Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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miércoles, 13 de febrero de 2008

31. Gaviota, en 400 palabras (quince).


Gaviota.

He leído, Gaviota, que quieren acabar contigo en el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Bueno, exagero, no es que quieran exterminarte, no, quieren evitar que te multipliques tanto. En 2005 habían censado 4.124 parejas reproductoras de tu especie. Demasiadas, dicen. Te acusan de que tu voraz apetito provoca daños en la fauna y la flora y graves molestias a la población. Cuando eres patiamarilla, dicen en Medio Ambiente, Gaviota, que, debido a tu naturaleza adaptable, oportunista y gregaria, vives en el hábitat modificado por el hombre. Depredas aves más pequeñas y produces el desplazamiento de otras especies; te acusan, además, de dejar el agua insalubre y otros efectos negativos. Te has triplicado en los últimos años y dicen que no tienes derecho a tanto.

Dicen que molestas. Y lo lamento. Quizás deberías controlarte más, ser más prudente, Gaviota, aunque la culpa no es sólo tuya. Si el hombre te da oportunidad, tú la aprovechas. Tienes que sobrevivir y reproducirte, por supuesto.

Pero deberías limitar tu reproducción, Gaviota. No sea que un día el hombre se enfade y te extermine. Y, entonces, no pueda volver a verte, ya seas patiamarilla, reidora, sombría o cabecinegra.


Mis playas de Cái no serían ya las mismas sin tu vuelo rasante sobre la mar, buscando peces con que saciar tu apetito y zambulléndote para pescarlos.




Mis playas de Cái ya no serían las mismas sin tu vuelo suave, sin tu vuelo elegante planeando sobre la playa, en ida y vuelta constantes, a favor del fresco Poniente, en contra del travieso Levante.

En mis playas de Cái no volvería a verte cuando, tumbado en la arena ávido de rayos de sol, miro al cielo esperando verte pasar con tu vuelo cautivador. Ni oiría tus graznidos, a veces trinos, que tantas veces me han despertado cuando me adormilo con el rumor de las olas.


Mis playas de Cái ya no serían las mismas si no pudiera contemplar las huellas que dejan tus dos patas en la arena virgen de la mañana, cuando tú te atreves a pisarla, que luego el hombre no te deja.

En mis playas de Cái ya no podría observar cómo revoloteas, con tus congéneres, a la popa de los barquitos que llevan la pesca rumbo a puerto, cuando los veo pasar al atardecer, terminada la faena.

No, Gaviota, no. Contrólate, sí. Y déjame disfrutar de la belleza de tu vuelo.

© 2008, el autor de este blog.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.
Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.
Comenzaba otro día de ajetreos

Ana Pedrero dijo...

Me encantaba bajar pronto a la playa, sobre todo en los meses de invierno y de poco movimiento, mientras marcaba mis pies sobre las huellas de las gaviotas, como testigos de sus pasitos cortos cuando nadie las vemos.
Un beso.

Guarismo dijo...

Gracias a quien cita a Richard Bach...

Berrendita: ¿cuándo vuelves por Cái (a ver las gaviotas, a contemplar la mar, a bañarte en sus olas...)? Si lo haces, avísame (si quieres, claro), por si coincidimos. Por cierto, ¿sabes algo de Donce? Tiempo ha que no escribe...

Un abrazo.