La mujer guapísima
Era guapa, la mujer. Yo estaba sentado en un banco del
parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca
sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando ella se sentó a mi lado,
silenciosa. La miré de reojo, sin que se notara. Podría tener unos cincuenta años
quizá. Melenita rubia, piel blanca e inmaculada, ojos azules, algunas arrugas
en la comisura de los labios y alrededor de los ojos, ligeras arrugas en el
cuello. Era bella. Seguramente lo fue más de joven. La falda, que le llegaba
justo por encima de las rodillas, dejaba ver unas piernas bien formadas. La
camisa, con los primeros botones desabrochados, dejaba adivinar unos senos muy
atractivos. No pude evitarlo. Dejé el periódico y la miré sin disimulo. “Hola”,
le tuve que decir ante mi descaro, “es…, es usted preciosa”. “Gracias”, me
contestó, “es usted muy amable”. “No, no soy amable, es que de verdad que es
usted muy guapa; ¿no le importa que se lo diga? No he podido evitar mirarla”.
“Verá, sí, creo que he sido guapa y algo conservo. La Naturaleza me favoreció.
No todas las mujeres pueden presumir de lo mismo. Dicen que, de joven, fui una
belleza. Suerte que he tenido, pues no dependía de mí… Usted tampoco está
mal…”. “¿Yo? ¡Ah!, bueno, muchas gracias, ya me hubiera gustado, pero no, no me
parece. De hecho, me miro al espejo y no me gusto”. “Pues a mí sí. Creo que es
usted guapo y debió serlo aún más de joven”. “Bueno, yo creo que me lo dice por
corresponder, ¿no? Además, no se trata de mí, sino de usted. De verdad que es
usted muy guapa. Da gusto mirarla. Disfruto, ¿sabe?”. “Me alegro, siempre me
han gustado los piropos, no se lo niego. Y no, no me importa que me mire…”. “Pues
la miraré más, si me lo permite. ¿Vive usted por aquí?”. “Sí, desde hace poco”.
“¡Ah! Me extrañaba no haberla visto antes… si la hubiera visto, no la habría
olvidado”. “¿Y usted?”. “Desde que me casé”. “¿Está usted casado?”. “Sí. ¿Y
usted?”. “También”. “¿Nos veremos otro día?”. “¡Claro! Tiene que echarme un
piropo”. “¡Faltaría más!”. “¿Se lo va a contar a su mujer?”. “Pues, no sé,
supongo que sí, ¿no? ¿Y usted a su marido?”. “Mi marido es muy celoso”. “No me
extraña, teniendo una mujer tan guapísima”.
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