De nuevo, cuatrocientas palabras, en 400 palabras.
A ver… se me agotan ya las 400 palabras de marras. Van cuarenta y tantas y mi imaginación no da pá tanto. Pero tengo, al menos, un par o tres de lectoras asiduas que me son fieles y buscan cada día (una me lo ha confesado) mis 400 palabras, bien para reírse, bien para pasar un rato, bien para ver cómo “describo el mundo en 400 palabras” (palabras textuales). Así que no me queda más remedio que seguir con mi serie. Lo que ocurre es que no sé de qué tema escribir…
Escribir sobre algún tema en 400 palabras tiene su gracia, o su atractivo. Es fácil, el procesador de textos ayuda a contar y luego eliminas una palabra aquí o allá, o añades unas cuantas acullá. Con la práctica, sé hasta dónde tengo que llegar en un documento del procesador de textos que utilizo y suelo parar cuando llevo entre 389 y 412 (máh o menoh). Entonces, cuento y añado o elimino, como decía.
Es fácil, insisto. Cierto es también que, a veces, me quedo con las ganas de desarrollar más ampliamente el tema y he de dejar cosas en el tintero. Eso me obliga a condensar, a resumir, que es algo bueno. Otras, en cambio, se me queda corto y he de meter relleno del malo. Me da rabia, pero soy obsesivo y no renuncio a que sean precisamente 400 palabras. Sí, soy obsesivo y siempre lo he sido; un poco cuadriculado y me cuesta desviarme. Otro día pondré un ejemplo que tiene que ver con el juego.
Escribir es bonito. Pienso en el tema mientras me fumo un pitillo, por ejemplo, en la puta calle en horas de oficina. Me hago una idea y, luego, en casa, la desarrollo, si es que me acuerdo. Pero no siempre es así, como me ocurre hoy. Me he sentado frente a mi máquina tonta con un documento en blanco y he pensado en mis fans, con mucho cariño: “no voy a defraudarlas”. Comencé a escribir sin saber qué ni sobre qué, sí para qué.
Me quedan cuarenta y nueve palabras, contando estas anteriores. ¡Bravo! He releído el texto y veo que he conseguido lo que los políticos: hablar (escribir, en este caso) sin decir absolutamente nada. ¡Y en cuatrocientas palabras! Me faltan trece. Terminaré diciendo: ¡soy un genio… que escribe sin decir nada!
domingo, 7 de septiembre de 2008
69.De nuevo, cuatrocientas palabras, en 400 palabras (cuarenta y cuatro).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Ops, Miguel: esta entrada me recuerda sospechosamente a aquellas columnas de opinión que tenía que escribir sin nada de lo que hablar. Son un auténtico ejercicio de poca vergüenza, jajaja.
Te ha quedado bordada, que lo sepas. Un beso. :)
Usted no es como un político, pues no he sabido identificar ninguna mentira en su texto.
Jejeje, muy grande el comentario de edmar! Yo tampoco encontré ninguna mentira... y además sigues fiel a tu estilo.
Yo soy de las asiduas, así que confieso: una vez más lo has conseguido, hemos pasado un buen rato! (sin una palabra de más, ni de menos).
Un abrazo!
Gracias, Edmar, por no identifcarme con un político. No, no lo soy. Pero, como ves, sí soy capaz de hablar (escribir) sin decir nada interesante... aunque no mienta. Bienvenido por esta bitácora y gracias por leerme.
Berrendita: me imagino lo bien que lo pasabas escribiendo como yo... y gracias por el piropo.
Bicho (o Carolina, que voy a olvidar tu nombre... ¿o ya lo olvidé?): gracias por tu fidelidad... ¿Te has planteado ya lo de las abejas? ¿Qué tal tu cuello y exámenes? No te puedo avisar porque no tengo tu correo, pero si lees esto vete a www.curandote.com y lee. Es interesante. Y cura, créeme (ya te lo dije, ¿no?)
Un abrazo,
Publicar un comentario