Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

domingo, 20 de mayo de 2012

264. El hombre del sombrero, en 400 palabras (ciento ochenta y cuatro).

El hombre del sombrero

Estaba feliz, el hombre. Yo estaba sentado en un banco del parque que tengo enfrente de casa, leyendo el periódico y con mi perrita Pizca sobre mis piernas (Pizca es pequeña y mimosa), cuando un hombre, quizás de unos setenta años, con un sombrero blanco de ala, se sentó a mi lado, riendo. “¡Vaya! Le veo contento”, le dije. Se lo dije porque ya lo había visto otras veces por el barrio y sentí como si lo conociera. “¡Sí!”, me respondió, “estoy contento. Lo hago como terapia, ¿sabe? Quiero decir, estoy contento por obligación. A lo largo de los años me he convencido de que estar triste no conduce a nada, sólo a una tristeza cada vez más profunda. Así que me propuse hace ya tiempo estar contento. Y, créame, se consigue. Yo, lo he conseguido. Y ahora puedo decir que vivo feliz. Me río, pienso en cosas bonitas, me entretengo con mis recuerdos más dulces, rechazo los más amargos, cuento chistes, echo piropos a las chicas, beso a mi mujer, aunque a ella cada vez le gusta menos, pero yo lo hago, juego con los niños, cuido a mis nietos, me he comprado un perro, no veo los telediarios ni sigo las tertulias en la radio, tan crudas, tan pesimistas, sólo veo películas cómicas o románticas y algunas policíacas, juego a la lotería todas las semanas y mantengo la esperanza de que me toque, hasta que no me toca y vuelvo a jugar pensando que me tocará la próxima vez, me río de mí mismo, doy saltitos por la calle, me pongo este ridículo sombrero y saludo a todo el mundo. Créame, yo antes era una persona triste, siempre preocupado por todo y por todos, que no dejaba en mi mente ningún hueco a la alegría. Me hacía creer a mí mismo que era una persona responsable… pero, no. Lo que era es una persona triste, sin ánimo, sin ilusión, pesimista, siempre preocupado por cosas nimias e incapaz de afrontar la vida con optimismo. No me reía. Me di cuenta una vez que estaba con unos amigos y a uno de ellos le dio por contar chistes. Me reí como nunca y me salieron agujetas en los músculos de la cara. Esto no puede ser, me dije, y estudié mi vida. La vi triste. Me prometí cambiar y, ya ve usted, he cambiado. Soy feliz”.


No hay comentarios: