La mujer feliz
Parecía muy feliz, la mujer. Yo estaba sentado en un banco
del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita
Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando ella se sentó a mi
lado, canturreando. La miré sorprendido. “¡Buenos días!”, me saludó riendo.
“Buenos días. Parece usted contenta”. “Sí, lo estoy. ¿Sabes por qué?”. “Pues
no, no lo sé, pero me alegro. No es habitual encontrase con gente feliz”. “Pues
yo lo soy. Y lo tengo que contar”. “¡Estupendo, cuéntame!”. “Pues mira, tengo
41 años, estoy casada, tengo tres hijos, el mayor de 13 años y las gemelas de
10, tengo un marido que me quiere, tengo trabajo, que me gusta, y no tengo más
problemas que los normales, sin importancia”. “¡Vaya! Da gusto oírte”. “A lo
mejor te molesto; igual piensas que soy pesada”. “No, no, en absoluto. Me
encanta oír a alguien feliz. Últimamente pasan por este banco muchas penas…”.
“Pues mira, me alegro de que me escuches; estoy tan contenta que no podría
callarme. La vida me sonríe. Mis hijos son una delicia: el mayor cuida de sus
hermanas, es responsable y muy listo y no da ninguna guerra. Las gemelinas, así
las llamamos, son una ricura. Casi unas mujercitas, ya. Sólo me dan
satisfacciones los tres. Y mi marido… bueno, un ángel, todo un caballero, me
adora y me mima. Y yo lo quiero mucho. Todavía disfrutamos a tope en la cama
y…”. Se interrumpió; yo creo que se ruborizó un poco. “¡Qué bien! Me alegro”,
le dije para animarla a seguir. “Sí, la verdad es que estoy viviendo una época
feliz, de calma chicha en la playa y viento en popa a toda vela en la mar…”. “¿Te
gusta la mar?”. “Me chifla. A mi marido le entusiasma todo lo relacionado con
la mar. Él me dijo que es la mar, no el mar. Le gusta la playa, la disfruta, le
gustan las olas, la arena. Le enamora navegar. A veces, en verano, alquilamos
un barquito y navegamos cerca de la costa. Son días muy felices. Los niños lo
pasan en grande, y…”. Me pareció que se ruborizaba otra vez. “Pues, ¿sabes?, me
da apuro decirlo, pero es que es una delicia…”. Dudó. Bajó la voz: “… en el
barquito practicamos el nudismo, es una gozada. Y en la playa, siempre que
podemos, también. Libera”.
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