Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

sábado, 27 de marzo de 2010

157. Así no podemos seguir, en 400 palabras (ciento dos).

—Así no podemos seguir, no me dejas espacio.
—No es cierto, te acabo de hacer un hueco.
—¿Un hueco? ¿Tú crees que necesito un hueco?
—¿Qué más quieres?
—Espacio, aire, libertad, ¿te parece poco?
—Bueno, abre la ventana. Pero, te lo advierto, hace un frío de cojones.
—Era en sentido figurado, que todo te lo tomas al pie de la letra.
—¿Al pie de la letra? Si me estás pidiendo aire, abre la ventana, ¿no?
—No te pido aire, te pido espacio.
—Me has pedido aire, pero si quieres espacio, vete a la calle. Ahí enfrente hay un parque con mucho espacio.
—No quieres entenderme.
—Sí quiero, pero a veces te pones en un plan filosófico que no hay quien te entienda.
—Vamos a ver, es muy sencillo: me acogotas, me abrumas, me controlas; ya sé que me quieres y que te sale de natural, no lo haces adrede, pero me tienes en un rincón, no me dejas espacio.
—Y dale con el espacio. Te acabo de hacer un hueco, ¿no? Así cabemos los dos en el sofá.
—No me refiero a eso.
—Entonces, ¿a qué?
—A que me dejes un poco en paz, a que me dejes vivir mi vida.
—Ya la vives. ¿Acaso te prohíbo algo?
—No.
—¿Te obligo a hacer algo?
—No.
—¿Te pido muchas cosas?
—No.
—¿Te impido hacer lo que te apetece?
—No.
—¿Entonces?
—Pues que tengo la sensación de que me ahogas...
—¿Que te ahogo? ¿Cómo?
—Con tu presencia.
—¡Ah! Quieres que me vaya, ¿no?
—No, no es eso. Es que...
—Claro, ya sé lo que pasa. Te casaste y ahora echas de menos la soltería. Te gustaría una vida sin compromisos, ¿es eso?
—No, claro que no.
—Pues explícate.
—Ya te lo he dicho, necesito aire, necesito espacio.
—Pues abre la ventana o vete al parque. Pero te advierto que hace un frío de cojones.
—Y dale, ¡joder!, no me entiendes.
—Oye, estoy pensando... tú no me quieres, ¿verdad?
—Claro que te quiero, te adoro.
—Pues no lo parece. Me has dicho que te ahogo, que te acogoto, que te abrumo y te controlo. Y yo eso no lo hago. Simplemente, te quiero.
—Sí lo haces, aunque sea inconscientemente.
—También me has dicho que no tienes libertad, y yo te la doy toda.
—Sí, es cierto, no me quejo.
—Entonces, ¿a qué viene todo esto?
—Ya te lo he dicho: necesito espacio, aire.

domingo, 21 de marzo de 2010

156. Escribir por escribir, en 400 palabras (ciento una).

Escribir por escribir

No se debe escribir por escribir, o hablar por hablar. Hay que tener algo que contar, bien sea mediante palabra escrita o verbalmente.

Pero hoy mi caso es precisamente éste: no tengo nada que contar y escribo por escribir. Ya sé que no se debe, pues, entre otras cosas, uno corre el riesgo de escribir tontunas. O el riesgo de encadenar palabras, una tras otra, que no dicen nada, absolutamente nada. El lector, si hay lector que se atreva a leer esto, se dirá, y con razón: “¡vaya tontería!” o “¡vaya ristra de palabras sin sentido!” o “¡vaya tomadura de pelo, se podía haber ahorrado escribir!”.

Algunos dicen que para hablar por hablar hay que tener cierto arte. Supongo que eso se aplica también al escribir por escribir. ¿Es la escritura un medio o un fin? Si es un medio, que lo es, sin duda, y no se comunica nada, es obvio que se ha perdido el tiempo escribiendo por escribir. Pero, veámoslo de otra forma, la escritura también puede ser un fin en sí misma. El DRAE define escritura como el arte de escribir, en su tercera acepción; como acción y efecto de escribir en su primera. Bien, lo que escribo es escritura, lo que yo no sé es si se le puede aplicar la tercera o la primera acepción. Desde luego, la primera sí, pues estoy realizando la acción. La tercera es cuestionable, no creo que tenga ningún arte lo que escribo. Es escribir por escribir, ya lo he dicho (por cierto, me gusta la repetición, si no abuso de ella).

