Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

sábado, 24 de marzo de 2012

256. Te quiero, en 400 palabras (ciento setenta y ocho).

Te quiero

—Te quiero.

—Y yo.

—¿Sí?

—Sí, claro.

—¿Tanto como yo a ti?

—O más.

—No es posible.

—Sí lo es.

—Pero es que yo te adoro.

—Y yo.

—¡Venga ya! Y los cuarenta años que llevamos juntos, ¿no te han cansado?

—No. ¿Y a ti?

—Tampoco. Aunque el amor no es el mismo, ¿no?

—No, no es el mismo, es cuarenta años más viejo.

—¿Y tú crees que es distinto?

—Sí, por supuesto.

—¿Por qué?

—Pues…, no sé. Yo creo que es más sereno, más consciente, más sensato, más equilibrado.

—¿Cuál te gusta más?

—Pues… yo creo que en cada momento el suyo.

—Pero yo echo de menos el calor. Ahora, nuestro amor es más frío, ¿no?

—¿Más frío? ¿Por qué lo dices?

—No sé, ya no es tan tempestuoso como antes.

—Mejor, ¿no?

—Bueno…, si tú lo dices. Pero a mí me gustaba la pasión de antaño.

—A mí también, pero ya no tenemos edad.

—¿Tú crees?

—Sí.

—Pues no estoy de acuerdo.

—¿Por qué?

—Porque sigo sintiendo pasión.

—Pero no como antes.

—Es distinta, pero es pasión al fin y al cabo.

—Más tranquila.

—Quizá.

—Más sensata.

—Sí.

—Más madura.

—Sí, lo cual es una pena.

—¿Una pena? Yo no opino así. La madurez nos produce una satisfacción que antes no sentíamos.

—Pero no me negarás que la pasión de antaño era puro fuego.

—Sí, pero se apagaba pronto.

—No tan pronto. Lo recuerdo con cierta nostalgia.

—Y yo, pero prefiero la pasión de ahora.

—Pues yo tengo mis dudas.

—Antes éramos más egoístas.

—Puede ser, pero disfrutábamos más.

—Yo, ahora, disfruto mucho.

—Sí, sí, pero entonces era puro fuego.

—Y ahora son brasas que duran más.

—Pero queman menos.

—No lo creo. Ayer casi me abraso.

—Pero no te quemaste.

—No, pero fue culpa mía. Pensé en lo que no debía.

—Claro, ahora te distraes más.

—No, no es eso, pero tengo que hacer esfuerzos para concentrarme.

—¿Y antes no?

—No, ya sabes que no.

—También te pasaba.

—No, no es cierto.

—Sí que lo es. Haz un esfuerzo de sinceridad, no me engañes.

—No te engaño. Bueno, sí, lo habré olvidado, no sé.

—A veces te costaba, no lo niegues.

—A ti también.

—Nunca.

—¿Cómo que nunca? Ahora me engañas tú.

—Dime un caso.

—Uno no, decenas.

—Dime uno, sólo uno.

—¡Fueron tantas las veces…!

—Creo que me mientes para compensar.

—No. Fue así.

domingo, 18 de marzo de 2012

255. Preocupar, en 400 palabras (ciento setenta y siete).

Preocupar

1.tr. Ocupar antes o anticipadamente algo.
2.tr. Prevenir a alguien en la adquisición de algo.
3.tr. Dicho de algo que ha ocurrido o va a ocurrir: Producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud.

Éstas son las tres primeras acepciones con las que define el DRAE la palabra preocupar. No sé por qué la tercera no es la primera, que yo creo que es la acepción con la que más se utiliza la palabra.

Bueno, copiadas las definiciones, diré que yo me preocupo en la tercera acepción. Supongo que como todo el mundo, aunque es cierto que hay quien se preocupa menos y hay quien se preocupa más. Yo muchas veces me digo: “no te preocupes, que se solucionará” cuando tengo un problema. Y a veces recomiendo: “no te preocupes, ocúpate”. Yo mismo me lo aplico cuando el problema depende de mí o es mío.

Otros dicen: “Si el problema no tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si la tiene, ¿por qué te preocupas?”. Es fácil: no te preocupes nunca. Ideal.

No es así. Me preocupo por las personas de mi entorno más cercano. Si lo están pasando mal por alguna razón, me preocupo, me da un salto el corazón cuando pienso en ello, siento angustia. Sobre todo cuando en mi mano no está la solución inmediata. Porque si está en mi mano, puedo actuar y la cosa cambia. Pero cuando alguien próximo a mí sufre, sufro yo también. Y me viene a la cabeza esa sensación de impotencia que tanto pesa, que te aplasta. Yo deseo lo mejor para los que me rodean e intento hacer lo que puedo por ellos. Pero si no depende de mí, la cosa cambia y entonces me preocupo. Cierto es que en unas ocasiones es estúpido preocuparme porque son problemas menores; en otras, porque son problemas que soluciona el tiempo y, además, no dependen de mí; finalmente, hay ocasiones en que me preocupo por alguien que tiene un problema, el problema se soluciona y ese alguien no me lo comunica… y sigo sufriendo inútilmente. ¡Joder! Debería saber filtrar los problemas y preocuparme por aquéllos que realmente lo merecen (que, ¿cuáles son?). Los demás, pues nada: ocuparme si puedo y, si no, ignorarlos. Pero no preocuparme. Hacerlo es sufrir de forma gratuita y sin conseguir nada. Sufro porque ellos sufren… ¿y si ya no sufren? Son horas de angustia sin sentido.

