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domingo, 25 de diciembre de 2011

242. Tropezones, en 400 palabras (ciento sesenta y cuatro).

Tropezones

Tropiezo con ella todos los días a la misma hora. Tropiezo literalmente al volver la esquina de la manzana de mi casa. Tengo la manía de pegarme a la pared, y ella también. Yo voy para allá y ella viene para acá. Y tropezamos.

—Perdón.

—Perdón.

Todos los días lo mismo. En honor a la verdad, debo decir que el primer día fue un mero accidente, pero los siguientes tropezones fueron provocados. Desde luego lo fueron por mi parte, y sospecho que también por parte de ella. A ver, todos los días, de lunes a viernes, a las 7,19 de la mañana, en la misma esquina. Sábados y domingos sobre las diez, cuando yo salgo para ir a jugar al squash y ella va, supongo, al gimnasio, porque lleva una bolsa de deportes.

Los encuentros son agradables. No cruzamos palabra, salvo el ya consabido “perdón, perdón”. El primer día chocamos con todo nuestro ímpetu: el pecho de ella, suave, se aplastó contra el mío y mis brazos no tuvieron otra opción que abrazarla, eso sí, bruscamente y durante apenas unas décimas de segundo. Los siguientes tropezones, ya intencionados, son más placenteros. Cuando vuelvo la esquina, yo abro los brazos y ella se prepara para rodear mi cintura. Yo espero a que su pecho, suave, se aplaste contra el mío y entonces mis brazos abrazan su cuerpo. Los suyos me envuelven a la altura de las caderas. Vamos mejorando la técnica según pasan los días. Nuestros brazos ya no chocan, sino que saben dónde abrazar. Ayer el abrazo duró casi medio minuto y hoy creo que lo ha superado. No decimos nada más que “perdón, perdón” mirándonos a los ojos. Por cierto, sus ojos son preciosos: verdes, como el trigo verde. A mí esos abrazos me encantan y me alegran el día. A ella también le deben gustar, porque repite. Yo cada día pienso en el próximo abrazo y preparo mi táctica. Mañana he de intentar que mi boca choque con su cuello. Habré de bajar la cabeza unos centímetros. Su cuello parece hecho de una piel sedosa y tersa, un premio para mis labios. Después de tres o cuatro tropezones le besaré el cuello. Espero que reaccione bien, aún no la he besado. Más adelante, si todo ha ido bien, orientaré mi boca a su boca. Y, luego, rozaré sus labios y, al poco, la besaré en la boca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Claramente tenemos dos capacidades diametralmente opuestas. Yo, capacidad de aguante, tu, capacidad de imaginación "pringao"