Bienvenido a este mi cuaderno de bitácora

Querido visitante: gracias por pasar por aquí y leerme.
Aquí encontrarás ligeros divertimentos y algunas confidencias personales, pocas.
A mí me sirve de entretenimiento y si a ti también te distrae, ¡estupendo!.
Si, además, dejas un comentario... ¡miel sobre hojuelas! Un abrazo,
Guarismo.

jueves, 29 de enero de 2009

96. La vida, en 400 palabras (sesenta y tres).

La vida

No seré el primero, por supuesto, ni el último, que escriba sobre la vida. Ni siquiera seré el único que lo haga en cuatrocientas palabras, aunque no creo que haya tantos chalaos como yo para limitar a ese número las palabras sobre la vida. La probabilidad no es cero, alguno habrá.

En fin, a lo que iba: la vida. Extraño fenómeno. Ya la definieron con supuesta precisión los filósofos de una u otra tendencia y los religiosos de todas las religiones, razonando y justificando su existencia. Y ya nos la han explicado los científicos, aunque el origen, hasta donde yo sé, no sé si está suficientemente claro. Aproximado, sí.

Por lo tanto no voy a escribir en cuatrocientas palabras de lo que otros, con autoridad o creencias, han escrito ya. Simplemente voy a reconocer que me admira este fenómeno de la vida, a reflejar que soy consciente de que lo disfruto y lo sufro, a aceptar que soy un privilegiado y que probablemente vivo en un mundo y tiempo extraordinarios. Injustos, pero extraordinarios.

La vida es el ayer, el hoy y el mañana, ¿no? Y es el hábito, la rutina, el recuerdo, la esperanza, el deseo, la preocupación, los planes, la dedicación, el trabajo, el ocio, el amor, la paciencia, la espera, la frustración, el cabreo, la alegría, el placer, el sufrimiento, la pena, las múltiples sensaciones, el ejercicio, el sueño, las comodidades, las tragedias, el sustento, la estupidez, la inteligencia, la tristeza, las caricias, la pereza, la palabra, el odio, la (mala) suerte, la amistad, la pareja, la paternidad, el movimiento… ¡es tantas cosas! Todo se vive, con mayor o menor intensidad; todo se vive y dura más o menos, depende. Es triste que muchos sólo vivan en la desgracia. Es triste que algunos, o muchos, sólo provoquen desgracias. No es justo. Y los que vivimos en este mundo y tiempo extraordinarios que nos ha tocado vivir nos quejamos. No es justo.

La vida, al final, está hecha de pequeñas cosas, de pequeños gestos, de pequeños esfuerzos que pueden resultar en algo grande, o no, de pequeños segundos que hacen minutos, que a su vez hacen horas y días y años… y los años pasan… y su pasar no se controla.

Uno es espectador y actor al mismo tiempo, y la acción y el espectáculo se confunden.

Eso es la vida, con muchas más cosas, digo yo.

sábado, 24 de enero de 2009

95. Casi imposible, en 400 plabras (sesenta y dos).

Casi imposible

Mi hijo se quiere dar de baja de Movistar. Como está liado, me ofrezco a ayudarle.

Llamo al 609 para preguntar —simplemente preguntar— cuál es el procedimiento. Me piden el número de teléfono. Luego el DNI. Discuto y digo que no sé para qué quieren mi DNI, pero se lo doy. Me dicen que no coincide con el titular del teléfono. Claro, el teléfono es el de mi hijo y el DNI, el mío. Le facilito el DNI de mi hijo. Insisto en preguntar el procedimiento, pero me responden que no me lo puede decir, que me pasan con un asesor personal, que muchas gracias por llamar a Movistar. Le explico que… Han transferido la llamada (a no sé quién; debe ser al “asesor personal”, ¡qué importante soy!) “No se retire. Le atenderemos lo antes posible”. Mensaje que se repite (las conté) 18 veces, y entre cada mensaje transcurren 18 segundos; es decir, esperé casi 5 minutos y medio. Por fin se pone una tal María C. Le vuelvo a explicar el tema. Le digo –craso error- que es para mi hijo. Me pide el número de teléfono. Lo doy por segunda vez. Me dice:

—Como no es el titular no le puedo dar la información.

