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jueves, 4 de abril de 2019

El anuncio en el parabrisas, en 400 palabras (doscientas veintiuna)

Iba con prisas. Me senté al volante y arranqué el coche. Vi el molesto papel anuncio de gran tamaño que me tapaba parte de la visión. Aleteaba con la velocidad del coche. Iba a parar para quitarlo cuando el papel voló. “Menos mal,”, pensé, “que lo barra el ayuntamiento, que lo tiene prohibido pero lo consiente…”. No tuve tiempo de pensar más.

Me desperté así: en una ambulancia, con los labios de una chica rubia casi pegados a los míos y su cuerpo sobre mi cuerpo, cuan largos son. No entendí nada, aunque reconozco que la situación, por extraña que me pareciera, era placentera y seductora. Ella, aún dormida, me rozaba la boca con la suya en función de los movimientos de la ambulancia. Me agradaba. No la podía ver bien, tan cerca, pero me parecía joven y guapa, rubia de piel morena. Su pecho descansaba sobre el mío y lo sentía suave y terso por momentos. Serían el movimiento y el sostén, supuse.

Luego me lo contaron: el anuncio de mi parabrisas se desprendió y dio a colocarse sobre el parabrisas del coche que me seguía, el de la chica joven y guapa, la rubia de piel morena que tenía encima. Me alcanzó por detrás, su coche al mío quiero decir y, con el topetazo, los dos quedamos inconscientes. Nos metieron en una ambulancia a los dos: a mí en la camilla de abajo, a ella en una camilla superior algo desplazada a mi izquierda. No la ataron bien, a mí sí, y en una curva en la que la ambulancia iba a toda velocidad -debían pensar que estábamos graves- ella cayó sobre mí. No se inmutó. Yo me desperté.

Sus labios sobre los míos, su cuerpo oscilando sobre mi cuerpo, yo atado y sin poder usar mis manos para estabilizarla. Una pena.

Se despertó y gritó, asustada: “¿Dónde estoy?, ¿quién eres tú?, ¿por qué estoy encima de ti?”. Le dije que estábamos en una ambulancia y que no sabía nada más. Me miró (más bien me escrutó) y se serenó. Unos segundos más tarde me besaba con pasión. Fue agradable, placentero y respondí a su beso con la misma pasión y mayor sorpresa.

Los coches, al taller. Y yo, multado por tirar un papel a la vía pública.

Pero, desde entonces, nos vemos con cierta frecuencia. Un placer.

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