Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

292. Diálogo sin sentido, en 400 palabras (doscientas seis).

Diálogo sin sentido

—Buenos días.
¡Buenos días!
—Parece usted muy contento, ¿no?
¡Sí, lo estoy!
—Pues me alegro, pero no hace falta que chille, le oigo bien.
¡Ah, perdone! pero, ya sabe, la alegría…
—Así está mejor.
—Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
—Pues, verá, tengo un caso muy complicado.
—No se preocupe, aquí estamos para resolver sus problemas.
—Bien, muchas gracias, pero no creo que puedan.
—¿Que no? ¿Y cómo lo sabe?
—Porque es la quinta vez que vengo.
—Ya. ¿Y con quién habló?
—Pues con varios. Dos veces con esa compañera suya, la que está ahí al fondo, otras dos con un señor calvo, que creo que está a punto de jubilarse, y la otra con una joven muy simpática.
—¿Y?
—Nada, no me ayudaron.
—Lo suponía, pero, verá. Esa compañera que usted señala es una inútil, lo sabe todo el mundo, pero ahí sigue; dicen que le gusta mucho al jefe, no sé si habrá algo más. El compañero calvo se jubila el mes que viene, efectivamente, y presume de que todo le importa un bledo. Y la joven simpática es eso: una joven muy simpática, pero que está aprendiendo.
—Oiga, apenas si le oigo.
—Ya, acérquese. Digo que los tres son unos incompetentes por una u otra razón, y comprenderá que no se lo puedo decir en voz alta, que me pueden oír.
—Entiendo.
—Bien, cuénteme su problema.
—¿Seguro? Es un tema muy complejo.
¡No importa! Para eso estoy aquí.
—No chille, por favor.
—Vaya, perdone. Es que estoy contento.
—Sí, ya me lo dijo. Y yo le dije que me alegro, pero que no hace falta que grite.
—Cierto. Perdóneme, pero ¡es que soy tan feliz!
—Me alegro, me alegro. Pero lo puede decir con un tono normal, no soy sordo.
—Sí, sí, claro.
—Y dígame: ¿por qué es usted tan feliz? No es que me importe mucho pero, efectivamente, desborda usted felicidad.
—Si quiere que se lo cuente… pero usted no ha venido aquí para felicitarme, ¿verdad? Ha venido a resolver su problema.
—Claro, a eso he venido, sí.
—Pues dígame.
—Verá, no sé por dónde empezar. ¿Ha hablado usted con sus compañeros inútiles?
—¡Shsh! No grite, que le oyen.
—¡Caramba! Perdone. Le preguntaba que si ha hablado con ellos sobre mi caso.
—No.
—Pues no voy a contarlo otra vez.
—Entonces, ¿cómo le ayudo?
—No sé. Es su problema... mejor me voy.
Sí, mejor.

No hay comentarios: