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domingo, 9 de enero de 2011

198. Mal día, en 400 palabras (ciento treinta y dos).

Mal día

Se levantó aquel día con el pie izquierdo. No cabía duda. Había dormido mal y el maldito despertador le sorprendió en su sueño más profundo. Pero aquel día no podía permitirse el lujo de llegar tarde, así que se levantó como pudo, puso primero el pie izquierdo sobre el suelo, pisó la fría losa que la alfombra, desplazada, había dejado desnuda, soltó un taco, buscó sin éxito las zapatillas y decidió salir descalzo a desayunar. Calentó el café del día anterior y vertió en la taza los restos de la botella de leche que anoche había dejado cerca del radiador. La leche, claro, estaba cortada. Tiró todo y preparó la cafetera para hacer café. Sacó una nueva botella de leche del frigorífico. Esperó impaciente el ruido que hizo la cafetera italiana cuando el café subía a borbotones. Se sirvió de nuevo. Echó azúcar, que era sal. Alguien le había cambiado de sitio el tarro de azúcar por el tarro de sal, que eran inexplicablemente iguales, salvo que en uno ponía azúcar y en otro sal, pero en letras que a las seis de la mañana y muerto de sueño no se distinguían. Ni siquiera intentó leerlas, lo que hace la costumbre. Escupió el café soltando otro taco. Se sirvió por tercera vez, pero echó poca leche y se quemó. Dejó el café y se fue al cuarto de baño. Se afeitó y se dejó la cara como un cristo. Se fue a duchar. Pisó restos de jabón líquido que alguien dejó vertido en la bañera y resbaló. No se abrió la cabeza, a pesar del golpe, pero se torció la muñeca de la mano derecha. Le dolía, y también la cabeza. Se duchó al fin, se secó y se vistió a duras penas. La muñeca se le hinchaba por momentos. No podría conducir. Ya en la calle, llamó a un taxi; y a un segundo y a un tercero. Pasaron unos veinte, ocupados todos. Por fin le para uno y dudó si decirle al taxista lléveme a urgencias o a la oficina. Optó por lo segundo. Sale del taxi y diluvia; no lleva paraguas ni gabardina y el agua le cala hasta los huesos. Mal asunto presentarse así ante sus nuevos clientes, que ya le esperaban en la sala de reuniones. Disculpas, dijo, mientras tropezaba con la pata de una silla y caía al suelo cuan largo era.

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