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Guarismo.

sábado, 26 de abril de 2008

45. El squash, en 400 palabras (veintiséis).

El Squash

Hace años, cuando aún era casi joven, me aficioné a jugar al squash. Yo nunca fui deportista. De niño intenté el fútbol, todo un éxito: cuando el balón venía hacia mí, yo, entusiasmado –pocas veces me lo pasaban mis compañeros– iba a por él y... daba una patada al aire, el balón pasaba bajo mi pie y yo, con el impulso, me caía de culo al duro asfalto (de niño jugábamos en la calle, no había campos de césped, ni de tierra). Luego intenté el baloncesto; no lo hacía del todo mal, pero no daba la talla. De estudiante universitario intenté el tenis y seguí año tras año –como el inglés–, pero nada. Un desastre. Abandoné el deporte, porque del esquí ni hablo: ¡piiiistaaaa! gritaba y terminaba sobre la nieve, con un esguince de tobillo y los esquís deslizándose a su aire, que no se sujetaban suficientemente a mis botas de la mili.

Cumplidos ya treinta y tantos, Carlos, compañero de trabajo, en bendito momento, me descubrió el squash. Me entusiasmé. Me cautivó ese juego feroz.

Cuatro paredes, suelo de parqué de 9,75 x 6,40 m. y techo a 5,64 m. del suelo. Chapa frontal de falta de 43 cm. desde el suelo, bandas rojas que determinan la superficie válida, etc. Puede llover, nevar o hacer un sol que raja las piedras, que se puede jugar. Y sólo necesitas a un contrario. Una ventaja.

Me cautivó ese juego endemoniado. Duro, dramático, rápido, rompedor de rodillas, riñones, piernas, espalda... pero genial. Competitivo, divertido, provocador. En fracciones de segundo has de llegar a la bolita, que no bota. Duele el codo derecho, a los diestros, que a los zurdos es el izquierdo; pierdes el resuello, te duele el alma si pierdes, discutes cada bola, cada let y cada stroke. Lamentas los nicks del contrario y disfrutas los tuyos. Sales a la pista a ganar, vas a romper, a luchar. Y pierdes, con deportividad, claro, porque siempre hay alguien mejor que tú. Y cuando ganas, sudoroso y agotado pero feliz, ¡qué placer!

Le debo mucho al squash. Quemas adrenalina, oxigenas tus pulmones, acabas con el estrés del día, te olvidas de los problemas y terminas relajado. Luego, sauna y ducha. Una gozada.

Ahora, con los años, “bola gorda”, más suave, aunque intenso también.

Juego casi a diario y me mantengo en forma, de cuerpo y de alma. Os lo recomiendo.

2 comentarios:

Marina dijo...

¿Casi todos los días? Madre mía, qué valor. Creo que nunca he tenido ni tendré tanta constancia para un deporte. Te admiro de verdad. La cuestión, supongo, es que tú lo haces por lo que los psicólogos denominamos "motivación intrínseca", que quiere decir que encuentras placer en el simple hecho de practicar el deporte y nadie tiene que convencerte de lo bueno que es para la tripa y el colesterol. Si te guiaras por la motivación extrínseca de estar sano y guapo, no habrías durado ni dos días... que es lo que me pasa a mí cuando me apunto al gimnasio, y es por lo que sí he durado más haciendo baile.
Después de esta leccioncilla de psicología de tocador, me voy a dormir. Un abrazote.

Guarismo dijo...

Sí, Marina, me gusta jugar al squash (ahora a la "bola gorda") y no me supone esfuerzo, por lo que mi motivación es intrínseca, según la denomináis los de tu gremio.

Por cierto, tú que sabes, algún día tienes que explicarme lo que es una depresión exógena y otra endógena... creo que la mía fue endógena y lo pasé muy mal (superada hace años, felizmente).

Le he pedido a tu tía que te deje VdL (iban hoy para Málaga) con la condición de que, cuando la leas, me publiques una crítica -aunque sea feroz- en tu blog literario. ¿lo harás?

Un abrazo,

Miguel.