Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

sábado, 12 de febrero de 2011

203. Paseando, en 400 palabras (ciento treinta y siete).

Paseando

Me gusta pasear, sí, pero no me gusta andar. Me explico: al pasear, ando, claro, pero lo hago lentamente, sin prisa, un paso tras otro, con parsimonia. Otra cosa es andar. Andar para mí es andar deprisa, casi como si estuviera desfilando en la mili. Y eso no me gusta: me agota y me produce daño en el músculo opuesto al gemelo, que no sé cómo se llama (lo buscaré ahora en la Red; ya: el tibial anterior). Se me pone como una piedra y me impide seguir. Sobre todo si voy cuesta arriba. Y me sorprende, porque hago deporte con asiduidad (squash, tres veces en semana). Pero no puedo andar rápido.

A mi mujer no le gusta pasear, le gusta andar. Y la hemos liado, claro. Dice que si pasea como yo, le duelen los riñones. ¡Estupendo! Ella anda y yo paseo. Y cuando salimos a hacerlo vamos por el mismo sitio, ella me adelanta y, a la vuelta, nos cruzamos. ¡Hola...!¡Adiós...!

Nos ocurre lo mismo en la playa: ella anda, yo corro. Cuando nos cruzamos intercambiamos un ¡hola, ¿qué tal? Y cuando me canso, a la media hora, más o menos, yo paseo y ella sigue andando, hasta la hora y media. O sea, que nos cruzamos otra vez. ¡Adiós...! ¡Hasta luego...!

En definitiva, que no hay manera de coincidir. Aunque a veces lo intentamos: ella baja la marcha y yo avivo el paso. Pero terminamos mal. ¡No corras tanto! ¡Ve más deprisa! Yo así no puedo. Yo tampoco. Y es una pena, porque es el dulce momento de la charla, de cambiar impresiones, de proponer iniciativas, de repasar el día, de hablar de los hijos, del trabajo, del futuro o de recordar el pasado. Duramos poco así y en seguida se rompe la charla. Luego seguimos, ve a tu paso. Así acabamos.

Cuando teníamos a Golfo, nos ocurría por el estilo, pero entonces era Golfo el que mandaba y discrepábamos menos. Golfo era un golfo e íbamos por donde él quería y al ritmo que él marcaba: tiraba, se paraba a oler, volvía a tirar, volvía a pararse, nos arrastraba de nuevo... la verdad es que pasear con él era todo un suplicio, pero nos unía. Ahora no tenemos a Golfo (¡cuánto lo echamos de menos!) y cada uno va a su aire.

Supongo que con los años nos acostumbraremos. Aunque ya van unos cuantos... sí.

No hay comentarios: