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sábado, 13 de octubre de 2012

289. Reflexionando en el banco, en 400 palabras (doscientas tres).

Reflexionando en el banco

Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando me puse a pensar. “A ver, qué está pasando. Desde que leo el periódico en este banco, me he hecho confidente de personas a las que no conocía: un hombre con sombrero que me contó que era feliz por obligación (me lo encontré el otro día y me saludó, alegre); un hombre con bigote, cabreado, que se desahogó conmigo varias veces despotricando contra todo; una mujer feliz que me contó su vida; una mujer loca que no sabía lo que decía; una pareja que discutía de sexo y se peleaban; un joven energúmeno; un hombre que me contaba que no había dejado rastro, dos veces (casi se me olvida: efectivamente, no deja rastro); una señora guapísima que está empeñada en llevarme a la cama; una joven descarada que quiere lo mismo. Esto último es preocupante. Nunca me había pasado. Que dos mujeres, una madurita y otra joven, me quieran llevar a la cama es algo insólito. Algo falla. Muy desesperadas han de estar, porque yo nunca he levantado pasiones… O sí, no lo sé. Pero me llama la atención que esto me ocurra ahora. Les he dicho que no a las dos, pero ambas insisten. ¡Son unas pesadas! ¿Estaré como ellas me dicen? No creo. Más bien creo que están un poco alteradas y buscan una aventura. En otras circunstancias, quizás les hubiera dicho que sí. Pensándolo bien, sí, les habría dicho que sí. Y habríamos montado un trío... ja ja, nunca lo he vivido. Bueno, a lo que iba. Es curioso que el hecho de sentarme en un banco a leer atraiga a tanta gente y me cuenten cosas. Me deben ver como a alguien de confianza, pues me cuentan todo. Debe ser por la barba blanca, que me hace mayor (¿será que soy mayor?) y puede que me haga parecer afable. Divertido. La verdad es que me gusta. Debo plantearme hacerlo todos los días, que ahora sólo me siento en el banco una vez por semana. Aunque dependo del tiempo. Cuando hace bueno, da gusto. Pero cuando llueva, haga frío en invierno o calor en verano, no sé si podré. Quizás, entonces, me tome un café en un bar, aunque no será lo mismo”. 

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