Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

domingo, 27 de febrero de 2011

205. Dudas, en 400 palabras (ciento treinta y nueve).

Dudas

Ya sé que la vida está cuajada de dudas. ¿Hago esto o aquello?, ¿voy o no voy?, ¿hablo o me callo?, ¿leo o veo la tele?, ¿escucho música o apago la radio?, ¿me caso o no me caso?, ¿tengo hijos o no?, ¿cambio de trabajo?, ¿qué coche me compro?, ¿hago deporte?, ¿cruzo por aquí o por el semáforo?, ¿me presento a este examen?, ¿qué como hoy?, ¿invito o dejo que pague otro?, ¿me levanto ya o me quedo unos minutos más en la cama?, ¿hago este trabajo ahora o lo dejo para más tarde?, ¿le contesto o me callo?, ¿me enfado o lo dejo pasar?, ¿le insulto?, ¿discuto?, ¿doy una limosna a ése que me la pide?, ¿voy al médico o espero?, ¿fumo un pitillo ahora?, ¿le llamo la atención?, ¿le felicito su cumpleaños?, ¿felicito la Navidad?, ¿me cojo el puente?, ¿me llegará el sueldo?, ¿podré comprarme una camisa?, ¿cuál elijo?, ¿se lo debo contar?, ¿cómo se lo digo?, ¿la llamo?, ¿lloverá mañana?, ¿me tocará la lotería?, ¿hago esta semana la quiniela?, ¿cómo preparo esta charla?, ¿voy a clase?, ¿me meto en ese asunto?, ¿me embarco en esa aventura?, ¿pinto la casa?, ¿pongo la lavadora?, ¿creo en Dios?, ¿qué película quiero ver?, ¿habré adelgazado de ayer a hoy?, ¿soñé esto realmente?, ¿CUÁL ES MI FUTURO?

Bien, ¿cuántas dudas resolvemos al cabo del día? ¿Cuántas preguntas nos hacemos, consciente o inconscientemente? ¿Cuántas resolvemos? ¿Las respondemos o las dejamos pasar? ¿Cómo lo hacemos? ¿Acertamos o tomamos la decisión equivocada? ¿Las pensamos, o respondemos a “bote pronto”? ¿Tomamos decisiones o somos indecisos?

¡Qué compleja es la mente humana! ¿Cuántos pensamientos tengo al cabo del día? ¿Cuántos son positivos? ¿Cuántos me preocupan y cuántos me ocupan? ¿Cuáles son trascendentes y cuántos absolutamente estúpidos? ¿Qué sentimientos me produce esta persona? ¿Cuáles esta situación? ¿De verdad opino así o me estoy engañando? ¿Soy sincero? ¿Lo fui con fulanito? ¿Soy honrado? ¿Soy bueno? ¿Me conformo con lo que tengo? ¿Me alegro de la suerte de mis amigos? ¿Qué es lo que de verdad me gusta? ¿Me hace feliz mi entorno familiar? ¿De verdad me entrego a ellos? ¿Me importa lo que le pase a menganito? ¿Por qué me repugna zutanito? ¿Por qué no aguanto a esta persona? ¿Por qué no le ayudé? ¿Por qué la amo? ¿Por qué odio? ¿A qué tengo miedo? ¿Por qué? ¿Me encuentro animado? ¿Estoy deprimido?

Difícil respuesta a todo. ¡Cuántas dudas!

sábado, 19 de febrero de 2011

204. Amigo, en 400 palabras (ciento treinta y ocho).

Amigo

Bueno, le llamo amigo porque coincido con él fumando en la puta calle y charlamos los minutos que dura un pitillo. Y no siempre coincidimos, aunque es curioso cómo el ansia de nicotina se nos sincroniza unos días sí, casi al segundo, y otros no.

Charlamos y nos vamos contando paulatinamente nuestras vidas. De él he sabido que le da por la meditación y es un hombre feliz. “Cada día”, me decía ayer, “me influyen menos los acontecimientos externos”. “La felicidad está dentro de uno mismo”, me dijo hace unos días, “y no depende de lo que uno posea”. Me explicó varias veces lo de la meditación, aunque reconozco que necesitaría más tiempo para entenderla y practicarla. No es que no crea en ella, no es así. De hecho, durante un tiempo, seguí un pequeño manual de meditación Vipassana que otro amigo me dio y la practiqué durante unos días. Reconozco que relaja y fortalece, pero se necesita romper muchos vicios y lazos que a estas alturas de mi vida, y tan acostumbrado ya, no sé si seré capaz.

A lo que iba. Este “amigo” (lo entrecomillo porque realmente aún no lo puedo calificar así, pero algo emanamos que, al menos a mí, me atrae; habrá química, como se suele decir hoy), este amigo, decía, tiene una forma de ser especial. No es frecuente encontrar a alguien así. Filosofa y me dice que al final cada uno de nosotros forma parte de un todo y que el día que la humanidad así lo entienda, se acabarán los conflictos y el mundo será feliz. Más o menos. No recuerdo sus palabras textuales ni sé en qué creencias, orientales sin duda, se basa. Me habló también de la reencarnación. Cuando le pegunté, en plan irónico, si me podía reencarnar en escarabajo me dijo algo así como “eso depende del karma”. No pudo explicarme más porque se acabó el pitillo... y, además, había que volver al trabajo. Me quedé con las ganas, pero se lo preguntaré otro día.

