El hombre con bigote
Estaba como enfadado, el hombre. Yo estaba sentado en un
banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi
perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando un hombre
con bigote se sentó a mi lado, despotricando. “Es una barbaridad”, decía. Yo lo
miré y callé prudentemente. Él siguió: “Es que esto no puede ser, hay que
arreglarlo, este país se cae a trozos y no hay nadie que lo solucione, los
políticos son unos incompetentes, los banqueros, unos ladrones, los jueces,
unos cantamañanas, los empresarios, unos egoístas, los sindicatos, unos desgarramantas, los trabajadores, unos
vagos, los nacionalistas, unos pueblerinos…”. “Vaya, no deja usted títere con
cabeza”, le interrumpí, un poco alarmado. “La prima de riesgo en las alturas
(podríamos santificarla ya), los bancos son un agujero negro…”, continuó, sin
tener en cuenta mi interrupción. “Y la sociedad está adormecida, anestesiada. Aparece
de pronto un 15M, pero no resuelve nada, son cuatro gatos, desorganizados además.
Esto no puede seguir así. Hay que hacérselo ver a estos políticos que tenemos.
Unos, con su maquinaria de propaganda y su demagogia, sólo se dedican a mentir
para ganar votos y dicen que se preocupan por la sociedad… ¡Ja! Resulta que son
los primeros en bajar sueldos y subir impuestos, y gastan a manos llenan como
si esto fuera Jauja. Los otros, tan listos ellos, no dan pie con bola: prometen
sin saber y no les queda más remedio que desdecirse. Toman las medidas que los
otros no tomaron y resulta que no arreglan nada. Empiezan a acojonarse… Para
colmo, tenemos a los nacionalistas, que sólo piensan en su ombligo y quieren
ser independientes, pero con ayuda del Estado. Y Europa, ¡vaya patulea de
funcionarios sin espíritu! Llevan años viendo la crisis y hablando,
reuniéndose, discutiendo, analizando… total para nada. No dan una. Amenazan,
obligan, restringen, recortan. Pero no impulsan, no deciden, no ayudan, no
resuelven, no cogen el toro por los cuernos. Cuando las vacas gordas,
alimentadas artificialmente con ladrillos y cemento, engordadas por la codicia
humana, atiborradas de dinero fácil, ningún sabio europeo advirtió de que la
gordura era falsa, de que iban a pinchar algún día y se les iba a escapar el
engorde convertido en gases. Ahora todo son lamentos. Es necesaria una revolución,
pacífica, claro, y nadie se ha enterado. ¿Reaccionará algún día la sociedad?”.
“Espero”, dije.
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