Las echo de menos.
La mar aquí, en Madrid, no se ve. "¡Háblame el mar, marinero, dime si es verdad lo que dicen de él; desde mi ventana no puedo yo verlo!". Cuando llego a mis playas de Cái, me encanta pasear por la arena y contemplar la mar.
Me seducen las olas. Son agua nueva que refresca todo, que refresca mi cuerpo y mi alma. Me quedo ratos contemplando cómo se forma la ola, cómo rompe, cómo muere lamiendo la arena. Sus restos retroceden hasta que su hermana menor la engulle, repitiendo el movimiento. Una y otra vez. A cada ola sucede otra. A veces alcanza una a la anterior en el momento de romper y rompen juntas. Entonces, la masa de agua es mayor y cubre más arena al morir. Es un espectáculo.
La playa. Limpia y solitaria, como a mí me gusta. Arena rubia. Arena virgen, cuando aún no fue pisada tras bajar la marea. Arena húmeda, si la mar la cubrió. Arena seca, si al sol le dio tiempo entre marea y marea. Arena fresca. De vez en cuando unas rocas, y rocas en los extremos, contra las que rompen las olas que no han querido lamer la arena.
De vez en cuando gaviotas, que vuelan bajo sobre la playa. A veces sobre la mar, en donde se zambullen buscando los peces. O se posan, para dejarse mecer por las olas. Un espectáculo, su vuelo. Pareciera que no se esfuerzan al volar, tal es su habilidad. Baten suavemente sus alas y luego planean un largo trecho, sin esfuerzo. Recorren mi playita de punta a punta y desaparecen tras las rocas de un extremo. Luego vienen más y más, todas en la misma dirección. Supongo que luego vuelven, debe ser al atarecer.
Echo de menos mis playas, la mar y las gaviotas. Yo tendría que vivir allí.
sábado, 27 de octubre de 2007
3. La mar y la playa
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