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sábado, 9 de abril de 2011

211. Estudio, en 400 palabras (ciento cuarenta y cuatro).

Estudio

Estudio. Eso hago. Tengo que hacerlo, no me queda más remedio; me examino pasado mañana, y al día siguiente y al otro. No puedo fallar. Pero no me concentro. Me siento, abro el libro, cojo un lápiz y papel, leo, subrayo, escribo y... me levanto. Voy a la cocina, como algo, lo que pillo, me paseo por la casa, tropiezo con mi madre, que me pregunta: ¿qué haces? Estudiar, le contesto, pero estaba estirando las piernas. ¡Ah! me dice. Entro en mi habitación, cierro la puerta, me vuelvo a sentar, pongo música, suave, y sigo por donde iba. ¿Por dónde iba? Me cuesta un rato recordarlo y coger el hilo otra vez. Leo, subrayo, tomo notas. Paro. Enciendo un pitillo y escucho la música. Es bueno este Telemann. Vuelvo al libro, bajo un poco más el volumen, respiro tres veces por la nariz y con los pulmones (me lo enseñó mi padre) y leo de nuevo y subrayo y escribo un resumen. No puedo más. Me levanto. Paseo por la habitación. Fumo otro pitillo. Salgo a la cocina y bebo agua. Voy a mi cuarto. Vuelvo a la cocina por una cocacola. Y vuelta a empezar: cierro la puerta, me siento, cojo el lápiz, leo, subrayo, resumo, leo, subrayo, resumo; vuelvo atrás e intento repetir lo ya estudiado; nada, sólo algunos recuerdos vagos. Releo lo ya leído y subrayado y lo memorizo. Intento concentrarme, apago la música. Pero, antes, otro pitillo. Hago el esfuerzo y repito la lección como si de un loro se tratara. Ahora ha ido mejor. Casi recuerdo el 80 por ciento, el resto es que no lo entiendo. Salto en el libro al siguiente capítulo. Leo, subrayo. Me agoto. Vuelvo a poner la música. Vuelvo a levantarme. Paseo, otro pitillo.

Me enfado conmigo mismo, intento segregar adrenalina: pienso en el examen y me asusto. Otra vez el libro, el lápiz, el papel. Subrayo, repito, memorizo. Cierro el libro y diserto, pero disertar está muy lejos de la realidad. Compruebo. Leo las notas. Un 5 pelao, no más. Me desespero. Salgo a la calle. ¿Dónde vas? A comprar tabaco. Doy un paseo, tomo el aire, el aire fresco de febrero, me despejo, me prometo, me propongo. Pienso en el examen, en los exámenes y me acojono. Subo, me siento, cojo el libro, aguanto, me esfuerzo, me concentro. Una cierta alegría, profunda, me inunda. Llega la satisfacción.

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