Abuelo
Sí, ya soy abuelo. El pasado miércoles a las 18,41 horas. La
madre (mi hija) y el niño, bien los dos. El niño, mi nieto, un bichito.
Pequeño, 2,800 kg., 49,5 cm. Fue más fácil el parto, rápido después de once
horas; con miedo unos instantes porque se le enredó el cordón, pero sin
consecuencias, a Dios gracias. Yo lo supe más tarde, los que sufrieron el miedo
fueron los padres. Felizmente, todo bien.
Es un bichito: pequeño, de piel sonrosada, pelo moreno, ojos
azul marino de momento. No llora mucho, hasta ahora, y empieza a mamar, aunque
creo que aún le cuesta.
Ha sido un embarazo largo y duro: mi hija llevaba con contracciones desde julio, dolorosas y largas. Sin complicaciones, pero muy incómodo: no lo ha pasado bien. Supongo que ya, con su hijo en los brazos, lo ha olvidado.
Es mi nieto. Me parece mentira. Tengo sentimientos
encontrados: muy feliz por esa nueva vida, preocupado por él: que no le pase
nada. Pero gana el primero. Es un bichito, indefenso y precioso. Lo cogí un
rato en mis brazos, inseguro: no sé cómo hacerlo, me da miedo, es muy pequeñito;
y ya no recuerdo cómo cogía yo a mis hijos con sólo horas de vida (bueno, a mi
hijo, que a mi hija, no, que la metieron en la incubadora durante un mes: ella
sí que fue pequeñita).
Ahora, a comer, llorar, dormir, crecer, aprender, madurar… hasta
que sea “mayor” y ya no me dé miedo cogerlo y pueda jugar con él. Lo llevaré a
pasear, le hablaré mucho, le ensañaré cosas… todas las que sé, cada una a su
tiempo; quiero que aprenda a jugar al squash desde que pueda sostener una
raqueta. Será un digno rival, el nieto contra el abuelo. Me ganará con los años…
Lo mimaré, que para educarlo están sus padres, aunque no
descarto reñirle alguna vez. ¿Seré capaz? Sólo cuando claramente se lo merezca.
Pues no voy a permitirle que llore sin razón o coja rabietas, ni que sea muy
desobediente, ni que conteste mal, ni que rompa cosas… bueno, ya veré.
Ayer lo cogí otra vez en mis brazos, con miedo, y juraría
que me miró y me sonrió. Será pasión de abuelo. Hoy no lo veré, creo, que los
padres no paran y han de descansar.
En fin, bichito, ¡bienvenido a este mundo! ¡Que la suerte te sonría!