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sábado, 24 de julio de 2010

174. Promesas de verano, en 400 palabras (ciento once).

Promesas de verano

Las vacaciones, al caer, y yo con estas dudas. Veamos: tengo pendiente continuar, y luego acabar, un cuento fantástico para chavales que comencé hace ya... ni me acuerdo; tengo escritas 106 páginas y quiero llegar a las doscientas y muchas. Bien. Tengo también pendiente una novela que aún no sé si será de intriga, o negra, y de la que tengo escritas las primeras páginas y el argumento a medias. Tengo además esta bitácora con la que cumplo semanalmente.

Y llega el verano, con sus vacaciones y mi plan de siempre y he de hacer algo.

Mi plan diario es muy sencillo: a las ocho me levanto; a las nueve estamos en mi playa de Cái, a esas horas vacía; corro una media hora, con mi perro Golfo, mientras mi mujer pasea a buen ritmo; luego me baño, paseo con ella y charlamos un rato; después hago fotos a olas y gaviotas, por si alguna me sale bien para publicar aquí. A continuación, aperitivo de patatas fritas al ajillo y más fotos, más baño y un rato de sol. Si se tercia, juego a las palas con algún amigo playero. A las doce, doce y media a más tardar, estamos en casa. Riego, compras si hay, alguna tarea de casa pendiente y comida a las dos. Lectura y siesta en el coy con mi ipod, escuchando la Pasión según S. Mateo, Las Indias Galantes de Rameau o una selección de música clásica. Un placer, la siesta.

Sobre las cinco, listo para trabajar, es decir, para escribir. Salvo alguna tarde de hipermercado, de paseo por Cái o de encontrarme con mis numerosos hermanos en reunión familiar, tengo todas las tardes para mí hasta la hora de cenar. Así escribí gran parte de mis tres primeras novelas... lo que me pasa ahora es que estoy vago y no arranco. Por eso escribo esto, para comprometerme, para cumplirlo, para estar seguro de que me voy a esforzar y continuar de una vez. Así que lo prometo públicamente.

A las diez, la cena, al aire libre si el fresco Poniente o el travieso y caluroso Levante lo permiten. Para terminar, la consabida partida de cartas con mi mujer y los hijos, si van y no han salido de juerga. Entre las doce y media y la una, a la cama.

Y sin televisión, salvo la tentación del tenis, cuando lo hay.

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