Qué hora es
—¿Qué hora es?
—Las cuatro.
—¿En punto?
—Bueno, no, falta un minuto.
—Entonces, ¿por qué me dices las cuatro?
—Por simplificar.
—Pues te he preguntado qué hora es, no una aproximación.
—Ya, no pensé que fuera importante.
—Lo es.
—¿Por?
—Porque a mí me gusta saber la hora exacta.
—Bien.
—¿Qué hora es?
—Las cuatro, un minuto, doce segundos. Trece, ya.
—¿Y tienes tu reloj ajustado?
—Sí. Lo puse en hora ayer.
—¿Con qué señal?
—Con la de una emisora. Ya sabes: pi, pi, pi, píiii.
—Pues no lo tienes en hora, pues por radio se produce un
retraso de milisegundos.
—¡Ah! ¿También quieres que te dé los milisegundos?
—No, no hace falta, pero que sepas que tienes el reloj
atrasado.
—Ya. ¿Y qué quieres que haga?
—No, nada, es tu problema.
—¿Eso es un problema?
—Pues sí. A mí me gusta la hora exacta, pero veo que a ti
no.
—¿Y por qué no llevas reloj?
—Pues porque no consigo llevar la hora exacta.
—Vaya… Y, por cierto, ¿para qué quieres saber la hora
exacta?
—¿Y para qué quiero la hora si no es la hora exacta?
—Buen, yo creo que vale una aproximación.
—Pues yo, no. O la hora exacta o nada.
—Me parece una idiotez.
—¿Qué hora es?
—Las cuatro, tres minutos, veinte segundos y trescientas
siete milésimas.
—Eso está mejor.
—¡Pero si te he engañado…!
—No, no lo has hecho. Pero te has equivocado en doscientos
quince milisegundos.
—¿Cómo sabes que te dije la hora real?
—Porque mi cabeza es un reloj.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué preguntas la hora?
—Para discutir.
—Ya. ¿Y qué hora es ahora?
—¿Para qué quieres saberlo?
—Para ajustar mi reloj, por ejemplo. Así, cuando me
preguntes la hora te la diré con exactitud.
—Bueno, pues prepárate. Cuando diga píiii, serán las cuatro
y cinco minutos exactamente. Espera.
—Espero.
—¿Preparado?
—Sí, ya he parado el reloj a las cuatro y cinco minutos, exactamente.
—Bien. Atento. Cinco, cuatro, dos, uno, píiii.
—Ya.
—Te has retrasado treinta y tres milisegundos.
—Vaya. ¿Y qué hago?
—Pues, una de dos, o sumar esas milésimas cuando te pregunte
la hora o ajustarla de nuevo.
—Prefiero sumarlas.
—De acuerdo, ¿Qué hora es?
—¿Estás de coña?
—No, va en serio.
—Las cuatro, seis minutos y ciento treinta y cinco
milisegundos.
—¿Cómo cuentas los milisegundos?
—Los estimo.
—Te has equivocado. No estimas bien.
—¡Vaya, qué problema!