El coche de ella, la chica joven y guapa,
la rubia de piel morena, colisionó con el mío cuando yo frené en seco para
dejar pasar en un paso de peatones a un viejo viandante suicida, que cruzó sin
ni siquiera mirar.
Ella me lo contó más tarde: “Se me puso
un papel anuncio en mi parabrisas, no te vi cuando frenaste en seco y me comí
tu coche”.
Ni ella ni yo recordamos nada más hasta
que nos encontramos en la ambulancia, ella sobre mí, yo debajo de ella.
El enfermero que supuestamente nos
cuidaba me lo contó al día siguiente, cuando fue a vernos al hospital (un
detalle): “Yo les até a las camillas suficientemente fuerte para que no se
cayeran. Estaban ustedes dos sin conocimiento y pensábamos que la situación era
grave. Le dije al conductor que fuera a toda marcha. Y lo hizo, pero, en una
curva, un peatón se cruzó y tuvo que dar un volantazo. Me caí, me golpeé y perdí
el sentido unos minutos. Cuando desperté, la vi a ella sobre usted sin entender
cómo era posible. Luego lo descubrí: las correas que sujetaban a la joven se
habían soltado”.
Estuvimos 24 horas en observación; yo, por
tirón en el cuello; ella, la joven guapa, la rubia de piel morena, por el golpe
en la cabeza. Aunque no lo recuerda bien, ella cree que, al taparle la visión
el maldito papel del anuncio, movió la cabeza a un lado y el airbag no la protegió.
De ahí, el golpe.
Superado el periodo crítico, nos mandaron
a casa.
“Rubia de piel morena”, le dije, “¿cómo
te llamas?”. “Rubia de piel morena. Me gusta así. ¿Y tú?”, me contestó. “Me
puedes llamar el accidentado o, mejor, el accidente, que es más corto”. “De acuerdo,
Accidente”. “Conforme, Rubia de piel morena”. “¿Nos veremos más?”. “Sí, pero
sin papeles en el parabrisas”. Nos reímos.
“Por cierto,”, dije, “siento que cayeras
sobre mí, pero me gustó”. “A mí no… al principio. Me asusté al verme sobre ti,
pero luego, no sé, fue agradable”. “¿Me besaste, recuerdas?”. “No…, bueno, sí,
no quería, pero…”. “¿Te gustó?”. “Fue una situación extraña… ¿te molestó?”. “No,
en absoluto, más bien querría repetirlo”. “¿El accidente?”. “No, el beso”.
Nos vemos de vez en cuando. Tengo la
impresión de que cada vez con más frecuencia… tendré que controlarme.