La mujer loca
Parecía loca, la mujer. Yo estaba sentado en un banco del
parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca
sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando ella se sentó a mi lado,
con los ojos tan saltones que parecían que se le iban a salir de un momento a
otro. “La María es una estúpida, no la aguanto más. Y hoy mi marido va y dice
que se va de casa, que no me aguanta. ¡Y qué! Que se vaya. La María me ha
engañado con otra y eso no se lo consiento. Pues sólo por eso hoy no compraré
el pan. ¿A usted que le parece, buen hombre?”. “Pues yo…, no sé, ¿qué me parece
qué? ¿Lo del pan, lo de María o lo de su marido?”. “Pues lo del pan, claro. Hoy
no lo voy a comprar”. “¡Ah! Bueno”. “Es que, mire, lo de María no tiene nombre.
Había quedado conmigo en acompañarme al Corte Inglés y me llama para decirme
que no puede. Vale, le digo, no importa. Y luego la veo con la Maite tomando
café. Pues que se quede con ella. Yo ya tengo bastante con mi marido”. Se calla
unos segundos. Yo, para que parezca que le hago caso, le pregunto: “Pero su
marido, ¿no se va de casa?”. “¡Ah! Sí, eso dice, pero no se va. Y hoy se queda
sin pan. ¿Sabe? A mi marido le gusta mucho el pan. Así que hoy, que se joda.
Pero no se va, no, no tenga usted cuidado. A él le gusta mi cuerpo más que
comer con los dedos. ¿No le he contado lo de la farmacia? He ido a comprar lo
de siempre y me dicen que no lo tienen. Les he armado un pollo. ¿Pero es que no
lo compro todas las semanas desde hace años?, les he dicho. Y no crea que me
han respondido: Perdón, señora. No, nada de eso. Me han dicho que vuelva
mañana. Pues mi marido no se va, no, no se preocupe”. “No, si yo…”. “Lo conozco
y me amenaza cada vez que le digo que no, y ayer se lo dije porque me dolía la
cabeza. ¿Sabe? A mí también me duele la cabeza”. “Sí, claro”, dije, por
cumplir. “Y a la María que le den. Tengo más amigas. Deje que le cuente…“.
Desconecté.
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