Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
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Guarismo.

domingo, 21 de abril de 2019

El accidente, en 400 palabras (doscientas veintidós)

El coche de ella, la chica joven y guapa, la rubia de piel morena, colisionó con el mío cuando yo frené en seco para dejar pasar en un paso de peatones a un viejo viandante suicida, que cruzó sin ni siquiera mirar.

Ella me lo contó más tarde: “Se me puso un papel anuncio en mi parabrisas, no te vi cuando frenaste en seco y me comí tu coche”.

Ni ella ni yo recordamos nada más hasta que nos encontramos en la ambulancia, ella sobre mí, yo debajo de ella.

El enfermero que supuestamente nos cuidaba me lo contó al día siguiente, cuando fue a vernos al hospital (un detalle): “Yo les até a las camillas suficientemente fuerte para que no se cayeran. Estaban ustedes dos sin conocimiento y pensábamos que la situación era grave. Le dije al conductor que fuera a toda marcha. Y lo hizo, pero, en una curva, un peatón se cruzó y tuvo que dar un volantazo. Me caí, me golpeé y perdí el sentido unos minutos. Cuando desperté, la vi a ella sobre usted sin entender cómo era posible. Luego lo descubrí: las correas que sujetaban a la joven se habían soltado”.
Estuvimos 24 horas en observación; yo, por tirón en el cuello; ella, la joven guapa, la rubia de piel morena, por el golpe en la cabeza. Aunque no lo recuerda bien, ella cree que, al taparle la visión el maldito papel del anuncio, movió la cabeza a un lado y el airbag no la protegió. De ahí, el golpe.
Superado el periodo crítico, nos mandaron a casa.

“Rubia de piel morena”, le dije, “¿cómo te llamas?”. “Rubia de piel morena. Me gusta así. ¿Y tú?”, me contestó. “Me puedes llamar el accidentado o, mejor, el accidente, que es más corto”. “De acuerdo, Accidente”. “Conforme, Rubia de piel morena”. “¿Nos veremos más?”. “Sí, pero sin papeles en el parabrisas”. Nos reímos.

“Por cierto,”, dije, “siento que cayeras sobre mí, pero me gustó”. “A mí no… al principio. Me asusté al verme sobre ti, pero luego, no sé, fue agradable”. “¿Me besaste, recuerdas?”. “No…, bueno, sí, no quería, pero…”. “¿Te gustó?”. “Fue una situación extraña… ¿te molestó?”. “No, en absoluto, más bien querría repetirlo”. “¿El accidente?”. “No, el beso”.

Nos vemos de vez en cuando. Tengo la impresión de que cada vez con más frecuencia… tendré que controlarme.


jueves, 4 de abril de 2019

El anuncio en el parabrisas, en 400 palabras (doscientas veintiuna)

Iba con prisas. Me senté al volante y arranqué el coche. Vi el molesto papel anuncio de gran tamaño que me tapaba parte de la visión. Aleteaba con la velocidad del coche. Iba a parar para quitarlo cuando el papel voló. “Menos mal,”, pensé, “que lo barra el ayuntamiento, que lo tiene prohibido pero lo consiente…”. No tuve tiempo de pensar más.

Me desperté así: en una ambulancia, con los labios de una chica rubia casi pegados a los míos y su cuerpo sobre mi cuerpo, cuan largos son. No entendí nada, aunque reconozco que la situación, por extraña que me pareciera, era placentera y seductora. Ella, aún dormida, me rozaba la boca con la suya en función de los movimientos de la ambulancia. Me agradaba. No la podía ver bien, tan cerca, pero me parecía joven y guapa, rubia de piel morena. Su pecho descansaba sobre el mío y lo sentía suave y terso por momentos. Serían el movimiento y el sostén, supuse.

Luego me lo contaron: el anuncio de mi parabrisas se desprendió y dio a colocarse sobre el parabrisas del coche que me seguía, el de la chica joven y guapa, la rubia de piel morena que tenía encima. Me alcanzó por detrás, su coche al mío quiero decir y, con el topetazo, los dos quedamos inconscientes. Nos metieron en una ambulancia a los dos: a mí en la camilla de abajo, a ella en una camilla superior algo desplazada a mi izquierda. No la ataron bien, a mí sí, y en una curva en la que la ambulancia iba a toda velocidad -debían pensar que estábamos graves- ella cayó sobre mí. No se inmutó. Yo me desperté.

Sus labios sobre los míos, su cuerpo oscilando sobre mi cuerpo, yo atado y sin poder usar mis manos para estabilizarla. Una pena.

Se despertó y gritó, asustada: “¿Dónde estoy?, ¿quién eres tú?, ¿por qué estoy encima de ti?”. Le dije que estábamos en una ambulancia y que no sabía nada más. Me miró (más bien me escrutó) y se serenó. Unos segundos más tarde me besaba con pasión. Fue agradable, placentero y respondí a su beso con la misma pasión y mayor sorpresa.

Los coches, al taller. Y yo, multado por tirar un papel a la vía pública.

Pero, desde entonces, nos vemos con cierta frecuencia. Un placer.