Una barbaridad, como otra cualquiera
El ministro japonés de
Finanzas, Taro Aso, culpó a las personas mayores de los altos niveles de gasto
sanitario y les pidió «que se den prisa en morir».
Sí, es una barbaridad. Pero no le falta razón a ese señor en
lo que dice. Los viejos amenazan (aún no me incluyo, pero no me quedará mucho)
con destrozar el estado del bienestar, con tanta pensión que cobran y tan
abultado gasto sanitario que sólo contribuye a que vivan más, no importa en qué
condiciones, y sigan cobrando pensión y produciendo más gasto sanitario para
vivir más y cobrar durante más tiempo la pensión y, pobrecitos, volver al
médico a que les receten más medicinas y al hospital a que le salven de esa
neumonía y…, en fin, a vivir del Estado que para eso cotizaron en su día y…
Los viejos están agotando las arcas del Estado y eso no
puede ser. Pues eso, como dice el japonés: ¡que se den prisa en morir! Y si no,
se buscan soluciones.
Yo crearía la brigada “¡Viejos fuera!”, que:
1. Estaría dotada de medios
informáticos con la información necesaria accesible desde cualquier lugar.
2. Contaría con un numerosísimo
cuerpo de inspectores, fríos, impasibles, jóvenes y sin escrúpulos que
trabajarían sólo a comisión.
El trabajo de los inspectores de la brigada “¡Viejos fuera!”
consistiría en:
1. Ir por la calle, metro, autobús,
casas particulares, hospitales, residencias y bingos.
2. Detener a todo viejo que encuentren
y pedirle identificación. Introducir sus datos en la tableta y ver el
resultado.
3. Si el Estado aún le debe
dinero, dejarlo ir con la advertencia de que su saldo es tanto, de que tenga
cuidado en cómo lo gasta.
4. Si el Estado ha gastado más en
él de lo que él ha cotizado durante su vida laboral, es decir, si está viviendo
de gorra, entonces se le gasea. Cada inspector llevará consigo máscaras plegables.
Desplegará una por sorpresa sobre la cabeza del viejo. Al hacerlo, el viejo
respirará gas venenoso y morirá. La muerte será inmediata y el viejo no sufrirá.
Sí, ya sé: es una barbaridad, como otra cualquiera. Pero los
viejos no pueden acabar con el estado del bienestar que a ellos tanto les costó
crear. A los viejos, ¡que los gaseen! Desde luego, yo no quiero abusar. Cuando
sea viejo y deba dinero al Estado, ¡que me gaseen!
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