Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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sábado, 10 de mayo de 2008

48. El ascensor, en 400 palabras (veintiocho).

El ascensor

Me levanté, como siempre, a las seis y media de la mañana; antes había oído el despertador a las seis y veintidós, como todos los días, y había disfrutado de ese duermevela hasta que sonó otra vez; me levanté como un autómata, sin pensar apenas, y enfundé mis pies en las zapatillas que me esperaban sobre la alfombra. Era el momento de hacer mis ejercicios de abdominales y, como siempre, los dejé para más tarde. Para desayunar, una naranja y luego café con leche y galletas con mantequilla. Entre medias, un vaso de agua fresca, y luego el pitillo, el mejor cigarro del día. Me afeité y me duché, como siempre. Me vestí: camisa blanca, corbata azul, traje gris marengo, calcetines y zapatos negros, como siempre. Los calzoncillos, blancos con rayas rojas. Ya no hice mis ejercicios de abdominales, los haría al día siguiente. Miré el reloj. Dos minutos. Encendí otro pitillo, le di tres caladas y lo apagué. Cerré la puerta con llave, al salir, y llamé al ascensor, que ya bajaba. Al abrir la puerta estaba ella, como todos los días. Ella es la vecina del piso decimosexto, yo vivo en el decimocuarto. Bella, como siempre, aquel día vestía una falda negra, pocos centímetros por encima de las rodillas, que miré a hurtadillas unas décimas de segundo para comprobar que eran perfectas, como ya sabía, y un jersey de color fucsia con un escote amplio que dejaba sus hombros a la vista. La miré al tiempo de decirle un ¡buenos días! de lo más cariñoso. Me respondió con un susurro, separando apenas sus labios sensuales, y luego me dedicó una amplia sonrisa mientras me miraba. Piso doce. Sus ojos de gata acariciaron los míos, que se encogieron ante tanta belleza. Era el rito diario. Cuando apartó de mí su mirada, en el séptimo piso –aquel día la mantuvo más tiempo que de costumbre– yo deslicé mi vista por todo su cuerpo para grabar su imagen en mi mente. Piso sexto: me mira de nuevo, le sonrío con mi mejor sonrisa y ella abre la boca para decirme algo, pero se detiene. Me sonríe y su vista me recorre en un suspiro. Quinto piso: sus manos se acercan a mi cuello y mi corazón late como loco. Me arregla la corbata lentamente y mi corazón, decepcionado, se tranquiliza. Planta baja: ¡hasta mañana!, nos decimos. La dejo pasar.

4 comentarios:

Marina dijo...

Si es que eres un romántico...
Sólo quería decirte que ya he leído tu novela, pero estoy liadilla esta semana y quiero hacerte un comentario en condiciones y no decirte cualquier cosa. Pero vamos, que en unos días te diré qué me ha parecido. Te adelanto que en general me ha gustado mucho :)
Un abrazo.

Guarismo dijo...

Gracias, Marina, por tu comentario y por leer mi novela. Que me digas que te ha gustado ya es muy de agradecer. Espero tu crítica feroz, pero no tengas prisa. Cuando te sobre tiempo. (Por cierto, hazme propaganda...)

Un fuerte abrazo,

Miguel

Ana Pedrero dijo...

Precioso relato, Miguel. Si yo fuese él, un día no la dejaría pasar. Me atravesaría en la puerta, robaría su alma y me la guardaría en el bolsillo.

Me encanta.

Un beso.

Guarismo dijo...

Gracias, Ana. Ya leí, por fin, tu nueva entrada en la fábrica, tan esperada.

Sí, yo habría querido hacer eso en el ascensor, en sueños, claro.