Claro que también tiene su mérito. Plantarte con la pluma en la mano ante una hoja en blanco (hoy debería decir “con el teclado a mano y una pantalla en blanco...”) y ser capaz de escribir palabras con algún sentido no es una acción baladí. Aunque lo que tiene mérito, o debe tenerlo, es escribir algo con sentido, y no sé si lo que escribo lo tiene. El lector, si lo hay, si existe, juzgará, aunque me temo lo peor. No creo que sea indulgente; ni siquiera se lo pido: no debo ofenderlo.

Releo lo escrito y concluyo que es escritura, claro, aunque no sea en la acepción el arte de escribir. Pero a tontas y a locas, en unos minutos, he escrito sobre la escritura y he llenado estas 400 palabras, vacuas, probablemente.

domingo, 14 de marzo de 2010

155. No entiendo nada, en 400 palabras (cien).

No entiendo nada

No, no entiendo nada. El mundo está mal hecho. Es injusto. Lo es a nuestros ojos, por torpes que seamos. En esta parte del mundo en la que nos ha tocado vivir no se vive mal, no. Al menos yo no debo ni puedo quejarme. Mucho menos viendo lo que ocurre por el mundo, y vemos, seguramente, apenas una millonésima parte del sufrimiento humano. Menos, mucho menos.

No lo entiendo. “Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre, como afirmó Plauto en el año 200 A.C. y popularizó Thomas Hobbes en el s. XVII. Así es. Hobbes también dijo que en el “estado de naturaleza” el hombre vive una guerra de todos contra todos. Tiene razón. El hombre hace daño al hombre. Y de ahí surge cualquier cosa. Más daño, por ejemplo. Seguro: más daño.

No lo entiendo, aunque es para no entenderlo. No es posible que el hombre sea tan malvado como para producir un daño tremendo a sus semejantes. Pero así es. Aquí y allí. Por todas partes. Así fue siempre y así seguirá siendo. La verdad es que se le quitan a uno las ganas de oír las noticias del día: guerras, terrorismo, muertes, secuestros, asesinatos, malos tratos, corrupción, robos, abusos… así un día y otro. No hay buenas noticias. Y cuando no es por la maldad humana, es por accidentes trágicos del hombre o su entorno, o por dramáticos fenómenos la naturaleza. Pero a la naturaleza no la podemos controlar, como tampoco podemos evitar muchos accidentes. ¿Pero seremos capaces de controlarnos a nosotros mismos y evitar guerras, terrorismo, muertes, secuestros, asesinatos, malos tratos, corrupción, robos y abusos? Parece que no. No tengo esperanza. No parece que pueda haberla.

Ya sabemos que no vivimos en el paraíso terrenal. Ya sabemos que quien más quien menos tiene sus problemas y sus sufrimientos. Pero que algunos, o muchos, muchísimos, sufran tanto, no es justo. Y no lo es, mucho menos, cuando sufren por causa del hombre. Que sea el hombre el que provoque a conciencia tanto sufrimiento, tanto mal, tanta tragedia, tanta sangre, tanta barbaridad… que la humanidad no haya superado aún la Edad Media, o la Edad de Piedra, que sigamos peleando, educando, actuando como entonces… No lo entiendo. La maldad humana es inhumana.

El hombre es así por propia naturaleza, el hombre es un lobo para el hombre. No entiendo nada.

miércoles, 10 de marzo de 2010

154. Tormentas en mis tierras de Cái.

Tremendo. El pasado sábado día 5, entre las 7 y las 11 de la mañana, llovió torrencialmente. Jamás había visto yo caer tanta agua de golpe. No llovía, jarreaba. No eran gotas de agua, sino chorros. En cuatro horas, parte de la provincia se inundó y colapsó: ríos desbordados, carreteras destrozadas, casas anegadas... buen drama para sus habitantes.


