Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

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viernes, 25 de enero de 2013

299. Una barbaridad, como otra cualquiera, en 400 palabras (doscientas trece).

Una barbaridad, como otra cualquiera

El ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, culpó a las personas mayores de los altos niveles de gasto sanitario y les pidió «que se den prisa en morir».

Sí, es una barbaridad. Pero no le falta razón a ese señor en lo que dice. Los viejos amenazan (aún no me incluyo, pero no me quedará mucho) con destrozar el estado del bienestar, con tanta pensión que cobran y tan abultado gasto sanitario que sólo contribuye a que vivan más, no importa en qué condiciones, y sigan cobrando pensión y produciendo más gasto sanitario para vivir más y cobrar durante más tiempo la pensión y, pobrecitos, volver al médico a que les receten más medicinas y al hospital a que le salven de esa neumonía y…, en fin, a vivir del Estado que para eso cotizaron en su día y…

Los viejos están agotando las arcas del Estado y eso no puede ser. Pues eso, como dice el japonés: ¡que se den prisa en morir! Y si no, se buscan soluciones.

Yo crearía la brigada “¡Viejos fuera!”, que:
1. Estaría dotada de medios informáticos con la información necesaria accesible desde cualquier lugar.
2. Contaría con un numerosísimo cuerpo de inspectores, fríos, impasibles, jóvenes y sin escrúpulos que trabajarían sólo a comisión.

El trabajo de los inspectores de la brigada “¡Viejos fuera!” consistiría en:
1. Ir por la calle, metro, autobús, casas particulares, hospitales, residencias y bingos.
2. Detener a todo viejo que encuentren y pedirle identificación. Introducir sus datos en la tableta y ver el resultado.
3. Si el Estado aún le debe dinero, dejarlo ir con la advertencia de que su saldo es tanto, de que tenga cuidado en cómo lo gasta.
4. Si el Estado ha gastado más en él de lo que él ha cotizado durante su vida laboral, es decir, si está viviendo de gorra, entonces se le gasea. Cada inspector llevará consigo máscaras plegables. Desplegará una por sorpresa sobre la cabeza del viejo. Al hacerlo, el viejo respirará gas venenoso y morirá. La muerte será inmediata y el viejo no sufrirá.

Sí, ya sé: es una barbaridad, como otra cualquiera. Pero los viejos no pueden acabar con el estado del bienestar que a ellos tanto les costó crear. A los viejos, ¡que los gaseen! Desde luego, yo no quiero abusar. Cuando sea viejo y deba dinero al Estado, ¡que me gaseen!



domingo, 13 de enero de 2013

298. Mi clon, en 400 palabras (doscientas doce).

Mi clon

Estaba yo sentado a una mesa del bar de la esquina, con el frío que hace no hay quien se siente en el parque, tomando mi café y leyendo el periódico, sin mi perrita Pizca, que no la dejan entrar, cuando un hombre se sentó enfrente: “¿Puedo?”, me preguntó, y se sentó sin esperar mi respuesta. “Claro, sí”, le dije, no tuve otra opción. Me miró, lo miré. El parecido era asombroso. ¡Se parecía a mí! Por un momento pensé estar mirando un espejo y ver mi imagen reflejada. Absorto, no dejé de mirarlo. Él, absorto también, me miraba también fijamente. “¡Vaya! Nos parecemos”, dijo. “Sí, parece que sí”, dije. “Pero, ¿a ver? —y me mira con atención, examinándome—, yo soy más guapo”. “Puede ser. Y mayor”, me desquité. “Cumpliré —susurra los años— en dos meses”. “Sí, eres mayor que yo, diez años”. “¿Cómo te llamas?”. Le dije mi nombre. “Yo también me llamo así”. “No es posible”. “Pues lo es”. “Curioso, ¿no?”. “Sí… ¿Dónde naciste?”. “No lo sé”. “¿Qué no lo sabes? ¡Qué raro!”. “Bueno, verás, hace años perdí la memoria y no sé ni dónde nací, ni quiénes fueron mis padres, ni si tuve hermanos. No recuerdo nada de diez años para atrás”. “Pero de los últimos diez, ¿sí?”. “Sí”. “Interesante. Son los años que me llevas”. “¡Ah, sí! Qué casualidad, ¿no?”. “Pues sí…”. “O puede que no”. “¿Por qué dices eso?”. “No sé…”. “Ya”. “¿Y si soy tu futuro?”. “¿Mi futuro?”. “Sí, tengo diez años más que tú, justo los años que recuerdo, nos llamamos igual, nos parecemos o, mejor, somos casi idénticos, aunque yo más guapo, y…”, dijo, dejando en suspenso la frase. “¿Y…?”, pregunté, invitándolo a continuar. “Pues no sé, son muchas casualidades”. “Ya, pero no puedes ser mi futuro, eso sería un fenómeno extraordinario y yo no creo en esas cosas”. “Busquemos más coincidencias”, dijo. Y las buscamos. Y coincidimos en todo. “Esto no es normal”, dije. “¡No!”, respondió. “¿Cómo es posible?”. “No lo sé”. “Me asustas… pero, ¿y si me cuentas tus últimos diez años? A lo mejor me dices cómo voy a vivir, qué me va a pasar, cómo me van a ir las cosas a mí y a mi familia…”. “Si quieres…”, y soltó una profunda carcajada; parecía feliz. “¿Me pides un vaso de agua?”. “Claro”. Me levanté y, cuando volví a la mesa, ya no estaba allí.