sábado, 30 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
269.La pareja discutidora, en 400 palabras (ciento ochenta y nueve).
La pareja discutidora
Estaban enervados, los dos, ella y él. Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando una joven pareja se sentó a mi lado, discutiendo. Debían llevar discutiendo ya un buen rato, pues se les veía acalorada a ella y muy serio a él. “No, así no”, decía ella. “Pues tendrá que ser así”, contestaba él. “Pues no, ni pensarlo”. “Pues tú verás”. Se callaron, quizá al denotar mi presencia. Yo seguí leyendo el periódico. Los miraba de reojo. No creo que pasaran de los treinta ninguno de los dos. Los dos, guapos: ella, rubia, con muy buen tipo, cutis perfecto y unos ojos azul mar; él, de piel morena, ojos castaños y porte elegante. Ella lo miró y trató de sonreír. Más que una sonrisa le salió una mueca. Él la miró, muy serio, como diciendo: ¿intentas sonreír con la que estás liando?, pero no lo dijo. Al rato, él le cogió la mano y ella dio un respingo y quitó la mano inmediatamente. No se dijeron nada. Más tarde, yo ya había leído el periódico, él dijo: “Muy bien. Tenemos que aclarar esto”. “Sí”, respondió ella. “Entonces, ¿lo analizamos otra vez?”. “Mira que eres pesado, ¿no?”. “Acabas de decirme que sí”. “Que sí, ¿a qué?”. “A que tenemos que aclararlo”. “Sí, pero no me refería a ahora”. “¿Cuándo, entonces?”. “Cuando me calme, estoy excitada”. “¿Excitada? Pero si tú no te excitas, ése es el problema”. “Mira, eso es culpa tuya, no sabes hacerlo”. “¡Que no sé…! Bueno, mira, lo que no puede ser es que sólo lo hagamos una vez a la semana y encima no lo disfrutemos. Porque, si tú no disfrutas, yo tampoco”. “¡Cínico!”. “Es verdad”. “Tú siempre piensas en lo mismo y no me das tiempo”. “¿Qué no te doy tiempo? ¡Venga ya! Ahora la excusa es el tiempo, ¿no?”. “No es excusa. Es que me siento acosada. Alguna vez me gustaría llevar a mí la iniciativa”. “Bien, de acuerdo. Tú me dices”. “Pues ya está”. “¿Ya está qué?”. “Que ya está aclarado, ¿no?”. “Si tú lo dices… lo que ha pasado es que yo he cedido, como siempre”. “¡Qué cínico eres! El problema es que tú siempre quieres salirte con la tuya y nunca me comprendes”. Me hice el sueco.
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sábado, 16 de junio de 2012
268. La mujer loca, en 400 palabras (ciento ochenta y ocho).
La mujer loca
Parecía loca, la mujer. Yo estaba sentado en un banco del
parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca
sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando ella se sentó a mi lado,
con los ojos tan saltones que parecían que se le iban a salir de un momento a
otro. “La María es una estúpida, no la aguanto más. Y hoy mi marido va y dice
que se va de casa, que no me aguanta. ¡Y qué! Que se vaya. La María me ha
engañado con otra y eso no se lo consiento. Pues sólo por eso hoy no compraré
el pan. ¿A usted que le parece, buen hombre?”. “Pues yo…, no sé, ¿qué me parece
qué? ¿Lo del pan, lo de María o lo de su marido?”. “Pues lo del pan, claro. Hoy
no lo voy a comprar”. “¡Ah! Bueno”. “Es que, mire, lo de María no tiene nombre.
Había quedado conmigo en acompañarme al Corte Inglés y me llama para decirme
que no puede. Vale, le digo, no importa. Y luego la veo con la Maite tomando
café. Pues que se quede con ella. Yo ya tengo bastante con mi marido”. Se calla
unos segundos. Yo, para que parezca que le hago caso, le pregunto: “Pero su
marido, ¿no se va de casa?”. “¡Ah! Sí, eso dice, pero no se va. Y hoy se queda
sin pan. ¿Sabe? A mi marido le gusta mucho el pan. Así que hoy, que se joda.
Pero no se va, no, no tenga usted cuidado. A él le gusta mi cuerpo más que
comer con los dedos. ¿No le he contado lo de la farmacia? He ido a comprar lo
de siempre y me dicen que no lo tienen. Les he armado un pollo. ¿Pero es que no
lo compro todas las semanas desde hace años?, les he dicho. Y no crea que me
han respondido: Perdón, señora. No, nada de eso. Me han dicho que vuelva
mañana. Pues mi marido no se va, no, no se preocupe”. “No, si yo…”. “Lo conozco
y me amenaza cada vez que le digo que no, y ayer se lo dije porque me dolía la
cabeza. ¿Sabe? A mí también me duele la cabeza”. “Sí, claro”, dije, por
cumplir. “Y a la María que le den. Tengo más amigas. Deje que le cuente…“.
Desconecté.
