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sábado, 1 de enero de 2011

197. Un buen día, en 400 palabras (ciento treinta y una).

Un buen día

Se levantó contento. Desayunó lo que le gusta mientras escuchaba la música que le gusta, que tarareó luego en la ducha. Hizo repaso de los temas pendientes mientras se afeitaba y comprobó que todo estaba en orden. Ningún problema, todo bajo control.

Poco tráfico para ser miércoles, quizá era algo más temprano que de costumbre. Encontró aparcamiento a la primera, sin necesidad de dar las consabidas vueltas por las calles circundantes. Una vez sentado a su mesa, tras un alegre buenos días a sus compañeros, leyó el correo. Nada relevante, salvo innumerables felicitaciones de Navidad a las que respondió atentamente. A varias, cariñosamente. Ningún mensaje de alerta, ningún tema urgente, ningún asunto que requiriese su inmediata atención. Se le presentaba un día tranquilo. Planificó las actividades del día como era su costumbre, tras comprobar la agenda, y realizó varias llamadas a clientes para revisar algunas operaciones que, simplemente, le habían llamado la atención. Todo correcto.

A última hora de la mañana tenía reunión con su jefe para rendirle cuentas de su actividad durante el año que estaba a punto de expirar. Revisó el informe que había preparado días atrás y retocó apenas un par de líneas. No se quejaría su jefe, esperaba, de su rendimiento y buen hacer. Esa expectativa era, quizá, la que le producía tanto contento esa mañana.

Reunión satisfactoria, con felicitación incluida y una suculenta subida salarial para el año que entraba. No podía quejarse. Su progresión en la empresa era destacable, cierto es que se dejaba la piel y ponía su máximo interés en hacer bien las cosas. Aunque él reconocía que no tenía ningún mérito: le gustaba lo que hacía.

A su vuelta a casa se conectó a Internet y comprobó los décimos de lotería que jugaba. No esperaba el gordo, pero no le fue mal. No le tocó mucho, aunque compensó con creces su inversión, unas cinco veces, casi seis.

Día redondo. Para celebrarlo, decidió salir con unos amigos. Pago yo la primera ronda, dijo, que hoy he tenido un buen día. Lo fue a explicar, pero su mirada se fijó en una chica al otro extremo de la barra, mirada que fue correspondida con la misma intensidad que la suya. Oía la cháchara de sus amigos, pero no los escuchaba. Su atención se centró en ella. Tras dudar unos instantes, se le acercó: ¿puedo invitarte? Y la invitó. E intimaron.

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