Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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miércoles, 23 de abril de 2008

44. La cabaña, en 400 palabras (veinticinco).

La cabaña

A Lucía le gustaba pasear por el bosque. Lo hacía desde niña y solía ir una vez al día. Siempre paseaba por la misma zona, a la que ella llamaba mi bosque. No importaba el tiempo que hiciera. Podía hacer calor o frío, o llover, incluso nevar, que ella no se perdía sus paseos por nada del mundo. En setenta y tantos años sólo había faltado a su cita durante tres semanas, dos por el tifus, que casi la mata, y la otra porque sus padres se empeñaron en llevarla a la playa, “tienes que conocer el mar” le dijeron y no le dieron opción. Aquella tarde de invierno caminaba con dificultad por la nieve, en la que se hundía hasta los tobillos, aterida de frío por el fuerte viento norte que soplaba sin descanso y que hacía golpear el aguanieve contra su rostro descubierto. De pronto, se topó con una cabaña que jamás había visto. Había pasado por allí infinidad de veces y nunca la vio. Su cuerpo tembló ligeramente, quizá de miedo, aunque ella lo achacó al frío. Se acercó con cautela y la rodeó, expectante. Intentó ver a través de las ventanas, pero el interior estaba oscuro. Volvió a la puerta principal y llamó con los nudillos. Nada. Insistió. Le pareció oír un ligero murmullo que se acalló tan pronto llamó de nuevo. Esperó. Llamó otra vez acompañándose de un “¿hay alguien ahí?”. Silencio. Ya se iba cuando oyó a sus espaldas el chirrido de la puerta que se abría. Dio un respingo. Volvió sobre sus pasos y escudriñó a través de la puerta abierta. El murmullo que antes oyera era ahora más intenso. Creía identificar voces que cuchicheaban pero no estaba segura. “¿Hay alguien ahí?” gritó de nuevo y dio unos pasos hacia el interior. Silencio. La oscuridad era absoluta, lo que le llamó poderosamente la atención. “Aún no es de noche, debería entrar algo de luz por la puerta”, se dijo, al tiempo que miraba hacia atrás para comprobar que la puerta seguía abierta. Así era. Deslizando los pies por el suelo, y extendiendo los brazos para detectar cualquier obstáculo, avanzó con valentía unos cuantos pasos hasta que la oscuridad se la tragó. “¿Hay alguien ahí?”, repitió. Suavemente volvieron los murmullos y las voces que cuchicheaban llegaron claras a sus oídos. Poco a poco, uno a uno, fue reconociendo a sus amigos muertos.


© 2005, el autor de este blog.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡jesús¡ ¡que miedo¡
¿Ahora te vas a dedicar a los cuentos de miedo?

Anónimo dijo...

MENUDO "PEAZO" CUENTO DE MIEDO.
Pasaba por aquí y me lo he encontrado.
Casí me recuerdan los que me contaban de pequeña.
Te añado a mis favoritos. Te seguiré leyendo.

estrella de mar dijo...

jo, me ha dejado desconcertada el final... pero está chulo. Creo que es la primera historia de miedo que te leo. Y lo curioso es que siempre hablas del viento. ¿Lo sabías, no?

Podrías adaptarlo para el guión de un corto... (últimamente estoy muy cinematográfica).

Un abrazo

Guarismo dijo...

Gracias, anónimos y Marta, por pasar por aquí, leerme y comentarme...

No es el miedo mi especialidad -ni realmente estas 400 palabras dan miedo- pero me pongo a escribir y salen cosas como ésta. Me divierto.

El viento..., sí me gusta. Será por mis tres novelas que se llaman así: Viento de Levante, de Poniente y Norte...

Un abrazo.