Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

sábado, 29 de noviembre de 2008

84. Discusión, en 400 palabras (cincuenta y seis).

Discusión

—Pues habrá que hacerlo el jueves, antes de irnos.
—No hace falta. Eres muy exagerada.
—¡Siempre me llevas la contraria! No hay una sola cosa que yo diga y tú la aceptes.
—En este caso exageras. Creo que no es necesario.
—Sí lo es, porque es toda una semana.
—¡Ah! Te había entendido mal. Perdona.
—Todo lo arreglas pidiendo perdón.
—No, todo no. Pero en este caso creí que te referías sólo al fin de semana. Pero tienes razón, es una semana entera. Ya lo hago yo.
—No, lo hacemos juntos.
—Pero el jueves tú vienes cansada y lo puedo hacer yo. O que venga y lo recoja.
—¡Pero si no tiene tiempo!
—Bueno, lo haré yo. No tengo otra cosa que hacer.
—Es que sólo piensas en ti.
—No es cierto, te he dicho que te entendí mal. Por eso te respondí que no hacía falta, que exagerabas.
—Es que siempre estás igual. Para ti es salir y nada más. Para mí es hacer un montón de cosas antes y otro montón después. No lo entenderás nunca.
—Sí que lo entiendo, pero esta vez te malinterpreté y no caí en que era para toda la semana. Rectifico: tienes razón y perdóname.
—Todo lo arreglas así.
—¿Y cómo quieres que lo arregle? Metí la pata, lo reconozco, y te pido perdón.
—Hasta la próxima.
—Bueno, sí, procuraré no equivocarme.
—Siempre dices lo mismo.
—Vale, déjalo, anda. Por favor.
—Es que me exasperas, nunca te pones en mi lugar. Para ti todo es sencillo.
—No, no es así, sabes que lo entiendo.
—No, no lo entiendes. Para ti es coger el coche y ¡hale, vámonos! No te das cuenta de todo lo que tengo que hacer.
—Y dale. No lo repitas más, que ya lo sé. ¿Qué quieres que te diga?
—Pues que respetes lo que yo digo y lo entiendas, ya que no haces otra cosa.
—Ya te digo que lo entiendo, que tienes razón, que me equivoqué, ¿qué más quieres?
—Pues que no lo hagas más. Pero es inútil, no sé para qué me preguntas. Pasado mañana esto se te habrá olvidado y volverás a ignorarme.
—No te ignoro. Simplemente te entiendo mal y te respondo acorde a lo que he entendido y, como te entendido mal, te respondo de forma inadecuada. Pero rectifico, te lo explico, y te pido perdón.
—Es inútil. No puedo contigo. No puedo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

83. El tiempo, en 400 palabras (cincuenta y cinco).

El tiempo

El tiempo se me escapa por entre las manos. Me las retuerzo para estrujarlo y sacar las gotas de tiempo que necesito para disfrutar. Pero las gotas caen y ruedan sin solución por mis brazos hasta que se evaporan. Porque el tiempo se evapora sin que te des cuenta. Es fin de semana —bueno, era, porque quedan apenas doce minutos para que acabe— e intento retenerlo como sea. Escribo estas líneas, en 400 palabras, para extenderlo, para hacerlo más largo, para que no acabe… pero miro el reloj y veo avanzar sin pausa el segundero, segundo a segundo, y el minutero, minuto a minuto. Ya no me fijo en las horas, para qué.

Mañana es lunes y comienza de nuevo una semana que pasará breve, como todas últimamente. Y de nuevo sábado y domingo para disfrutarlos sin la obligación eterna del trabajo. Intento estirar el fin de semana, pero el tiempo se me escapa por entre las manos, como si fuera agua que no consigo retener. Resbalan sus gotas por mis brazos y no llegan al suelo, que se evaporan antes. Así es el tiempo de nuestra vida, que se escapa por entre las manos, más cuanto más quieres retenerlo.

Ayer era verano y mañana estamos ya en Navidad. Ayer sentíamos la primavera y mañana sufriremos el invierno, sin sol que nos caliente, sin la mar de cerca, con la nieve acechando.

