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domingo, 23 de septiembre de 2012

286. El energúmeno, en 400 palabras (doscientas).

El energúmeno

Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando un jovenzuelo se sentó a mi lado. Bueno, se tiró más que se sentó. Traía un compacto de buen tamaño que dejó sobre el banco y puso a un volumen exagerado. Se estaba comiendo una hamburguesa, que chorreaba mostaza y kétchup, a veces sobre su camisa y pantalón, a veces sobre el banco. Yo lo observé alucinado, en silencio. No me atreví al principio a decirle nada, pero alargué la mano para bajar un poco el volumen de su dichoso aparato. Me miró, lo miré y esperé cualquier improperio por su parte. Pero no. Simplemente, subió de nuevo el volumen, dejando el mando lleno de kétchup y mostaza. Lo contemplé. Pantalón vaquero negro, cuajado de lamparones y lleno de agujeros, no sé si originales o causados por el descuido, camisa negra también, llena de mostaza y kétchup frescos. Reloj cronógrafo caro. Pulseras aparentemente de oro y un collar dorado al cuello del que colgaba un cuerno. Un aro con brillante en una oreja. Zapatillas de marca, casi nuevas. Con barba de tres días (no le pregunté si eran más o menos) y pelo largo desaliñado. Una joya, su aspecto. No tengo nada contra el pelo largo, ni la barba ni los aros, pero sí contra la suciedad. Tirando a grueso y musculoso, como para enfrentarse con él. Yo no tenía ni una bofetada. Sin decirle nada, bajé el volumen de nuevo. Las manos manchadas de kétchup y mostaza me las limpié en sus pantalones. “No te importa, ¿verdad? Total, ya están manchados”. Sé que fui osado, incluso valiente (o estúpido, no sé), pero me arriesgué, no lo pude evitar. Su reacción fue lenta. Sin decir palabra, subió de nuevo el volumen y me restregó la hamburguesa, o lo que quedaba de ella, por mi frente, y luego por mi camisa blanca impoluta. La mostaza y el kétchup me resbalaron por la cara hasta detenerse en mi barba. “No te importa, ¿verdad? Estás más guapo así”. No dije nada. Con los faldones de su camisa me limpié la cara, o me la ensucié más, no sé. Al agacharme, me besó en la calva de mi coronilla, dejando en ella el kétchup y la mostaza que tenía en sus labios.

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