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domingo, 27 de mayo de 2012

265. La joven descarada, en 400 palabras (ciento ochenta y cinco).

La joven descarada

Estaba alegre, la joven. Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando una joven, quizás de unos veinte años, se sentó a mi lado, sonriendo. La miré, no era para menos: joven, bella, alegre. Pero no dije nada. “Hola”, me dice. “Hola”, le digo. “Eres muy atractivo”. “¡Vaya! Gracias”, respondí aturdido. “Es verdad… y te lo debo decir, ¿no?”. “Pues… no sé, bueno, sí, gracias. Tú también eres muy atractiva. Y muy joven”. “Sí, soy guapa, ¿no? Y joven, veintiún años”. “¡Quién pudiera!”. “¿Te gustaría tener ahora veintiún años?”.”Sí, claro”. “¿Y qué harías?”. “Pues no lo sé, disfrutar de la juventud, supongo”. “¿Ligarías conmigo?”. “¡Seguro!”. “¿Y ahora?”. “Bueno, verás, yo... eres muy joven”. “Sí, veintiún años”. “Sí, y yo soy viejo para ti”. “Me gustan los hombres maduros”. “Bien…”. “Y tú me gustas. Te he venido observando estos días. Te he visto aquí con un hombre mayor, con una mujer muy guapa, mayor también, con un hombre con un sombrero… Hablabas con ellos y parecías pasarlo bien”. “Sí, así es. Me gusta hablar con la gente”. “Y a mí. Por eso me he acercado”. “Un detalle, que te agradezco”. “Pero no lo he hecho sólo por hablar”. ‘¡Ah!, ¿no?”. “No. Es que me gustas, ya te lo dije”. “Eres muy amable”. “No, soy egoísta. Mira, si tú me gustas, y nos conocemos, sería absurdo que no te lo dijera, ¿no?”. “Pues no sé”. “Sí, lo sería. Tú me gustas, me encanta verte de cerca, me encanta hablar contigo… y me encantarían otras cosas”. “¿Otras cosas? Cómo cuáles”. “¿Necesitas que te las diga? ¿No tienes imaginación?”. “Sí, supongo, claro, pero quizás soy muy mayor para eso”. “¿Para qué?”. “Para eso que piensas”. “¿Y qué pienso?”. “No sé, dímelo tú”. “¿Sabes? Te imagino acariciando mi espalda y un cosquilleo delicioso recorre mi cuerpo. Mira, se me pone el bello de punta”. “Pero ¿no te parece arriesgado? No me conoces”. “Sí, ya te conozco, eres buena persona, seguro, y me gustaría que me acariciaras la espalda. ¿Me das unos masajes en el cuello?”. “¿Aquí?”. “Sí, no es nada malo, ¿no?”. “No, no, por supuesto”. “Espera que me bajo un poco la camiseta. Ya. Empieza suave”. “Sí”. “Me estás poniendo”. “Oye, preciosa, mejor lo dejamos, ¿no?”. “No. Sigue, sigue”.   

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