No me atrevo a mirar el reloj, que ya acabó el fin de semana, creo. Invado el lunes escribiendo con la esperanza de que pronto termine y llegue el martes. Después viene el viernes, que miércoles y jueves apenas cuentan. Y otro fin de semana, y otra semana laboral y otro mes. Y llegará el verano, con esos días de vacaciones llenos de mar, y de sal y de sol, que transcurren como un suspiro… y otro año más. Y, de nuevo, el trabajo, y los fines de semana que uno intenta extender sin conseguirlo.

Y sin darme cuenta he cumplido otro año y van… Es entonces tiempo de recordar, pero no quiero hacerlo porque me imagino viejo. Entonces sueño que los años no pasaron y aún soy joven. Cierro los ojos y respiro hondo y me rebelo contra el tiempo que se me escapa por entre las manos, y las estrujo para entresacar esas gotas de tiempo que resbalan por mis brazos… y se evaporan.

lunes, 17 de noviembre de 2008

82. Cuando yo tenía 27 años… en 400 palabras (cincuenta y cuatro).

(A mi amiga Malacitania, que anteayer cumplió 27 años. Le prometí que algo le regalaría... No sé si estas 400 palabras merecen el nombre de regalo, pero te aseguro, Elisa, que sí la intención).

Cuando yo tenía 27 años…

Una amiga de la blogsfera ha cumplido un día de éstos 27 años… ¡27! Aún te puedes comer el mundo, niña. Y permíteme que te llame niña, porque lo eres desde mi perspectiva.

No recuerdo con precisión cómo era yo con 27 años, pero de algo me acuerdo, claro. Había terminado ya la carrera, hacía tiempo; trabajaba; estaba casado, aunque sin hijos, por accidentes de la naturaleza, no por voluntad.

Hoy no es habitual que a los 27 ya esté uno casado. Todavía, o casi, se está terminando la carrera —los que han podido hacerla— y muchos viviendo aún en casa de los padres…. Yo salí de casa de los míos a los 17 y no tuve ocasión de volver, salvo en vacaciones. Los tiempos son distintos. Las circunstancias, también.

A los 27 yo era entusiasta de todo, incluido el trabajo; era pasional, serio, algo triste —nunca fui alegre—, responsable… creativo, rebelde… y también vago, perezoso, intransigente, mandón, discutidor, egoísta, terriblemente egoísta…

Pero a mis 27 años era un joven dinámico que me iba a comer el mundo. Y no me quejo, que no me ha ido mal. Recuerdo que una novia que tuve a los 21 me dijo un día: “cuando tengas 27 años estarás como un cañón —así se decía entonces— y serás todo un hombre… espero estar a tu lado”. ¿Sería porque a mis 21 años era todavía un crío? Seguramente. (A esta novia no le di el placer: la dejé antes; y la que me encontró luego sigue hoy conmigo. Cuando le pregunto cómo era yo a los 27, me dice: ¡eras un gilipollas! Pero me aguantó, con paciencia y cariño).

Con 27 años uno tiene toda una vida por delante y planea comerse el mundo. Luego sólo se come un cachito, pero da igual: se vive, se pone ilusión en todo, se echan ganas en lo que se hace, se disfruta el presente, se sueña el futuro. Con 27 años todavía se es rebelde, pero empieza a imponerse la sensatez —¡qué pena!— y asustan los 30. Aún se hacen locuras, pero menos.

Con 27 años la juventud está en su esplendor. Es una edad para vivirla siempre... para disfrutarla y grabar con fuego las experiencias, que luego se olvidan. Hay que vivir los 27 con plenitud, que luego pasan y la juventud decae.

¡Ah, los 27! ¡Quién los tuviera!

sábado, 15 de noviembre de 2008

81. Hay días en los que... en 400 palabras (cincuenta y tres).

Hay días en los que…

Hay días en los que uno no está para nada. Y, entonces, entiendes por qué alguien dice, de pronto, “¡Joder, hoy me tuve que quedar en la cama!”. Yo nunca lo hice, ni siquiera cuando pasé aquella larga y profunda depresión. Ni un solo día me quedé en la cama, y ganas no me faltaban, porque –tuve suerte de que el sueño no me abandonara- lo único que me apetecía por aquel entonces era dormir y zapear con la TV. Sí, era lo único que me consolaba en mi profunda e irracional pena. Pero no podía permitir dar mal ejemplo en casa, así que no falté nunca al trabajo… para no trabajar, aunque sí estar, hasta que me echaron, claro. Mi jefe me dijo textualmente: “yo no creo en esas zarandajas de la depresión, así que tienes una semana para cargarte las pilas”. Pasó una semana, me dio un mes y terminó dejándome en la puta calle. Y sin paro, que yo era autónomo por aquellos tiempos.

