. Me siento en un banco cara al sol, no quiero perder el moreno, y cierro los ojos. Calma chicha. Todo en orden. Alguna preocupación, claro, siempre hay alguna, uno siempre se preocupa, pero ninguna grave, esperanzado, con optimismo. Las cosas irán bien, seguro. Paciencia, sólo. Conformado, por otro lado, con lo que hay. ¡Qué remedio! Pero contento, con ganas de hacer cosas, que ya las hago. Si acaso, que he de forzarme más en terminar ese cuento que estoy escribiendo. Lo he retomado de nuevo y esta vez he de terminarlo. Sí. Lo haré. Por lo demás, contento, digo. No me puedo quejar, no debo quejarme. Hoy la mañana es espléndida, ya lo dije, y la temperatura, ideal. Da gusto pasear o tomar el sol por un rato. Me encuentro bien. Este rato de ocio me permite pensar. Pienso en los más próximos, mi mujer, mis hijos: les irá bien. Pienso en nuevas actividades, que llenen mi tiempo y me llenen a mí. Yo siempre he sido un hombre activo y ahora no puedo dejar de serlo. Escribir, diseñar páginas Web, leer, colaborar en todo lo que me propongan, que sea interesante, claro, escribir (otra vez), asistir a algún curso o charla que me apetezca, recorrer Madrid, visitar sus museos y sitios interesantes (bueno, esto lo dejaré para hacerlo con mi mujer cuando se jubile, que sé que a ella le gusta), reunirme con amigos, disfrutar de mi tiempo haciendo cualquier cosa que me venga en gana… con ganas, con ilusión, con entrega; hacer deporte, que ya hago: juego al squash y racket cuatro veces por semana, no está mal, así me conservo en forma… y desde que me como un plátano (canario) todos los días, no me duelen los músculos (sugerencia de mi mujer, que lo sabe todo). En fin, contento. He releído “Huida a ninguna parte”: ¡qué diferencia! 

sábado, 8 de septiembre de 2012

284. Huida a ninguna parte, en 400 palabras (ciento noventa y ocho).

Huida a ninguna parte

Salí de la oficina no sé con qué excusa y cogí el coche. Conduje por la ciudad sin un destino preciso. Me acordé de un parque que a esas horas debería estar solitario y me dirigí a él. Aparqué. No había nadie. Quería perderme. No quería que nadie me viese ni ver a nadie. Era buen sitio. Paseé. Fumé un pitillo. Me senté en un banco. Me levanté. Paseé de nuevo. Miré el reloj. Sentí angustia. Me quité la chaqueta, hacía buen tiempo, y me aflojé la corbata. Me senté en otro banco. No pensaba. Miré el reloj: hacía una hora que salí de la oficina. La presión en el pecho no cedía. Me levanté y me dirigí al coche. Me volví al parque. Busqué el banco más escondido, entre unos árboles, y me senté allí. Miré sin ver los árboles y el césped que cubría la tierra. No pensaba. Una voz en mi interior, sin embargo, me metía prisa para irme. Otra voz, muy lejana, muy débil, parecía decirme: “Haz una locura, quítate la camisa o, mejor, desnúdate, y corre por el parque. ¡Despierta!”. No le hice ni caso. Mi cuerpo no reaccionaba. Tenía miedo a moverme, las piernas estiradas, los brazos caídos sobre el banco, la cabeza gacha… Creía que, si me movía, alguien me vería y se fijaría en mí. Pasó una pareja por delante y yo me di la vuelta, paralizado, para no verla… para que no me vieran. Me levanté, me fui al coche, arranqué y conduje hasta la Sierra. Sin pensar, pero sintiendo pánico a volver a la oficina, sintiendo pánico a decidir volver a la oficina, que sabía que iba a ser el final de la historia. Conducía, pero los brazos los sentía rígidos. Tenía miedo de moverlos, como si alguien pudiera observarme y preguntarme qué me pasaba. Me obsesionaba que otros conductores se fijaran en mí. Llegué a la Sierra. Aparqué donde me pareció que había menos coches. Bajé. Di otro paseo y me acerqué a un bar cercano. Habría tomada una caña con unas patatas fritas, que me encantan, pero me aterraba hablar. No podía pronunciar palabra. Miedo irracional. A lo mejor se dan cuenta, imagino que pensaba. Volví, subí al coche y acepté que, sin remedio, tenía que tomar esa maldita decisión: volver a la oficina.

Me sucedía, recurrentemente, hace muchos años, durante mi larga depresión.

domingo, 2 de septiembre de 2012

283. Aburrimiento, en 400 palabras (ciento noventa y siete).

Aburrimiento

—¿Tienes algo que contar?
—No.
—¡Pues vaya, qué aburrimiento!
 —¿Por qué? ¿Cuentas tú algo?
—Tampoco. Por eso digo que qué aburrimiento.
—Sí, estoy de acuerdo. Va a ser aburrido.
—¿Y qué hacemos?
—Nada.
—¿Y de qué hablamos?
—De nada.
—Pues qué divertido.
—Sí.
—Oye.
—Qué.
—No, nada.
—¿Y si…?
—¿Y si… qué?
—Pues… no sé, estaba pensando.
—¿Y qué piensas?
—Creo que nada.
—¿Entonces?
—Lo intento.
—Bien. Me cuentas. Voy a pensar yo también.
—El mundo es un caos.
—Y el Universo, infinito.
—No, finito.
—Infinito. Si fuera finito, ¿qué habría fuera de él?
—Nada.
—¿Qué es nada?
—No lo sé, pero si el Universo se expande, es que es finito.
—Pues yo creo que es infinito. Si fuera finito, al expandirse ocuparía el espacio de otra cosa. Y esa “otra cosa” es también el Universo.
—Lo que tú llamas “otra cosa” no existe.
—Entonces, ¿qué espacio ocupa?
—Ninguno. No existe.
—¿Cómo puede no existir?
—Porque no existe el tiempo fuera de los límites del Universo. Por eso tampoco existe el espacio.
—No entiendo. ¿Cómo puede ocupar algo al expandirse que antes no existía?
—Es la teoría del Big Bang.
—Será, pero no lo entiendo.
—Yo tampoco, pero los sabios dicen que es así.
—Pues a mí que me expliquen lo que hay fuera del Universo.
—Y dentro. Dicen que hay materia oscura y energía oscura.
—Lo de “oscura” es porque no se entiende, ¿no?
—Debe ser.
—¿Y dices que el Universo se expande?
—Sí.
—Y si se expande, se expande también lo que contiene, ¿no?
—Supongo.
—O sea, que la distancia de la Tierra al Sol cada vez será mayor, ¿no?
—Pues no sé.
—Pues vamos bien. Si es cierto, algún día la Tierra se enfriará. Si no es cierto, ¿qué es lo que se expande?
—Ni idea, no soy cosmólogo.
—Entonces, ¿por qué defiendes que el Universo se expande?
—Es lo que he leído.
—Pues hay astrofísicos que no opinan así, como el inglés Fred Hoyle, a quien, por cierto, se debe el nombre de Big Bang.
—Vaya, cuánto sabes.
—No, no sé nada. Lo he leído.
—La Humanidad es egoísta.
—La vida es una tragedia.
—El futuro es incierto.
—El hombre está destruyendo la Naturaleza.
—La Naturaleza es injusta.
—La Maldad existe.
—También la Bondad.
—¿No son frases muy profundas?
—Sí.
—Lo que hace el aburrimiento…
—Del aburrimiento nació la filosofía.