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domingo, 15 de enero de 2012

246. El trastero, en 400 palabras (ciento sesenta y ocho).

El trastero

Allí lo guardo todo. El tomavistas (bonita palabra, lamentablemente en desuso), la máquina de cine, los apuntes de la carrera, los libros de Matemática, mi diario de joven, los teléfonos que ya no uso, fijos y móviles, las novelas leídas que no quiero tirar, las raquetas de squash con las que yo no juego, las ideas de cuando era joven y me quería comer el mundo, los originales manuscritos de mi primera novela, los álbumes de fotos de mi juventud, las fotos de las novias que tuve, las cartas que nos escribimos de novios mi mujer y yo, las cartas con las otras novias las rompí, creo, porque no las encuentro, mis ambiciones, las notas que tomaba de vez en cuando, los esquemas de mis charlas, los ensayos de mis conferencias, mis frustraciones, los artículos de prensa que escribí, los cursos que preparé, el listín telefónico de mis contactos, mis anhelos, las actas de reuniones, mi partida de nacimiento, las plantillas de algunas de las empresas que dirigí, los sueldos del personal, los balances, mi depresión con todo lujo de detalles, mis sueños, los retos que todos los años ponía a mis hijos cada uno de enero, que siempre terminaban con “y lávate los dientes”, los compromisos conmigo mismo que a veces me escribía, los incumplimientos, mis momentos más felices, mis planes de futuro, las cuentas de la casa, los equilibrios que hice —hicimos— para salvar nuestro bienestar, el esfuerzo que nos costó sacar adelante a los hijos, unas llaves antiguas que ya no abren nada, unas gafas con cristales por los que ya no veo, los recibos de antaño de la luz, del agua, de los gastos de comunidad, las letras de cuando compramos a plazos el tocadiscos y el aparato de TV, los recuerdos de mi primera novia, las imágenes borrosas de antiguos amigos, los chistes que me hicieron reír, las películas de súper 8, en color y con sonido, los juguetes de cuando mis hijos eran pequeños, mi primer ordenador, el segundo y el penúltimo, mis alegrías, los análisis de sangre, algunas radiografías de mi cuerpo, no todas, que las que usé para ver los eclipses de sol las tiré, la resonancia magnética de mi columna, mis cuitas, las cuentas del banco, mis pensamientos más íntimos, los recuerdos difuminados de mi infancia, los deseos más recónditos. Allí lo guardo todo. Y ya no cabe más.

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