domingo, 11 de marzo de 2012

254. En un segundo, en 400 palabras (ciento setenta y seis).

Un segundo

“Ni ves, ni oyes, ni entiendes, ni sabes”. ¡Toma ya! Todo eso en un segundo, no más. Podría haber añadido: “inútil, imbécil, basura, incompetente”, pero no lo hizo. Menos mal. Claro que, entonces, si lo añade, habría tardado más de un segundo y no sería lo mismo. Los insultos tienen que ser rápidos y contundentes. Podría haberme dicho: “ciego, sordo, tonto y necio”, pero no habría sido lo mismo. “Ni ves, ni oyes, ni entiendes, ni sabes” es, ¿cómo diría? ¿Más elegante?, ¿más sutil?, ¿más educado?, ¿más fino? No lo sé. Quizá. Y todo por una idiotez. Ella dijo: “¡Anda, se me olvidó colocar a los chinos en orden” (lo dijo después de limpiar el polvo; los chinos son siete figuritas que adornan una de las estanterías de la librería de mi despacho; hoy le tocaba a ella limpiar la casa y, ¡vive Dios!, lo hace a fondo). Y yo le contesté: “Pues menos mal que no lo vi, que si no, te echo una bronca”. Se lo dije en broma, claro. No iba a echarle una bronca después de todo su trabajo, aunque lo hubiera visto. Pero ella no se lo tomó así y fue entonces cuando me dijo: “No, si tú ni ves, ni oyes, ni entiendes, ni sabes”. Aunque en este caso yo sólo “no había visto”. Lo de oír, entender o saber no venía a cuento. Pero era la ocasión: aprovecha y suelta todo lo que viene de atrás. No le quito razón, que la tiene: a veces, yo, tampoco oigo. O no entiendo. O no sé. Es cierto, pero creo que no es para echarlo en cara todo de golpe. O, por lo menos, para hacerlo por un hecho nimio.

Pero, claro, las mujeres son así (yo, a mi mujer, la quiero que la adoro). Son muy complicadas. Es difícil acertar con ellas. Requieren dedicación continua y no tienes otra opción que dársela. No importa lo que estés haciendo. Puedes estar concentrado en tus cosas, que eso no vale. Por ejemplo, te concentras leyendo. Si estás con ella, es imposible, porque te interrumpe continuamente. Está en su derecho, probablemente. Pero a ella tienes que prestarle atención en todo momento, hagas lo que hagas. Tienes que escucharla, entenderla, mirarla, saber del tema y contestarle adecuadamente. Pobre de ti si no lo haces. Porque, entonces, ya sabes: “ni ves, ni oyes, ni entiendes, ni sabes”.

martes, 6 de marzo de 2012

253. Trabajar, en 400 palabras (ciento setenta y cinco).

Trabajar

Como ya conté, últimamente hago nada. Como dije también, lo divertido es que no termino y al día siguiente hago nada de nuevo. Esto ya lo publiqué basado en un chiste genial que me llegó por correo. Hay que reconocer que el chiste es ingenioso y refleja la situación de muchos, la mía en concreto. Hay un matiz que quiero resaltar: digo que hago nada, no que no hago nada. Es distinto. Que cada uno lo interprete como quiera.

Pues estaba yo muy feliz haciendo nada cuando a mi hijo y su mujer se les ocurre mandarme trabajo. Se quieren especializar en unos temas determinados dentro del mundo infinito de Internet y quieren que les eche una mano. Y, casi al mismo tiempo, qué casualidad, un amigo me pide que le remoce unas páginas web que le hicimos hace un montón de años para su empresa. Miel sobre hojuelas. Aplicaremos lo que vayamos aprendiendo a esas nuevas páginas.

Así que ahora me toca trabajar. Se acabó el hacer nada, con lo bien que me lo pasaba. Tendré que actualizarme, estudiar para aprender nuevas técnicas y, además, trabajar. Ya llevo dos días haciéndolo y me he enganchado. Hasta me he obsesionado con lo que tengo que hacer y mi conciencia se rebela si me dedico a otra cosa. Por ejemplo a esto, a escribir mi blog semanal que, por cierto, olvidé publicar este domingo, como es mi costumbre obligada, porque me obsesioné con el trabajo. Yo tengo ese problema: me obsesiono cuando algo me gusta, o me obligo a hacerlo porque quiero, y no hago otra cosa a gusto, pienso que estoy perdiendo el tiempo. Por eso no escribo, a pesar de mis propósitos, porque realmente no lo quiero hasta el punto de obsesionarme. Cuando me obsesione, escribiré.

Ahora, como empiezo a obsesionarme con este trabajo, trabajo. Y me entra ansiedad. Yo me digo que soy ya muy viejo para aprender y, además, me da una pereza infinita. Reconozco que me cuesta. Lo de la ansiedad es porque quiero empezar ya a “trabajar”, es decir, a producir, antes de estudiar, de aprender. Pero no es así. Primero, he de recordar cosas que supe y habilidades que tuve; segundo, he de aprender. Espero que me ayude eso de que “más sabe el diablo por viejo...” y poder aplicar mi experiencia pasada, que es mucha o, al menos, larga. Que así sea.