Mis hijos
Siempre he dicho a mi hija esta frase: “Princesa, si eres feliz, yo soy feliz”. Y es cierto. Luego uno tiene sus cosas, sus preocupaciones y sus problemas y, a veces, no es feliz, pero por otras razones. Pero si mi hija es feliz, yo soy feliz. Si mi hija es feliz, me lleno de gozo. Supongo que es lo natural, lo humano y lo lógico. Pasión de padre y ambición innata para la hija preferida (el otro hijo es, claro, mi hijo preferido; no tengo más que dos). Pero me aterra como padre que mi hija lo pase mal, que sufra. También que sufra mi hijo, aunque la sensación es diferente. Quizá porque veo a mi hijo más fuerte, más duro y más tranquilo, y a mi hija más frágil.
Quiero que mis hijos se endurezcan con la vida. Sufro si los dos sufren, pero cuando no puedo poner fin a sus problemas, después de darles mis mejores consejos ante las dificultades, siempre les digo: “eso curte”.
Ambos han pasado sus crisis, como todos. El “eso curte” se lo toman ya a broma, de tanto repetirlo, pero es lo cierto: toda esa experiencia —sobre todo la mala, lamentablemente— curte. Y se hacen hombre y mujer. Ya lo son. Ya viven cada uno su vida, con su pareja y su trabajo. Ambos son buenas personas y buenos profesionales. Doy gracias a Dios por ello. Y son independientes. Bueno, cuasi independientes, porque uno cuenta con su madre para la tartera casi diaria, y la otra, que en esto sí es independiente, para contarle sus cuitas. El otro las cuenta menos, probablemente porque las asume mejor; pero para mi hija, intransigente y perfeccionista donde las haya, sus cuitas las tiene que escuchar su madre —lo que es buena cosa— hasta que se desahoga y se serena. De rebote me llega a mí. Es entonces cuando sufro, porque creo que en esos momentos no es feliz, y yo tampoco, y me sale la frase, haciendo de tripas corazón: “eso curte”.
Son distintos, pero tienen algo en común: creo que nos adoran (espero que no se enteren de que lo sé). Y a su madre la adoran extraordinariamente, claro que es por mérito propio.
Es una bendita fortuna tener estos dos hijos. La naturaleza, supongo, hace que me sienta padre y que ese sentimiento sea lo mejor que tengo, sin duda alguna.
Siempre he dicho a mi hija esta frase: “Princesa, si eres feliz, yo soy feliz”. Y es cierto. Luego uno tiene sus cosas, sus preocupaciones y sus problemas y, a veces, no es feliz, pero por otras razones. Pero si mi hija es feliz, yo soy feliz. Si mi hija es feliz, me lleno de gozo. Supongo que es lo natural, lo humano y lo lógico. Pasión de padre y ambición innata para la hija preferida (el otro hijo es, claro, mi hijo preferido; no tengo más que dos). Pero me aterra como padre que mi hija lo pase mal, que sufra. También que sufra mi hijo, aunque la sensación es diferente. Quizá porque veo a mi hijo más fuerte, más duro y más tranquilo, y a mi hija más frágil.
Quiero que mis hijos se endurezcan con la vida. Sufro si los dos sufren, pero cuando no puedo poner fin a sus problemas, después de darles mis mejores consejos ante las dificultades, siempre les digo: “eso curte”.
Ambos han pasado sus crisis, como todos. El “eso curte” se lo toman ya a broma, de tanto repetirlo, pero es lo cierto: toda esa experiencia —sobre todo la mala, lamentablemente— curte. Y se hacen hombre y mujer. Ya lo son. Ya viven cada uno su vida, con su pareja y su trabajo. Ambos son buenas personas y buenos profesionales. Doy gracias a Dios por ello. Y son independientes. Bueno, cuasi independientes, porque uno cuenta con su madre para la tartera casi diaria, y la otra, que en esto sí es independiente, para contarle sus cuitas. El otro las cuenta menos, probablemente porque las asume mejor; pero para mi hija, intransigente y perfeccionista donde las haya, sus cuitas las tiene que escuchar su madre —lo que es buena cosa— hasta que se desahoga y se serena. De rebote me llega a mí. Es entonces cuando sufro, porque creo que en esos momentos no es feliz, y yo tampoco, y me sale la frase, haciendo de tripas corazón: “eso curte”.
Son distintos, pero tienen algo en común: creo que nos adoran (espero que no se enteren de que lo sé). Y a su madre la adoran extraordinariamente, claro que es por mérito propio.
Es una bendita fortuna tener estos dos hijos. La naturaleza, supongo, hace que me sienta padre y que ese sentimiento sea lo mejor que tengo, sin duda alguna.
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