—Vamos a ver, señorita, sólo quiero saber el procedimiento, mi hijo está en Australia y se quiere dar de baja de Movistar —le digo, ya chillando.

—Pero como no es el titular no puedo decirle nada.

Chillo, me cabreo, la insulto (a ella no, le pido disculpas, insulto a su compañía y le amenazo con ir a la asociación de consumidores, al juzgado de guardia y al defensor del pueblo. Nada. Que no soy el titular. Entonces cambio de estrategia):

—Bien, yo soy el titular, ¿qué datos necesita?

—No me engañe. Ud. no es el titular, me lo ha dicho antes.

—Le mentí. Soy el titular de esa línea. Mi nombre es… ¿quiere mi DNI?

—Le insisto en que no juguemos. Ud. me dijo que no era el titular. No lo puede ser ahora.

—Pues mire, ahora lo soy. Déme la información, por favor.

—No puedo. Tiene que llamar el titular.

Entonces llego al límite y chillo hasta desgañitarme. Me cuelga (lógico). Pero, ¡oh, milagro!, salta una cinta magnetofónica que dice: “Envíe una carta firmada con número de teléfono y fotocopia de DNI, indicando baja, al Apdo. de Correos 151124, 28080”.

Fin.

domingo, 18 de enero de 2009

94. Nada.

Le he dado orden de escribir a mi única neurona.

Y no ha escrito nada.

 

Esto es lo que hay.

miércoles, 14 de enero de 2009

93. Mi hora bruja, en 400 palabras (sesenta y una).

Mi hora bruja

Mi hora bruja empieza a las once. Es cuando me siento ante el ordenador, a veces ante la pantalla en blanco del procesador de textos, con los cascos puestos para escuchar música barroca, o la ópera Carmen o una de Wagner, o coplas de Pasión Vega y Carlos Cano, depende. Hoy tocan unas coplas, primero, y, luego, unos conciertos de Brandeburgo. A veces con una copa de brandy a mano y siempre con un pitillo.

Es la hora bruja porque no se oye más que mi música y me dedico a lo mío. Leo las bitácoras de otros, contesto a los que comentan en mi bitácora, escribo 400 palabras, invento. A veces, sueño.

Y no es necesariamente la mejor hora del día, que hay otras: pasear a mi perro Golfo, siempre con mi mujer, a las ocho y media de la noche, es otra hora mágica. Charlamos, intercambiamos opiniones, comentamos los hechos del día, hablamos de nuestros hijos, discutimos…; el otro día nos pilló un barrendero, con su carro, en plena discusión; al día siguiente le dijimos: es que llevamos enta y cuatro años casados y ayer nos tocó discutir, pero ya hicimos las paces… “¡Anda! como yo con mi mujer, los mismos años… ¡y qué buena es la reconciliación!” nos dijo. Ya somos casi amigos.

Pero a lo que iba: mi hora bruja. No siempre lleno la hoja en blanco, que a veces se queda así, en blanco. Y yo, frustrado. Es curioso: hoy se me ocurrió simplemente el título, “la hora bruja”, y estoy poniendo negro sobre el blanco de mi procesador de textos. Aunque me parece recordar que sobre esto escribí ya alguna vez. No importa, repetiré. Después de noventa entradas, uno no puede exigirse ser original.

Es la hora bruja porque, aunque miro el reloj que mañana hay que madrugar, hago lo que quiero y no cuento los minutos. A veces, me aburro. O repaso lo que tengo que hacer mañana, con pereza. O reviso los acontecimientos del día, como hoy. Estaba yo contento por el resultado 2008 de la empresa; pero luego mi jefe me desengañó: no fue tal, sino bastante menos. O sea, que adiós al incentivo. “Hay que enjugar las pérdidas del año pasado y contar con estos gastos”. Mala cosa. Otro año en blanco, en plena crisis ¿qué crisis?

