El hombre sin rastro (2)
Estaba triste, el hombre. Yo estaba sentado en un banco del
parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca
sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando él se sentó a mi lado,
resignado. “¿Cómo está hoy? Lo veo serio”, le dije. “Sí, lo estoy. Ya le dije
que soy el hombre sin rastro, y se lo expliqué, ¿se acuerda?”. “Sí, claro, eso
no se me olvida. Hizo usted una reflexión muy interesante”. “Sí, supongo. Pero
he reflexionado más y no creo que siempre haya sido así”. “Me alegro. ¿Por qué
lo dice?”. “La realidad es que tengo la sensación de no haber dejado rastro…,
aunque creo que en algunos casos fue distinto. Mire, déjeme que le cuente: es
cierto que no he dejado rastro alguno allá por donde he pasado. Nadie se
acuerda de mí, nadie me llama para preguntarme qué tal estoy, soy
insignificante en la vida de aquéllos con los que he convivido, laboralmente,
durante años. Incluso, como ya le dije, aquéllos por los que me desviví y colmé
de beneficios. Pero ayer descubrí que no todo es así, o no todos son así. Me
encontré casualmente con un colaborador mío de hace más de 20 años. ¡No se
puede imaginar cómo me puso! Para bien, gracias a Dios. Me dijo que soy el
mejor jefe que nunca ha tenido, que soy el que más sabe de mi sector, que
aprendió todo de mí, que mi calidad humana no la ha vuelto a encontrar jamás,
que… bueno, no le digo más, que me ruborizo. Entonces le pregunté abiertamente:
¿y por qué nunca me has llamado? Tienes razón, tenía que haberlo hecho un
montón de veces, pero, ya sabes, la vida nos come y no nos deja tiempo para
nada, pero créeme, me acuerdo mucho de ti, te tengo en un pedestal, perdóname…
me respondió. Eso me hizo reflexionar y concluí que es posible que todavía
algunos se acuerden de mí y aún me quieran, pero no tienen tiempo u ocasión de
expresármelo. Satisface pensarlo, ¿no?, aunque no deja de ser triste. Luego
hice otra reflexión: habrá unos que piensen así, bien, y otros que sean
incapaces de reconocer lo que hice por ellos; y me dije: allá ellos, que los
zurzan, no los necesito. Hay gente estúpida que no se merece que uno la
recuerde…”.
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