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domingo, 22 de junio de 2008

53. Mi doble, en 400 palabras (treinta y dos).

Mi doble

Yo había pensado siempre que tenía un doble. Un doble exacto. Y hacía mis cuentas: ¿cuál es la probabilidad?, ¿de una diez mil millonésima?, ¿de una mil millonésima parte del número anterior? ¿Menos? No importa. ¿Cuántas estrellas hay?, ¿cuántos planetas?, ¿cuántos millones de años se supone que tiene el Universo? ¿Cuál es la probabilidad de que los nucleótidos de mi ADN sean iguales a los de otro ser que viva en algún lugar y tiempo precisos del inmenso Universo? Esa probabilidad, por infinitesimal que sea, se cumple, me decía.

Lo que no esperaba, como es natural, era encontrarme con él. Mi doble. Me invitaron unos amigos a la fiesta de unos amigos suyos. Fue el 13 de marzo del año pasado y desde entonces ya no soy el mismo. Aún me obsesiona entender por qué me vestí de aquella manera. Los amigos de mis amigos nos invitaron a pasar a su jardín, donde unos preparaban la barbacoa, otros ponían la mesa y algunos charlaban animadamente. Allí lo vi.

Pregunté a mi amigo si aquello era un espejo y me dijo que no, un tanto extrañado por la pregunta. Al parecer, nadie se había dado cuenta. Lo miré y él me miró. Me acaricié mi barba con la mano y él hizo lo mismo. Me puse y me quité las gafas repetidamente para verlo mejor y peor y él repitió, con absoluta sincronía, la misma operación. Nos acercamos. Nos dimos la mano (¡qué sensación más extraña!) sin cruzar palabra, no era necesario, y nos apartamos a un rincón del jardín donde nadie pudiera vernos. Fue una decisión simultánea que no requirió acuerdo previo. Nos miramos fijamente durante largo rato. No hizo falta, insisto, utilizar las palabras. Su cara era la misma que la mía, y su estatura, su tipo, sus formas, su piel morena. Sólo nos distinguía el atuendo. Él llevaba vaqueros azul oscuro y los míos eran blancos; él camisa blanca y yo, azul.

Aquella mañana iba a vestirme exactamente como él, pero, aún lo recuerdo, una extraña sensación que no pude racionalizar me hizo cambiar de idea. Sé que él sentía la misma sensación que yo. Sé que pensaba como yo y exactamente en lo mismo. Los dos pensábamos que ese hecho del que estábamos tan seguros, aun de probabilidad tan infinitesimal, era real. Sin embargo, ni él ni yo entendimos por qué vestíamos de forma diferente.

2 comentarios:

Marina dijo...

De pequeña estaba obsesionada con tener una hermana gemela. Me pregunto por qué. A lo mejor era puro egocentrismo (mejor dos Marinas que una). Jijiji.
En cualquier caso, interesante post.
Espero que ya estén arreglados los asuntos de la prisa.
Un abrazo.

Ana Pedrero dijo...

Quizá él pensó vestirse como tú y desistió a primera hora de la mañana. Es curioso, de todas formas, cómo a veces sentimos que vamos en el traje de otro. Incluso aunque sea la de nuestro doble.

Un beso.