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domingo, 29 de junio de 2008

54. El cliente presunto, en 400 palabras (treinta y tres).

El cliente presunto

A las nueve y diez, sin puntualidad británica, comencé mi presentación ante la plana mayor, incluido el director general, de mi presunto cliente. Digo buenos días, pido disculpas por los minutos de retraso con sonrisa de oreja a oreja, forzada, conecto el portátil y comienzo la presentación de mi oferta. Estoy algo acelerado, me lo noto, pero creo que voy bien. Con suerte me ajusto a los cincuenta minutos que me quedan, me digo para mis adentros. Sigo exponiendo mi propuesta. Entro en detalles técnicos, no hay más remedio. De repente, el director general se levanta y se va. Tranquilo, me digo. Sigo. Al rato hace lo mismo el director financiero. Me desconcentro, dudo, tartamudeo ligeramente durante unos segundos. Desgraciadamente, no puedo encender un pitillo para calmarme. Me interrumpo y pregunto si debo continuar. Las tres personas que quedan me dicen que sí, pero una de ellas se va inmediatamente. Sigo. Cuando abordo el aspecto económico, se va otra y la que queda no hace más que mirar el reloj. Miro la hora y aún faltan quince minutos para cumplir mi tiempo. Desalentado, me vuelvo hacia la pantalla para señalar unos números y oigo un ruido sospechoso que suena al de una silla que se arrastra. Al volverme, veo que la puerta se cierra sigilosamente. Cojonudo, me han dejado solo.

Me siento, intento calmarme. Trece minutos sólo. Y solo. Pienso. Enciendo un pitillo; no hay cenicero pero utilizaré el cenicero grande, el suelo. Trago el humo que ha de calmarme, con calma, profundamente. Me siento. Mastico mi cabreo, medito; repaso mentalmente la presentación intentando entender las razones por las que me han abandonado así.

Doy la última y placentera calada al cigarro, lo tiro al suelo sobre la espléndida moqueta y lo piso. Cojo papel y pluma y escribo:

“Señores: sé que he llegado tarde. Mis disculpas de nuevo. Sé también que mi oferta es la mejor, como lo saben todos ustedes. La he discutido con la directora técnica durante más de un mes y la he modificado hasta adaptarla a sus caprichosas necesidades… y a sus necedades. No obstante, la retiro en este preciso momento. Son ustedes, como poco, unos maleducados. O, mucho mejor, son ustedes un atajo de imbéciles. Atentamente,” y la firmo. La dejo encima de la mesa sobre una copia de la presentación, rota por la mitad. Recojo mi equipo y me voy.

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