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domingo, 14 de noviembre de 2010

190. Otra hoja en blanco, en 400 palabras (ciento veinticuatro).

Hoja en blanco

Esta hoja lleva abierta y en blanco más de 15 minutos.

Esta hoja lleva abierta y casi en blanco más de 30 minutos.

Esta hoja lleva abierta y casi en blanco más de 45 minutos.

Ya no está en blanco, que he escrito una, dos, tres líneas. Cuatro con ésta.

Es lo que tiene querer escribir y no poder. O no saber. Juro que lo intento. Desde que abrí esta hoja han pasado muchas cosas: me he quedado mirándola un buen rato, mientras pensaba en un tema para escribir. Como no se me ocurría nada y hoy, tarde de domingo, no tengo otra cosa mejor que hacer (bueno, sí, podría leer, pero tengo una novela, la primera de la cola, que me da cierta pereza empezar: sospecho que es un tostón), he entrado en Internet a ver las cuentas del banco, y he hecho cuentas —mejor no las hubiera hecho—; luego he vuelto a la hoja en blanco y he anotado el tiempo que llevaba así, porque no se me ocurría sobre qué escribir; a continuación, he visitado, he leído y he comentado el blog de una amiga y he vuelto a esta hoja. Ya no estaba en blanco, pues había anotado por dos veces el tiempo que llevaba así, o casi. La he vuelto a dejar abierta y me he dado una vuelta por la prensa diaria en la Red; nada que destacar, salvo en deporte, que en política es lo mismo que todos los días y es mejor ignorarlo si no quiero enfadarme más: ¡vaya panorama!

Bien, y a la tercera me he quedado aquí. Como no sabía sobre qué escribir, he escrito precisamente eso, y ya llevo 287 palabras. Mi objetivo, como siempre, son 400. Ya queda menos.

Luego me he interrumpido de nuevo, porque ha llegado mi mujer y he tenido que contarle las cuentas, que ya dije hubiera sido mejor no haberlas hecho. Perdí el hilo que retomo ahora... ¿por dónde iba? ¡Ah, sí! 400. Ya sé que he escrito muchas veces en esta bitácora sobre las cuatrocientas palabras, directa o indirectamente, como hoy. Pero no lo puedo remediar: uno es animal de costumbres, costumbres que, a veces, se convierten en obsesivas. A uno le gusta ser ordenado y disciplinado, lo que impide muchas veces conocer otras cosas, disfrutar de la variedad o emprender nuevos caminos... En fin, es mi sino.

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