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domingo, 10 de julio de 2011

224. En vela, en 400 palabras (ciento cincuenta y seis).

En vela

No he dormido en toda la noche por un estúpido café que tomé a las siete de la tarde (el estúpido fui yo, no el café, que estaba exquisito, por tomarlo a sabiendas de que me desvela). He pasado la noche en vela, levantándome y acostándome cada media hora, aproximadamente. Las medias horas que tocaban en la cama fueron un sinvivir: vuelta para acá, vuelta para allá, ojos como platos. Las medias horas de pie, un completo absurdo: paseé, fumé, bebí, pensé (bueno, lo intenté), puse la tele, la apagué, intenté leer, me puse música, intenté escribir... y me metía en la cama pensando “esta vez sí me duermo”. Pero no. Vuelta a dar vueltas en la cama y luego vuelta a levantarme. Me senté en el sillón pensando que si otras veces a las once de la noche me quedo frito, esa noche tenía que surtir el mismo efecto. Pues no. ¡Qué larga se hace la noche en vela! Yo creo que todo lo que me pasó fue por no aceptar que estaba desvelado y revelarme contra la situación: ¡quería dormir! Si lo hubiera racionalizado, me habría puesto, por ejemplo, a leer: tengo un montón de novelas pendientes. O a escribir: tengo dos intentos de novela abiertos. Pero no sé qué le pasa a la noche que no soy capaz de dominarla. Yo no soy noctámbulo, nunca lo fui. Acostarme más tarde de las doce ya me supone un esfuerzo, si no me he dormido antes en el sillón. Luego madrugo, claro. Y durante el día ya no sé dormir, excepto media hora de siesta cuando puedo. Así que hoy me encuentro cansado, abúlico, estúpido... si concentrarme en nada y sin saber qué hacer, salvo esperar a la noche para dormir. Ansío dormir, lo necesito. Y como hoy no podré dormir siesta, tendré que esperar a la noche.

Recuerdo mis noches de estudiante previas a los exámenes. No dormía, estudiaba. A base de café y alguna otra cosa. Iba despejado al examen y con la materia fresca. Normalmente aprobaba, excepto cuando mis estupendos colegas de Colegio Mayor me tentaban a una partida de cartas inacabable; entonces iba al examen con la mente llena de tréboles y picas y de las monedas y billetes que perdía, lamentando mis decisiones equivocadas. Suspendía.

Hoy no me examino, afortunadamente, aunque sé que no daré pie con bola. Estaré como un zombi.

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