Y así, hoy, se me ha consumido mi hora bruja.

sábado, 10 de enero de 2009

92. Te busqué en la mar.


Te busqué en la mar,

sobre las olas.

Te busqué en la mar,

entre la espuma blanca

de las olas al romper.

Te busqué en la mar,

en sus aguas transparentes de la orilla,

en sus aguas verdes cercanas,

en sus aguas azules profundas.

Te busqué en la mar,

sobre su superficie cambiante,

por si flotabas sobre ella;

y en el fondo marino,

por si te habías hundido.

Te busqué en la mar,

que en tierra no estabas,

te habías ido.

Te busqué en la mar,

con un deseo incontrolable de encontrarte,

con ansia,

con pasión.

Te busqué en la mar,

loco por ti.

martes, 6 de enero de 2009

91. ¿Qué hora es?, en 400 palabras (sesenta).

—¿Qué hora es?
—Las ocho.
—¿Salimos?
—Para qué.
—Para dar una vuelta, para hacer algo.
—Yo estoy bien aquí.
—Yo no, estoy aburrido.
—Pues estás conmigo, ¿te aburro yo?
—No, tú no me aburres, me encanta estar contigo.
—¿Entonces?
—Simplemente me apetecía salir…
—Bueno, si quieres…
—De acuerdo.
—¿Y adónde vamos?
—Adonde tú quieras.
—Pero si el que quieres salir eres tú.
—Sí, claro, pero te dejo elegir.
—Mira, mejor nos quedamos aquí, ¿vale?
—Vale.

—¿Qué haces?
—Leer, ¿no me ves?
—¿Y qué puedo hacer yo?
—Puedes leer también.
—No, para un rato...
—Pues pon la tele, si quieres.
—Es un rollo, nunca hay nada que ver.
—Pues vete a dar un paseo.
—¿Solo?
—Solo, ¿por qué no?
—Solo no me apetece. Me apetece contigo.
—Fuera hace frío y aquí se está muy bien.
—Bueno, como quieras.

—Voy a dar una vuelta.
—¿Solo?
—Sí; te parece bien, ¿no?
—Claro, claro. ¿Y adónde vas?
—No lo sé. A dar una vuelta.
—¿Quieres que te acompañe?
—Sí, por favor.
—Vale. ¿Y qué hacemos?
—Dar una vuelta.
—¿Por el barrio?
—O más lejos.
—Hace frío y amenaza lluvia.
—Pues nos abrigamos.
—Espera a que termine la novela. Está interesante.
—¿Cuánto te queda?
—Si me interrumpes, toda la vida.
—Me callo.

—Ya la terminé.
—¿Salimos?
—Pero ya son las diez, ¿no es un poco tarde?
—No lo sé, me dijiste que cuando terminaras la novela. Yo he esperado.
—Bien, me vestiré.
—No necesitas vestirte, ponte el abrigo encima.
—Y salgo con estos trapos, ¿no?
—No son trapos, y con el abrigo no se te ven, en cualquier caso.
—No, me visto en condiciones, si no, no salimos.
—Venga, vístete.

—No sé qué ponerme. ¿Vamos a cenar fuera?
—No, no era mi intención, aunque por la hora que es…
—Pues, si quieres, cenamos.
—De acuerdo.
—Entonces me pongo elegante.
—Pero yo voy en vaqueros, no pienso cambiarme.
—Tú ve como quieras, pero yo me pongo guapa.
—Tú siempre estás guapa, te pongas lo que te pongas.
—Gracias.

—Ya estoy lista.
—¡Bravo! Ya era hora.
—¿Qué pasa? ¿Te molesta?
—No he dicho que me moleste, he dicho que ya era hora.
—Pues me vestí en dos minutos.
—Dos horas.
—¿Cómo que dos horas?
—Hace dos horas que te pedí salir.
—Pero entonces no me apetecía.
—Pero han sido dos horas.
—¿Sabes que te digo?
—Qué.
—Que te vayas tú solo.
—¿Yo solo?
—Sí.
—¡Joder…! Vale, adiós.