—¿Qué tal estás?
—Bien.
—¿Te aburres conmigo?
—No.
—Pues lo parece, contestas con monosílabos.
—Sí.
—¿Estás pensando, quizás, que soy pesado?
—No.
—¿No te importa que te interrogue?
—No.
—¿Me estás prestando atención?
—Sí.
—Voy a apagar la tele, así no te me distraes.
—Bien.
—Ya. ¿Piensas en algo ahora?
—No.
—Yo, sí.
—Qué.
—Pues pienso que te aburro, que te canso.
—No.
—¿Seguro?
—Sí.
—Quizás te estoy interrumpiendo.
—No.
—¿En qué piensas?
—Psss...
—¿En mí?
—No.
—¿En nosotros?
—Sí.
—¿En nuestra relación?
—Sí.
—¿Estás satisfecha?
—No.
—¿Puedo preguntarte por qué?
—No.
—Entonces, si no me dices por qué, no podré solucionarlo.
—No.
—¿Me quieres?
—Sí.
—¿Entonces?
(Silencio)
—¿Quieres contestarme?
—No.
—Me estás exasperando.
—Sí.
—Lo haces adrede.
—Sí.
—No me quieres.
—Sí.
—Sí, qué. ¿Que me quieres o que no?
—Sí.
—¿Me das un beso?
—No.
—¿Por qué?
(Silencio, mirándome fijamente a los ojos).
—Me estoy empezando a enfadar. A ver, sólo sabes contestar sí o no, o te quedas callada.
—Sí.
—Creo que me tomas el pelo.
—No.
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
—¿Sabes cuántas palabras tiene el diccionario de la Lengua?
—No.
—Yo tampoco, pero creo que superan las ochenta y ocho mil, y tú sólo has utilizado cinco, y una no está en el diccionario.
—¿Cuál?
—Psss.
—¡Ah!
—¿Es que quieres que me enfade?
—No.
—¿Entonces?
(Silencio)
—¿Me quieres explicar?
—No.
—Bien, me callaré.
(Pasa un rato)
—Oye.
—Qué.
—¿Hablamos?
—Sí.
—¿Sobre qué te gustaría hablar?
—Psss...
—¡Otra vez! ¿Podrías ser más explícita?
—No.
—Mira, que te zurzan. No aguanto más.
(Silencio)
—Me estás cabreando y así no vamos a ninguna parte.
—No.
—¿Quieres hablar en serio de una vez por todas?
—Sí.
—Bueno, menos mal... Cuéntame algo.
—No.
—¿En qué quedamos? ¿Vas a hablar o no?
—Sí.
—Pero no me cuentas nada.
—No.
—¿Y?
(Silencio)
—Bueno, vale, ahí te quedas. Yo me voy. No aguanto más.
—¡Eh!
—Qué.
—No.
—¿No, qué?
—No.
—¿Que no me vaya?
—Sí.
—¡Uf! No te entiendo.
—No.
—Eso ya lo sé. Ni te entiendo ni tú me entiendes a mí. Esto no tiene solución.
—Sí.
—Que sí, qué. ¿Que tiene solución?
—Sí.
—Sí, sí la tiene: que me vaya de una vez.
—No.
—¿Que no me vaya?
—Sí.
—Me desesperas, corazón.
—Sí.
—Otra vez. Sí, ¿qué? Mira, si quieres tomarme el pelo, me lo dices; si te has cansado de mí, me lo dices también y yo me voy.
—Sí.
sábado, 30 de enero de 2010
148. ¿Qué tal estás?, en 400 palabras (noventa y cuatro).
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2 comentarios:
Si es que no hacen falta dos para mantener una conversación... conque uno se empeñe ya hay de sobra :)
Gracias, Bicho. Y tienes razón... dos hablan aunque uno no quiera.
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