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domingo, 10 de junio de 2012
267. La mujer guapísima (2), en 400 palabras (ciento ochenta y siete).
La mujer guapísima (2)
Era guapa, la mujer. Ya la conocía. Yo estaba sentado en un
banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi
perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando ella se
sentó a mi lado, sonriendo. “¡Hola!”. “¡Hola!”. “¿Me va a echar un piropo
hoy?”. “Claro. Está usted estupenda”. “¿Nada más?”. “Sí. Puedo decirle más
cosas: es usted guapa, elegante, atractiva…”. “Gracias. Me gusta”. “¿Le gusta
lo que le digo o le gusto yo?”. “Me gusta usted, y también lo que me dice”.
“¡Vaya! No me lo esperaba”. “¿No se esperaba qué?”. “Que yo le gustara”. “Pues
así es. No le molestará, ¿no?”. “No, por supuesto. Me encanta”. “¿Se lo va a
decir a su mujer?”. “Pues no sé, supongo que sí, aunque a lo mejor no le
gusta”. “¿No le gusta que se lo cuente o no le gusta que usted me guste?”. “Supongo
que no le gustará que yo le guste a usted”. “¿Por qué no? Debe sentirse
orgullosa de que su marido le guste a otra”. “Sí, imagino que sí, pero a lo
mejor, o a lo peor, ella piensa que estoy ligando con usted”. “¿Y no lo está
haciendo?”. “Bueno, pues no sé… es usted quien ha dicho que le gusto, yo no he
dicho nada”. “Sí, me ha echado piropos, me ha dicho que estoy estupenda”. “Sí,
claro, es que usted lo está”. “Entonces, ¿le gusto?”. “Sí, me gusta, pero eso
no significa que quiera ligar con usted”. “Ya, pero es el primer paso, ¿no?”.
“Yo diría que es una condición necesaria porque, si no me gustara, no querría
ligar con usted”. “Entonces, ¿quiere ligar conmigo?”. “Yo no he dicho eso”.
“No, por eso le pregunto”. “Pues… bueno, me gustaría, claro, es usted guapísima,
parece simpática y seguro que es cariñosa”. “Lo soy, y mucho”. “Me lo imagino,
sí, pero, ya sabe, estoy casado y…”. “Yo también estoy casada”. “¿Y su
marido?”. “Es muy celoso”. “Lo entiendo. Yo también lo soy”. “¿Es guapa su
mujer?”. “Sí, mucho”. “¿Y celosa?”. “No, yo creo que no”. “Pues mejor, ¿no? Así
se lo puede contar y no tendrá problemas”. “Contarle qué, ¿qué yo le gusto a
usted o que usted me gusta a mí?”. “Ambas cosas. Nos gustamos, ¿no?”. “Sí,
claro, bueno, pero yo…”. “Mire, hay que ser realistas”. “Sí, sí, es mejor”.
“Usted me gusta”.
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sábado, 2 de junio de 2012
266. El hombre con bigote, en 400 palabras (ciento ochenta y seis).
El hombre con bigote
Estaba como enfadado, el hombre. Yo estaba sentado en un
banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi
perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando un hombre
con bigote se sentó a mi lado, despotricando. “Es una barbaridad”, decía. Yo lo
miré y callé prudentemente. Él siguió: “Es que esto no puede ser, hay que
arreglarlo, este país se cae a trozos y no hay nadie que lo solucione, los
políticos son unos incompetentes, los banqueros, unos ladrones, los jueces,
unos cantamañanas, los empresarios, unos egoístas, los sindicatos, unos desgarramantas, los trabajadores, unos
vagos, los nacionalistas, unos pueblerinos…”. “Vaya, no deja usted títere con
cabeza”, le interrumpí, un poco alarmado. “La prima de riesgo en las alturas
(podríamos santificarla ya), los bancos son un agujero negro…”, continuó, sin
tener en cuenta mi interrupción. “Y la sociedad está adormecida, anestesiada. Aparece
de pronto un 15M, pero no resuelve nada, son cuatro gatos, desorganizados además.
Esto no puede seguir así. Hay que hacérselo ver a estos políticos que tenemos.
Unos, con su maquinaria de propaganda y su demagogia, sólo se dedican a mentir
para ganar votos y dicen que se preocupan por la sociedad… ¡Ja! Resulta que son
los primeros en bajar sueldos y subir impuestos, y gastan a manos llenan como
si esto fuera Jauja. Los otros, tan listos ellos, no dan pie con bola: prometen
sin saber y no les queda más remedio que desdecirse. Toman las medidas que los
otros no tomaron y resulta que no arreglan nada. Empiezan a acojonarse… Para
colmo, tenemos a los nacionalistas, que sólo piensan en su ombligo y quieren
ser independientes, pero con ayuda del Estado. Y Europa, ¡vaya patulea de
funcionarios sin espíritu! Llevan años viendo la crisis y hablando,
reuniéndose, discutiendo, analizando… total para nada. No dan una. Amenazan,
obligan, restringen, recortan. Pero no impulsan, no deciden, no ayudan, no
resuelven, no cogen el toro por los cuernos. Cuando las vacas gordas,
alimentadas artificialmente con ladrillos y cemento, engordadas por la codicia
humana, atiborradas de dinero fácil, ningún sabio europeo advirtió de que la
gordura era falsa, de que iban a pinchar algún día y se les iba a escapar el
engorde convertido en gases. Ahora todo son lamentos. Es necesaria una revolución,
pacífica, claro, y nadie se ha enterado. ¿Reaccionará algún día la sociedad?”.
“Espero”, dije.
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