Me he propuesto que me enseñe a meditar, aunque será difícil hacerlo en clases de tres minutos cuatro veces al día, el día en que nuestra ansia de nicotina está sincronizada en el tiempo, y ninguna vez muchos días. Pero reconozco que me atrae mucho eso de que la felicidad está dentro de uno y no depende de nada más. Y yo quiero aprenderlo.

A Óscar

sábado, 12 de febrero de 2011

203. Paseando, en 400 palabras (ciento treinta y siete).

Paseando

Me gusta pasear, sí, pero no me gusta andar. Me explico: al pasear, ando, claro, pero lo hago lentamente, sin prisa, un paso tras otro, con parsimonia. Otra cosa es andar. Andar para mí es andar deprisa, casi como si estuviera desfilando en la mili. Y eso no me gusta: me agota y me produce daño en el músculo opuesto al gemelo, que no sé cómo se llama (lo buscaré ahora en la Red; ya: el tibial anterior). Se me pone como una piedra y me impide seguir. Sobre todo si voy cuesta arriba. Y me sorprende, porque hago deporte con asiduidad (squash, tres veces en semana). Pero no puedo andar rápido.

A mi mujer no le gusta pasear, le gusta andar. Y la hemos liado, claro. Dice que si pasea como yo, le duelen los riñones. ¡Estupendo! Ella anda y yo paseo. Y cuando salimos a hacerlo vamos por el mismo sitio, ella me adelanta y, a la vuelta, nos cruzamos. ¡Hola...!¡Adiós...!

Nos ocurre lo mismo en la playa: ella anda, yo corro. Cuando nos cruzamos intercambiamos un ¡hola, ¿qué tal? Y cuando me canso, a la media hora, más o menos, yo paseo y ella sigue andando, hasta la hora y media. O sea, que nos cruzamos otra vez. ¡Adiós...! ¡Hasta luego...!

En definitiva, que no hay manera de coincidir. Aunque a veces lo intentamos: ella baja la marcha y yo avivo el paso. Pero terminamos mal. ¡No corras tanto! ¡Ve más deprisa! Yo así no puedo. Yo tampoco. Y es una pena, porque es el dulce momento de la charla, de cambiar impresiones, de proponer iniciativas, de repasar el día, de hablar de los hijos, del trabajo, del futuro o de recordar el pasado. Duramos poco así y en seguida se rompe la charla. Luego seguimos, ve a tu paso. Así acabamos.

Cuando teníamos a Golfo, nos ocurría por el estilo, pero entonces era Golfo el que mandaba y discrepábamos menos. Golfo era un golfo e íbamos por donde él quería y al ritmo que él marcaba: tiraba, se paraba a oler, volvía a tirar, volvía a pararse, nos arrastraba de nuevo... la verdad es que pasear con él era todo un suplicio, pero nos unía. Ahora no tenemos a Golfo (¡cuánto lo echamos de menos!) y cada uno va a su aire.

Supongo que con los años nos acostumbraremos. Aunque ya van unos cuantos... sí.

domingo, 6 de febrero de 2011

202. Vecina, en 400 palabtras (ciento treinta y seis).

Vecina

Me trae por la calle de la amargura, como suele decirse. La razón es contundente: me gusta, sueño con ella, la anhelo, me vuelve loco... y ella no me hace maldito caso. Así de sencillo, así de claro.

No pierdo ocasión de verla, he estudiado su horario y ya sé a qué hora sale hacia el trabajo, a qué hora vuelve a casa, cuándo sale los fines de semana y con quién. Siempre me hago el encontradizo, y creo que ella se ha dado cuenta. Entablo conversación, bueno, lo intento, ella me mira fijamente, me responde con monosílabos y sigue su camino acelerando el paso para que no coincidamos. Se llama Inés, que lo sé. No tiene novio, que yo sepa. Y si lo tiene, lo tiene lejos y no ha aparecido por su casa. Además la veo salir los sábados con gente diferente, grupos de amigas, dos o tres como mucho, y de vez en cuando distintas; algún amigo, que la recoge en coche, ¡qué envidia! aunque esto sucede pocas veces; sola, en varias ocasiones, cuando coge su coche, un “Golf” blanco, y se va a toda prisa. Y yo me quedo asomado a la calle desde la ventana de casa, con cara de imbécil y frustrado: “A lo mejor era hoy el día para haberla invitado a cenar”, me digo. Y ese día nunca llega porque nunca me atrevo y cuando decido “hoy la invito”, no consigo encontrarme con ella. Y cuando la vuelvo a encontrar, me vence de nuevo mi timidez. Claro, es que ella es una belleza. Su cara, preciosa, a veces semioculta por esa melena negra que brilla a la luz del sol; sus piernas, largas y bien contorneadas; su tipo, qué decir, lleno de suaves curvas que me atraen sobremanera; cuando anda, su movimiento es todo un espectáculo, pero un espectáculo finísimo, elegante, tiene estilo la niña. Porque es una niña, no creo que haya cumplido aún los veintiséis o así. Yo tengo treinta y uno y no tengo pareja. La tuve, pero la dejé por tonta. Mi vecina, en cambio, parece lista. Tiene carrera, trabaja, y la veo muy desenvuelta. Su voz es cálida, muy cálida, y desprende un ligero aire de coquetería, como si supiera que su voz es atractiva. En fin, un bombón, un buen partido.

Ayer me atreví: “¿Cenas conmigo?”. “Sí, ya era hora” me respondió. Me quedé perplejo.