No sé a qué viene esto de la depresión… ¡Ah, sí! A que hay días en los que es mejor quedarse en la cama. Como hoy: me levanto, me siento a desayunar y no tengo naranjas, ayer me olvidé de comprarlas; pongo la leche a calentar; la saco del microondas y vierto parte del contenido sobre la encimera y el suelo; paciencia; cojo un paño y la fregona y los paso; pero la leche es pegajosa y he de hacerlo bien: mojo el paño y saco el cubo, que lleno de agua y jabón; limpio; relleno el tazón, lo caliento, me sirvo azúcar moreno y café. Unto las galletas de mantequilla; una se me cae al suelo, mantequilla abajo, claro. De nuevo, la fregona. Tomo el café. Cojo la cajetilla de tabaco para disfrutar el mejor pitillo del día: vacía, anoche acabé con el último. Voy a ducharme: no hay agua caliente (y recuerdo el cartel en portería que rezaba: “mañana, 08:00, se corta agua caliente”); las 08:05; ¡qué puntuales, joder! Me ducho con agua fría-helada (“esto fortalece”, me digo).

Salgo, cojo el coche; atasco, atasco, atasco; llego a la oficina, tarde; bronca. Reúno a los técnicos, que me cuentan problemas y retrasos; todo son problemas y retrasos en los proyectos. Y… no cuento más. El resto del día fue peor y seguro que no interesa a nadie.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

80. Este fenómeno de las bitácoras, en 400 palabras (cincuenta y dos).

Este fenómeno de las bitácoras

Esta mi bitácora ha conseguido ya las 5.000 visitas—a pesar de que descuento las mías— y algunas más, pues puse el contador pasados unos meses. Cinco mil visitas que aún me parecen increíbles.

Poco a poco, compruebo que la red de estos blogs me atrapa. Creía haber comentado aquí cómo empecé, pero no lo veo. Fue buscando en un buscador “viento de levante” como encontré una “fábrica de sueños” que citaba mi viento. La leí y la releí y me enganchó. Entonces me atreví a crear mi propia fábrica, aunque entonces no sabía qué iba a fabricar. “Escribirás tú solo. Para ti. Serán tus reflexiones” escribí en mi primera entrada, sin saber aún lo que escribiría en la siguiente. Hasta que me centré y fabriqué –y sigo fabricando de vez en cuando- 400 palabras.

Me llama la atención este fenómeno y, sobre todo, el hecho de haber conseguido a media docena de fieles que me comentan y quizá otra media que me lee con cierta asiduidad. Es muy de agradecer.

Yo también soy asiduo a las bitácoras de los que me comentan, que enlazo y que me enlazan. Salvo excepciones, disfruto cada noche haciendo mi recorrido por las bitácoras amigas, buscando nuevas y deliciosas entradas y publicando al menos una vez a la semana, con excepciones también. Poco a poco voy extendiendo la red y accediendo a más y más, aunque hay tantas que no quiero dispersarme. Si tuviera todo el tiempo para ello, es posible que jamás me aburriera. Hay cosas muy dignas de leer.

Hay que reconocer que en los comentarios somos amables y agradecidos: tú me piropeas a mí y yo a ti te echo un piropo. Así da gusto leernos. Debe ser la ley de la compensación y la buena educación. Aunque me atrevo a decir que los comentarios los hacemos con sinceridad. Si no, ¿qué sentido tienen? Si no te gusta una entrada, pues la dejas pasar sin comentarios y punto.

Bueno, a todo esto yo quería sólo agradecer a mis lectores sus cinco mil visitas. Toda una sorpresa para mí. Mi vanidad —¡pobre de mi rica vanidad!— engorda a cada comentario, aunque se pregunta, humildemente —mi vanidad, a veces, se humilla— que cómo es posible que tenga tantas visitas y algunos fans, como alguna que me lee así se declaró.

En definitiva, que muchas gracias a todos. ¡Gracias!