Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
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Guarismo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

238. Sandra o Sonia, en 400 palabras (ciento sesenta y dos).

Sandra o Sonia

La cajera de mi banco, muy guapa, se llama Sandra o Sonia, no recuerdo. Y no se lo puedo preguntar porque ya lo hice tres veces. Es bien sencillo: Sonia o Sandra, cincuenta por ciento de probabilidad para cada nombre. Yo creo que ahí está precisamente el problema: que sólo son dos posibilidades, blanco o negro, arriba o abajo, sí o no, cara o cruz, uno o cero, izquierda o derecha, Sandra o Sonia. Si, cuando me la presentaron, me hubiera quedado con la duda de si era Sonia, Sandra o Sara, seguro que ahora me acordaría de su nombre. Incluso si hubiera pensado en Sara, Sandra, Sibile o Sonia, con un 25 por ciento de acierto. Porque para mí lo más difícil es recordar lo que es cuando hay dos posibilidades. Me armo un lío. Debí de quedarme con que el nombre empezaba por “S”. Tengo una sobrina que se llama Sandra y conozco a una amiga de mi nuera que se llama Sonia (creo que son las dos únicas Sandra y Sonia que conozco). Pues bien, sé que me dije: “¡anda!, como mi sobrina” o “¡anda! como la amiga de mi nuera”, una de las dos cosas, pero ahora no recuerdo cuál. Cuando se lo pregunté la segunda vez me dije: “como mi sobrina” o “como mi sobrina, no”, pues sé que me empeñé en asociarlo al nombre de mi sobrina y así no volver a confundirme. El problema es que no recuerdo si me dije: “como ella” o “como ella, no”; 50 por ciento de probabilidad para cada frase. Se lo pregunté una segunda vez y sé que lo intenté asociar al otro nombre: “se llama igual que la amiga de mi nuera, Sonia” o “no se llama como la amiga de mi nuera, Sonia”. Pero no me acuerdo cuál de las dos frases es la cierta. En una tercera ocasión la llamé por su nombre (o por el que yo creía que era su nombre): “Hola, Sonia”, o quizás “hola, Sandra”. Y me respondió: “No me llamo Sonia, me llamo Sandra” o quizá “no me llamo Sandra, me llamo Sonia”. Ahora no me acuerdo. Mañana, cuando vaya al banco, le diré: “Hola, Sandra” o bien, “hola, Sonia” y apuntaré en un papel pregunta y respuesta. Me obsesiona saber su nombre. El problema es que perderé el papel, me conozco, y vuelta a empezar.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

237. Hacer nada, en 400 palabras (ciento sesenta y uno).

Hacer nada

Me encanta el chiste. Y tenía ganas de hacerlo realidad, después de un montón de años trabajando. No tenía previsto todavía “hacer nada”, pero los avatares de la empresa, por culpa de la maldita crisis ¿qué crisis?, me han dejado sin “hacer nada”. ¡Qué le voy a hacer! No pude hacer nada y ahora lo que hago es nada. Y aún no terminé.

¡No hago nada! Bueno, en honor a la verdad, no es cierto. Hago muchas cosas. Tengo mi agenda llena, pero no voy a contar lo que hago, que no interesará a nadie. Sin embargo, reconozco que la posibilidad de “hacer nada” me causa una enorme satisfacción. Cierto es que hay que hacerlo muy bien.

Levantarme un día por la mañana, temprano —no consigo hacerme con el horario de un parado o prejubilado—, mirar la agenda y preguntarme: ¿qué voy a hacer hoy? y responderme: “nada”, es una delicia. No tener ninguna obligación, no depender de un jefe, una empresa o unos colaboradores es una delicia. Hoy voy a “hacer nada” y me lo digo mirando al espejo y en voz alta. Y me río, y grito por la ventana “¡hoy voy a hacer nada! y mañana también por si hoy no termino”, haciendo mío el chiste. Algún transeúnte me mira pensando que estoy chiflado y un vecino que me odia me mira con desprecio. Este vecino está jubilado, que lo veo asomarse durante horas por el balcón. No hace nada, pero probablemente no es capaz de reconocerlo y está frustrado. Por eso desprecia lo que digo, y a mí. Yo, en cambio, estoy encantado “haciendo nada”. Después de muchos años trabajando, y mucho durante muchos de ellos, decirme a mí mismo que hoy voy a “hacer nada” me parece de un lujo asiático. Una gozada, vamos. Es obvio que “hacer nada” no es no hacer nada. Siempre se hace algo. Pero tener la sensación de “hacer nada”, en contraste a lo mucho que hacía cuando trabajaba, supone disfrutar de una libertad a la que no estaba acostumbrado. ¡Soy libre, hago nada!

A veces mi mujer se preocupa y me pregunta lo que en el chiste: “¿qué vas a hacer hoy?”. Nunca me he atrevido a responderle que “nada”, no sea que piense que me aburro, pero a partir de hoy lo haré: “voy a hacer nada y mañana también por si hoy no termino”.