Y no fue lo peor este sábado: lo peor fue que llovía, o jarreaba, sobre mojado. Lleva así desde el 18 de diciembre, cuando empezó a llover y aún no ha parado. Va para tres meses sin sol y con agua, mucha agua.


Da pena ver mi tierra así, cierto que, a cambio, todo muy verde... pero con las playas casi sin arena, la mar sucia de barro y alborotada de temporales, los prados y caminos encharcados... mis playas sin sol, que lo ocultan las nubes negras que vienen, chorrean y desaparecen hasta que llegan otras casi de inmediato.


Os dejo unas imágenes de muestra.


Río desbordado. Lo que se ve entre las vallas de madera es una carretera.



El mismo río desbordado desde otra perspectiva, inundando una calle.


Las olas, con el barro que arrastró la lluvia a la mar


Esto antes era una cala con arena


La tormenta que se acerca desde alta mar


Antes era arena limpia y lisa, sin piedras...


...ni canales (o escalones)

lunes, 8 de marzo de 2010

153. ¿Qué hacemos?, en 400 palabras (noventa y nueve).

—¿Qué hacemos?
—Lo que quieras.
—Prefiero que decidas tú. Sorpréndeme.
—Sí... Te puedo sorprender, pero quizá no te guste.
—Pues prueba.
—No creo que lo aceptes.
—Bueno, inténtalo.
—Bien. ¿Nos vamos a la cama?
—¿Qué dices? Si son las cinco de la tarde.
—No hay mejor hora.
—No hay mejor hora para qué.
—Pues para irnos a la cama.
—A hacer qué.
—¿Tú que crees?
—Pues... no sé. ¿A dormir la siesta?
—Sí, claro, o a jugar al parchís. Vamos a ver: ¿qué se puede hacer en la cama a las cinco de la tarde?
—Pues... mira, no caigo. Dímelo tú.
—No te apetece, ¿no?
—No me apetece qué.
—Que vayamos a la cama.
—Yo no he dicho que no me apetezca. He preguntado que para qué.
—¿Tengo que decirlo explícitamente?
—No hace falta, si no quieres. Pero si no me lo dices, no sé qué vamos a hacer.
—¿Me estás tomando el pelo?
—No. Simplemente quiero saber lo que quieres hacer en la cama.
—Bueno, veamos, estudiemos las posibilidades: estamos solos en casa, los niños no llegan hasta esta noche, hace una primavera fantástica, la temperatura es ideal, nos queremos, la música que has puesto es deliciosa e invita a...
—¿A qué?
—¿A qué crees?
—Dímelo tú.
—Pues invita a irnos a la cama. Cerramos la persiana y encendemos unas velas...
—Sí, no es mala idea. Es muy romántico. ¿Y luego?
—Pero qué torpe eres... ¿Tengo que decirlo todo?
—Me has llamado torpe.
—Sí, pero no era mi intención; es una forma de hablar.
—Pero me has insultado.
—Ya te he dicho que no quise decirlo. Perdona.
—Pero me has insultado.
—Bueno, sí, es cierto, te he insultado. Pero de forma cariñosa, ¿no?
—Pues me ha parecido que no.
—Mira, te llamé torpe porque no entiendes. Aunque yo creo que sí lo entiendes, pero no quieres hacerlo.
—No quiero hacer qué.
—¡Joder...! Pues lo que se hace en la cama.
—¿Dormir?
—Se hacen otras cosas, ¿no crees?
—Pues no lo tengo claro.
—Me estás exasperando.
—Te alteras por nada.
—¿Cómo no me voy a alterar? Llevo quince minutos tratando de convencerte.
—Pues no lo has conseguido, ya ves.
—O sea que no quieres.
—Sí, sí quiero, torpe, que eres más torpe...
—¿Torpe yo?
—Sí, no aguantas una broma.
—¿Una broma?
—Sí.
—Vaya, con que ésas tenemos, ¿eh? Pues ahora soy yo quien no quiere. Ya no tengo ni ganas...